En los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial, un pequeño ejército compuesto por veteranos republicanos de la Guerra Civil participó en un insólito plan para derrocar el franquismo. Aquella arriesgada aventura terminó en fracaso y se silenció durante décadas, pero ha sido rescatada del olvido en los últimos años.
El calendario anuncia que es 19 de octubre de 1944, y falta poco para que las primeras nieves y el frío del invierno lleguen al Valle de Arán. Pero Herminia, una joven de Les, pueblecito próximo a la frontera francesa, tiene cosas más importantes en la cabeza. Hoy va a ser el día más feliz de su vida, el de su boda con el hombre al que ama, un oficial de la Policía Armada, para más señas. Familiares, amigos y vecinos se congregan en la iglesia de San Juan Bautista para asistir al feliz acontecimiento, y nada parece capaz de enturbiar un día tan señalado.
La ceremonia transcurre con normalidad, y tras los «sí quiero» de rigor, los invitados y el feliz matrimonio comienzan a salir del templo. Justo entonces, antes de que los presentes puedan lanzar el arroz a los recién casados, el alboroto festivo y los gritos de «¡Vivan los novios!» se mezclan de pronto con otros sonidos. Al principio unos pocos confunden aquellos ruidos secos con petardos lanzados para celebrar la fiesta, pero el recuerdo de la guerra está muy reciente, y la mayoría sabe que ese característico tableteo no anuncia nada bueno. Los guerrilleros están atacando el pueblo.
Entre los invitados, muchos de ellos amigos y compañeros del novio, hay miembros de las fuerzas del orden, pero casi todos están desarmados. Con suerte, piensan, será una breve escaramuza, y en unos minutos los guerrilleros se retirarán de nuevo al monte, parapetándose entre los bosques pirenaicos para ocultarse de las autoridades. Es un error. Aquel no es un pequeño grupo del maquis, y tampoco están ejecutando un simple ataque sorpresa para sembrar el desconcierto entre la Guardia Civil y la Policía.
Los vecinos no tardan en ver aparecer un numeroso grupo de hombres, bien armados con fusiles automáticos y explosivos, y de apariencia fuerte y saludable, que se despliegan sin problemas por las calles del pueblo. Nada que ver con el aspecto desaliñado y enfermizo de los maquis a los que están acostumbrados, provistos de armas anticuadas y debilitados por la dura vida clandestina en los bosques de alta montaña.
Los vecinos de Les todavía no lo saben, pero aquellos guerrilleros son sólo la punta de lanza de una fuerza armada de unos 4.000 hombres, cuyo objetivo parece descabellado: invadir el Valle de Arán para instaurar en él un Gobierno provisional de la República, hasta ahora en el exilio francés. Después, derrocar el régimen de Franco y devolver la democracia a todo el territorio español. Acaba de empezar la ‘Operación Reconquista de España’, la acción armada más importante que tuvo lugar en nuestro país después de acabada la Guerra Civil.
Objetivo: derrocar a Franco
Durante décadas, lo sucedido en aquellos días de octubre en el Valle de Arán permaneció bajo un manto de silencio. Un silencio doble, pues no sólo se intentó su ocultación por parte del régimen franquista, que no deseaba que se conociera aquel desafío armado que tuvo lugar en un momento en el que los aliados avanzaban sin freno hacia la victoria de la Segunda Guerra Mundial, sino también por parte del Partido Comunista, deseoso de esconder un fracaso tan sonado para las filas republicanas.
Aquel año de 1944 el desarrollo de la gran guerra había alimentado un gran optimismo entre los exiliados españoles en Francia. El 6 de junio había tenido lugar el Desembarco de Normandía, poniendo en una delicada situación a las potencias del Eje. En agosto, las tropas aliadas de la 2ª División del general Leclerc habían liberado París, en gran medida gracias a la experiencia y la valentía de soldados republicanos españoles empotrados en aquel ejército en una división bautizada como La Nueve.
