La Fundación Joan Miró de Barcelona alberga hasta el próximo 20 de enero una exposición dedicada a la fotógrafa, modelo y reportera estadounidense Lee Miller. Una excusa perfecta para adentrarnos en la figura de esta apasionante mujer, que brilló gracias a su talento y se codeó con algunas de las figuras más destacadas de las vanguardias artísticas del siglo XX.
Cuando Pablo Picasso y Elizabeth (Lee) Miller se conocieron por primera vez en el verano de 1937, el pintor malagueño acababa de terminar una de sus obras más célebres, el Guernica. Fue un momento de especial ardor creativo y, durante aquel primer encuentro en el sur de Francia, rodeados de amigos como Paul Éluard, Max Ernst, Leonora Carrington o Man Ray, Picasso retrató a la hermosa estadounidense hasta en un total de seis ocasiones.
Pero no sólo Picasso inmortalizó a Miller. La joven, que por aquel entonces se había labrado ya una merecida fama como fotógrafa, también retrató al artista español en multitud de ocasiones, documentando así el inicio de una amistad que se prolongaría durante más de 35 años, hasta la muerte del pintor en 1973.
La relación de Miller con la fotografía venía de lejos, pues cuando era apenas una niña, su padre –aficionado al arte fotográfico– la hacía posar ante sus cámaras y le enseñó los rudimentos de la técnica. Durante años, sin embargo, Miller permaneció delante del objetivo, pues en la década de los años 20 su belleza fue descubierta por Condé Montrose Nast y ejerció varios años como modelo para revistas como Vogue y agencias de publicidad.
En 1929, Miller tomó la determinación de dar el salto a Europa, y ese mismo año se plantó en París con la intención de convertirse en la aprendiz del fotógrafo Man Ray. El artista estadounidense la rechazó en un principio, pero después la joven Miller acabó convirtiéndose en su amante, musa y ayudante. De hecho, Miller aprendió junto a él todos los secretos del arte fotográfico, hasta el punto de que algunas de las obras tradicionalmente atribuidas a Ray son en realidad creaciones de la fotógrafa neoyorquina.
Tres años después de iniciada su relación –tiempo durante el cual Miller se relacionó y participó en el movimiento surrealista–, la joven fotógrafa abandonó a Ray y regresó a Nueva York para montar su propio estudio de fotografía. Su nueva aventura tuvo gran éxito, consiguiendo importantes clientes en la Gran Manzana, pero Miller necesitaba otros alicientes. Así, en 1934 conoció al egipcio Aziz Eloui Bey, con quien se casó, trasladándose durante unos años al país de los faraones, continuando allí su carrera como fotógrafa surrealista.
En 1937, sin embargo, Miller regresó a París, donde conoció al artista y coleccionista británico Roland Penrose. Fue en compañía de éste, y de otros amigos del círculo surrealista, con quien viajó hasta el sur de Francia para pasar unos días de vacaciones junto a Picasso, momento en el que Miller conocería al artista malagueño.
Allí, en aquellos luminosos y cálidos días de la Costa Azul, Picasso retrató a Miller en seis ocasiones, creando obras como ‘Retrato de Lee Miller como arlesiana’, mientras que la estadounidense hacía lo propio con el fascinante Picasso, comenzando entonces una serie de fotografías que tenían al pintor como protagonista, y que llegarían, con el paso de los años, a superar el millar.
Miller y Picasso siguieron caminos diferentes, pero nunca perderían el contacto. En 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, Lee Miller se convirtió en reportera para la revista Vogue, cubriendo algunos de los episodios más cruentos de la guerra, como el célebre Blitz de Londres o las batallas de Normandía. Cuando en agosto de 1944 se produjo la liberación de París, Miller se encontraba acompañando a las tropas estadounidenses en su entrada a la ciudad.
Mientras recorría las calles de un París que bullía de animación, Miller se dio cuenta de que estaba junto al estudio de Picasso en la capital francesa, así que decidió subir a verle. Los dos amigos no se veían desde antes de la guerra, y el encuentro fue muy emotivo, quedando inmortalizado en una instantánea tomada por la propia fotógrafa, cuyas imágenes de aquel día constituyen también hoy un magnífico testimonio del estado caótico del estudio del artista.
Un año más tarde, el 30 de abril de 1945, Lee Miller continuaba ejerciendo como foto reportera acompañando a las tropas estadounidenses. Ese día –el mismo en el que Hitler se suicidó disparándose en el interior de un búnker en Berlín–, Miller y su colega David E. Scherman participaron en la liberación de los campos de concentración de Buchenwald y Dachau.
Esa misma tarde, en un apartamento de Múnich, Miller se dio un baño que, además de limpiar el barro y la suciedad acumulada durante días de trabajo, intentaba también borrar los horrores que había visto aquel día. El azar quiso que aquel apartamento fuese el que utilizaba el mismísimo Hitler durante sus estancias en la ciudad. Scherman no dudó en inmortalizar a su compañera en pleno baño, creando una de las imágenes más famosas que existen de Lee Miller.
Tras la Segunda Guerra Mundial, Miller se casó con Penrose y se estableció con él en una granja de Sussex. En esa misma finca se alojaría Picasso durante su visita a Gran Bretaña en 1950, continuando con su relación de amistad y alimentando con nuevos retratos fotográficos el ya abultado portafolio de Miller sobre el artista malagueño.
Hasta la muerte del pintor en 1973, Lee Miller continuó visitando a su amigo español año tras año, documentando en fotografías sus últimos años de vida y su inabarcable genio creador. Una creatividad que también fue sobresaliente en la obra de Miller, una de las fotógrafas más fascinantes de todo el siglo XX, y parte de cuya obra puede puede disfrutarse estos días en la exposición Lee Miller y el surrealismo en Gran Bretaña (Fundación Joan Miró, Barcelona).
Más información: Fundación Joan Miró
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