Formentera es mucho más que sus playas paradisíacas y sus chiringuitos de moda. A ras de suelo, la isla ofrece una simplicidad encantadora, pero desde el aire se revela como un lienzo complejo y fascinante. Como si fuera una artista abstracta, la naturaleza ha pintado aquí un mosaico de texturas, formas y colores imposibles de captar sin volar.
La gente suele ir a Formentera en busca de simplicidad: playas vírgenes, senderos interminables con vistas al paraíso, y chiringuitos donde las cervezas saben a gloria al ritmo de una guitarra, mientras el suave oleaje del Mediterráneo acompaña como el mejor de los coros. Sin embargo, Formentera, vista desde las alturas, es todo lo contrario a simple. Se vuelve compleja, fascinante, casi inabarcable. Desde el aire, la isla muestra una faceta imposible de captar a ras de suelo: su capacidad para convertirse en un mosaico de emociones, un muestrario natural donde cada rincón se torna en diferente. Sirvan como muestra de ello estas fotografías:
Las Salinas: el caos convertido en arte abstracto
Desde el suelo, Las Salinas parecen un paisaje lunar, con reflejos salados y alguna garza paseando como quien se sabe el protagonista de un cuadro impresionista. Pero desde el aire, el caos se ordena y Las Salinas revelan su alma secreta: un rompecabezas de líneas y colores que parece diseñado por un pintor modernista. Los tonos se deslizan entre blancos relucientes, rosas intensos y tímidos azules que no te esperabas encontrar. Pareciera como si alguien hubiera derramado el mejor de los cócteles, y ahí permanecieran los restos, evaporándose bajo el sol.
Este lugar, que a pie se presta a la contemplación melancólica, desde arriba grita su belleza desordenada; me atrevería a decir que casi con rabia. Es un recordatorio de que la naturaleza no sigue reglas. Y menos aquí, donde hasta el cielo parece desvariar entre reflejos y sombras.
Ses Illetes: la postal que no esconde nada
Y luego está Ses Illetes. La gran estrella de Formentera, la archiconocida playa de las playas. Desde el suelo, ya sabes que estás en un lugar especial: agua turquesa, arena blanca y ese momento inevitable en que alguien dice: «Es como estar en el Caribe». Pero desde el aire, Ses Illetes se mofa de cualquier comparación.
Verla desde arriba es como asistir a un desfile de la naturaleza. Las tonalidades del agua se despliegan en un degradado tan perfecto que parece retocado por Photoshop. Los barcos se alinean como invitados de honor, flotando en el azul como si estuvieran posando para una foto de revista. Aquí, hasta los yates de los más pudientes parecen pequeños y humildes, conscientes de que la verdadera protagonista es el litoral, con su forma alargada y su arena brillante que abruptamente corta el mar en dos.
Desde las alturas, entiendes por qué tantos se obsesionan con este lugar: no es una playa, es un manifiesto de la perfección natural. Y aunque el agua pueda estar fría en los meses invernales, el espectáculo calienta el alma en cualquier época del año.
El Faro de Cap de Barbaria: donde acaba la isla y empieza el infinito
Cap de Barbaria es diferente. Aquí no hay palmeras ni turistas bronceándose; lo que prevalece es tierra árida, un faro solitario y un acantilado que no se molesta ni un ápice en ser amable. Desde el suelo, es un lugar que invita al silencio, un escenario que parece diseñado para finales de películas, en plan Thelma y Louise, o Dos hombres y un destino. Pero desde el aire, el faro se convierte en un pequeño guardián del abismo, un punto blanco que se atreve sin complejos a mirarle directamente a los ojos al horizonte infinito.
El Mediterráneo, azul oscuro, parece extenderse más allá de la vista, como si quisiera engullir el firmamento. Y el faro, testarudo como pocos, se planta firme, formando una exclamación de ladrillo pintado de blanco contra el inmenso vacío. Desde arriba, los caminos que llevan al faro se ven como cicatrices en la tierra, y el paisaje árido que lo rodea recuerda al de un planeta lejano. Es una belleza desoladora, un lugar que en principio no te abraza, pero que tampoco te deja ir.
Es Caló: el rincón donde el tiempo se detiene
Y por último, Es Caló. Aquí no hay grandilocuencia, ni acantilados que te hagan cuestionar tu insignificancia o tu lugar en el mundo. Es Caló es más discreto, un rincón donde el tiempo parece detenerse. Desde el aire, las barcas de madera flotan sobre un agua tan transparente que parece que el mar la hubiera tomado prestada del cielo.
Las rocas que rodean la pequeña bahía se ven como manchas de tinta en un viejo pergamino, y las casas blancas, desde esta altura, son apenas unos someros vestigios arquitectónicos. Es un lugar que no necesita gritar para llamar la atención; simplemente está ahí, esperando ser descubierto por quienes saben mirar. Es Caló es una pausa, un respiro. Un lugar que no necesita palabras grandiosas para susurrarte al oído que todo estará bien.
Volar sobre Formentera es percibir la vida desde una perspectiva inédita, donde la belleza no solo se ve, sino que se siente. Dicen que la verdadera magia de un paisaje no está en lo que tus ojos pueden alcanzar, sino en las sensaciones que te deja. Estas cuatro imágenes aéreas muestran las mías.
1 comentario
Excelente texto e belíssimas fotos!! Nos últimos dias faz 1 ano que o autor do texto deu «me gusta» em uma das minhas fotos amadoras brasileiras publicadas no Instagram.
Como eu consigo os direitos para publicar os textos de David Rocaberti em português?