Paralelamente, en el sur de Francia la resistencia –en cuyas filas se habían integrado también numerosos veteranos españoles de la Guerra Civil, unos 9.000 hombres reunidos en lo que se dio en llamar la Agrupación de Guerrilleros Españoles (AGE)– habían hostigado con éxito a las tropas de la Wehrmacht, primero en operaciones clandestinas de guerrilla, y más tarde en enfrentamientos abiertos, hasta conseguir la retirada de los alemanes.
Ante tantas y tan importantes victorias, los republicanos españoles activos en la lucha contra el nazismo y los dirigentes del PCE en el exilio tenían motivos más que suficientes para la esperanza, y tanto unos como otros consideraban la derrota de Alemania como el comienzo del fin para la España fascista. En aquellos momentos, los españoles creían que, tras la derrota de Hitler, era probable que los aliados se decidieran a invadir España y derrocar el régimen fascista de Francisco Franco.
Pero para que eso sucediera, antes había que conseguir algunos objetivos. El más importante de todos ellos consistía en conseguir la instauración de un gobierno provisional en algún punto del territorio español, lo que obligaría a las potencias aliadas a escuchar las reivindicaciones de los republicanos españoles –ignorados durante la Guerra Civil–, quienes habían derramado sangre, sudor y lágrimas en sus esfuerzos por derrotar a Hitler.
Con tales antecedentes, no es de extrañar que algunas figuras destacadas del Partido Comunista de España en el exilio llevaran meses dándole vueltas a la mejor forma de aprovechar la propicia situación estratégica en los campos de batalla europeos.
Desde marzo de aquel año –antes incluso de los éxitos decisivos del Desembarco y la liberación de París–, Jesús Monzón, hombre fuerte del PCE en territorio francés y líder de los republicanos unidos a la resistencia francesa, junto con su más estrecho colaborador, Gabriel León Trilla, habían comenzado a desarrollar un plan para acabar de una vez por todas con el régimen de Franco. En agosto, Monzón y León Trilla escribieron al comité central del partido, establecido en Toulouse, y expusieron todos los puntos de un ambicioso plan que, en aquellas fechas, se encontraba ya muy avanzado.
La idea era muy sencilla en su planteamiento, aunque compleja en lo tocante a su ejecución: un pequeño ejército compuesto por varios miles de guerrilleros debía invadir algún punto de suelo español cercano a la frontera francesa donde, después de asegurar el territorio, se establecería el presidente Juan Negrín. La operación inflamaría los ánimos de los ciudadanos, que se levantarían en armas contra los franquistas. Por último, dicha situación obligaría a los aliados a intervenir, dando lugar a una operación de mayor envergadura que acabaría con la ocupación definitiva de España y la liberación del yugo fascista…
En una primera etapa se barajaron varios escenarios para la invasión: algún punto del Pirineo aragonés, la localidad de Llivia, e incluso Andorra… Sin embargo, finalmente se optó por el Valle de Arán, debido especialmente a su particular orografía y clima, que permitía una mejor defensa del territorio tras una eventual “conquista”. Además, entre los cabecillas de la operación se encontraba Juan Blázquez Arroyo, alias general César, nacido en el valle y buen conocedor del terreno, lo que daba ciertas garantías operativas.
Escogido el primer objetivo, Monzón comenzó a trazar un plan más elaborado. La idea era que parte del ejército de guerrilleros iniciara una serie de incursiones y ataques a lo largo de la frontera pirenaica, en Navarra y Aragón, creando así una maniobra de distracción que favorecería el desarrollo del plan principal: la invasión del Valle de Arán a manos del grueso de las fuerzas, dirigidas por el coronel Vicente López Tovar, al mando de la recién creada 204ª División.
Los hombres de Tovar debían cumplir a su vez tres objetivos: capturar el puerto de La Bonaigua –entonces única vía de comunicación del valle con el resto de España–, establecer la nueva “capital” del gobierno legítimo en Viella, y tomar el túnel de la localidad, que en aquellos momentos estaba todavía en obras.
Si lograban dichos objetivos, la llegada del invierno y las primeras nieves aislarían al valle por completo y facilitarían su defensa, impidiendo la llegada de refuerzos franquistas y dando tiempo a que se produjera la ansiada insurrección popular en todo el país. Aquel era, en resumen, el plan maestro de lo que se bautizó como “Operación Reconquista de España”.
Comienza la invasión
Después del verano y según se aproximaba la fecha prevista para la ofensiva –en el mes de octubre–, las ciudades francesas de Toulouse y Foix asistieron a una masiva llegada de guerrilleros republicanos, en torno a unos 13.000, que hasta entonces habían participado en el maquis francés o en las fuerzas aliadas, y se integraron a partir de ese momento en un nuevo ejército bautizado como Unión Nacional Española (UNE).
De aquellos 13.000 hombres, cerca de 7.000 se ofrecieron a participar como voluntarios en la operación, aunque finalmente sólo fueron 4.000 los elegidos para formar parte de la ofensiva principal en el Valle de Arán, mientras otra fuerza secundaria participaría en las operaciones de “distracción” que se iban a llevar a cabo en distintos puntos de la frontera con Francia. La primera avanzadilla se puso en marcha nada más comenzar el mes de octubre. El día 3, la División 102 atravesó la frontera con Roncesvalles y entabló combate con fuerzas de la Guardia Civil y la Policía Armada en el enclave de Portillo de Lazar, donde perdieron la vida tres miembros de las fuerzas franquistas.
De forma paralela, la 54ª Brigada de la UNE protagonizó su propia escaramuza en el Valle del Roncal, también en Navarra, aunque en este caso el ejército y la benemérita consiguieron frenar la ofensiva guerrillera, obligando a los republicanos a refugiarse de nuevo en Francia. Apenas unos días antes, los servicios secretos franquistas desplegados en la frontera entre Francia y España habían puesto en alerta a sus mandos, pues estaban al tanto de que el maquis tramaba algo. De hecho, el ejército franquista llevaba algunas semanas desplegando numerosos efectivos, llegando incluso a entregar armas a la población ante una eventual ofensiva.
Sin embargo, lo que en aquel momento temía el régimen no era a los maquis –o no sólo a ellos–, sino más bien la posibilidad de que las fuerzas aliadas se atrevieran a lanzar un ataque, como parte de su avance para liberar Europa. Por esta razón, cuando los efectivos de la UNE comenzaron la ‘Operación Reconquista’, el ejército de Franco había desplegado ya dieciséis divisiones de infantería a lo largo del Pirineo. Esta circunstancia permitió que, en la mayoría de los casos, las primeras incursiones guerrilleras fueran atajadas sin mucha dificultad.
Estas pequeñas derrotas, sin embargo, no minaron la moral de Monzón y sus colegas. De hecho, las primeras escaramuzas habían logrado su finalidad, desviar la atención del objetivo principal, así que continuaron llevándose a cabo. Ya mediado el mes, el plan continuó como estaba previsto. Esos días otras tres brigadas –la 35ª, la 10ª y la 27ª–, penetraron en la península ibérica por Saint-Jean-de-Pied-de-Port, encontrando una fuerte oposición del ejército, aunque mantuvieron la lucha por espacio de ocho días. Para entonces, el coronel Vicente López Tovar ya había firmado la orden de invadir el Valle de Arán, y el día 19 arrancó la parte más delicada del plan.
A las seis de la mañana de aquel día, López Tovar y sus hombres de la 204ª División cruzaron el río Garona y entraron en España a través del paso de Pont de Rei, que no tardaron en asegurar para garantizar una vía segura en caso de retirada. Después llegaron a Les, donde arruinaron la fiesta nupcial a la joven Herminia, y continuaron en dirección a Bossòst. En esta última población encontraron oposición de militares y guardias civiles, pero no tardaron en conquistar la plaza y establecer en ella su cuartel general.
Los guerrilleros se habían dividido en tres columnas, cada una con objetivos diferentes. La columna principal –compuesta por ocho brigadas– debía continuar la marcha con la misión de tomar Viella y establecer allí la nueva capital provisional; mientras, las otras dos columnas debían tomar el Puerto de La Bonaigua y el túnel de Viella, respectivamente.
Los primeros días de la operación resultaron un éxito, pues las fuerzas franquistas estaban desprevenidas, y los guerrilleros lograron tomar pueblos como Canejan, Porcingles, Pradell, La Bordeta, Vilac o El Portillón, entre otros. Aquellas conquistas, sin embargo, eran victorias de pequeña entidad, pues se trataba de localidades sin gran importancia estratégica y, aunque sirvieron para mantener la moral de las tropas, no resultaban determinantes para cumplir su objetivo final.
Así, los guerrilleros de la UNE consiguieron aproximarse a Viella, apostándose en cotas próximas al pueblo, pero no lograron penetrar en él, debido a las sólidas fortificaciones y la gran presencia de fuerzas armadas del régimen. Durante varios días, entre el 20 y el 26 de octubre, los republicanos sostuvieron combates en los alrededores de Viella, sin que ninguna de las tentativas llegara a tener éxito.
Mientras tanto, los otros objetivos principales de la operación seguían también sin cumplirse. El ejército franquista consiguió alcanzar el Puerto de La Bonaigua antes que las tropas invasoras, desbaratando así una de las claves del plan, y otro tanto sucedió con el túnel de Viella. Para cuando quisieron darse cuenta, los refuerzos franquistas se habían desplegado ya por buena parte del valle, sumando hasta un total de 50.000 hombres bajo el mando de Rafael García Valiño, jefe del Estado Mayor, y con el apoyo de los generales Moscardó, Yagüe y Marzo.
Al mismo tiempo, otro de los pilares en los que se sustentaba el plan invasor fracasó desde el primer día. La esperada insurrección popular no se produjo, pues apenas un puñado de hombres del valle se sumaron a las fuerzas de la UNE. Meses antes, al plantear sus planes al Comité del PCE, Monzón ya había sido advertido por algunos camaradas de la inviabilidad de esa posibilidad. Los hombres del partido comunista desplegados en el interior de España en la clandestinidad sabían a ciencia cierta que la población, que en aquel entonces sufría la dureza de la represión franquista y la escasez de alimentos y suministros, carecía de moral y voluntad para alzarse en armas contra el régimen. El recuerdo de la guerra y sus miserias estaba todavía demasiado fresco, y el temor a la derrota y a las inevitables represalias pesaba mucho más en su ánimo que la débil esperanza de una improbable victoria.
En el caso del Valle de Arán, además, jugó un papel decisivo la particular idiosincrasia de sus habitantes. Los araneses, al igual que el resto de la población española, tenían miedo y estaban cansados de la guerra, pero además hicieron gala de su hospitalidad prestando ayuda a unos y otros sin inmiscuirse: facilitaron alojamiento, víveres y suministros a los guerrilleros, pero al mismo tiempo dieron refugio a guardia civiles, militares y policías evitando que fueran ejecutados por los maquis.
Con sus objetivos principales sin cumplir y enfrentándose a una más que evidente inferioridad numérica, Tovar se dio por vencido. Solicitó instrucciones al partido y poco después, recibió órdenes de retirada por parte de Santiago Carrillo, que había sido enviado por Dolores Ibárruri, la Pasionaria. La huida comenzó el día 27, con los cañones franquistas bombardeando con dureza las posiciones enemigas, y poco después los guerrilleros se encontraban de nuevo en Francia. El ejército los persiguió hasta el último momento, causando numerosas bajas, e incluso estuvieron tentados de cruzar la frontera tras ellos.
Una amarga derrota
La ‘Operación Reconquista’, pese a los esfuerzos y las esperanzas republicanas, había concluido en una amarga derrota. Según las estimaciones realizadas en los estudios históricos más recientes, las fuerzas de la UNE sumaron un total de 129 muertos y 588 heridos, además de unos 240 prisioneros, muchos de los cuales fueron ejecutados tras los consabidos consejos de guerra o condenados a largas penas de prisión. En el bando franquista los fallecidos ascendieron a 32 y a 248 los heridos. Por otra parte, algunos guerrilleros no tuvieron tiempo de ponerse a salvo en Francia durante la retirada, y aunque la mayoría murieron o fueron hechos prisioneros, unos pocos lograron escapar al cerco franquista y consiguieron integrarse en grupos de maquis que operaban en el interior de la península.
La operación, en definitiva, había resultado un desastre, y las consecuencias no se limitaron a la dura represalia franquista. El fracaso señaló a Jesús Monzón y sus más estrechos colaboradores, que no tardaron en verse afectados por una temible purga ejercida por el propio PCE. Así, Gabriel León Trilla, el colaborador más cercano a Monzón, fue asesinado en Madrid el 6 de septiembre de 1945. No murió por culpa de las balas del régimen, sino ejecutado por agentes comunistas. Igual suerte sufrieron Alberto Pérez Ayala, que murió un mes más tarde, también en Madrid, y Pere Canals, a quien le alcanzó la muerte poco después de llegar a Francia. Monzón tuvo más suerte, y logró ocultarse en España durante algunos meses, aunque finalmente fue detenido por las autoridades franquistas y encarcelado (ver anexo).
Más allá de los caídos durante la operación y de quienes sufrieron la traición de su propio partido, el fiasco de la ‘Operación Reconquista’ supuso un duro mazazo para los sueños de libertad de los miles de republicanos en el exilio. Aquella era prácticamente su última esperanza de asistir a la caída de Franco y su régimen, un sueño que se hizo añicos definitivamente poco después, cuando, acabada la Segunda Guerra Mundial, los aliados dieron la espalda, una vez más, a la ultrajada República española. La dictadura de Franco no era una amenaza, y poco importaban ya el esfuerzo y la sangre derramada por los republicanos españoles en su lucha contra Hitler y el nazismo…
INÉS Y LA ALEGRÍA
En el año 2000, la escritora madrileña Almudena Grandes publicó su libro Inés y la alegría (Tusquets Editores), primer volumen de su serie Episodios de una guerra interminable, centrado en los terribles años de la posguerra. En la novela, en la que se entremezclan la ficción de una historia de amor protagonizada por una joven republicana y un líder de los guerrilleros con los hechos reales acaecidos en el Valle de Arán durante la ‘Operación Reconquista’. Grandes, que es licenciada en Geografía e Historia, se documentó a fondo para plasmar en su novela los pormenores de una historia apenas conocida, ofreciéndonos un relato apasionante que no sólo desgrana los acontecimientos de aquellos tristes días de octubre en los que se derrumbó la última esperanza republicana, sino también muestra los entresijos de la vida de los exiliados en Francia y otros muchos detalles sobre el Partido Comunista de España en aquellos años. Hasta la fecha, Grandes ha publicado cuatro títulos –de un total de seis– de su serie Episodios de una guerra interminable, un ambicioso proyecto que muchos no han dudado en comparar con otros célebres episodios, los de Galdós.
LA TRAICIÓN DE FRANCIA
Con motivo de una visita a Toulouse, el general De Gaulle se dirigió así a los republicanos españoles que habían luchado contra la ocupación nazi de Francia: «Guerrilleros españoles, os saludo, y también a vuestros valientes compatriotas, por la sangre que habéis derramado para conseguir la libertad de Francia. A causa de vuestros sufrimientos sois héroes franco-españoles».
Las palabras del militar galo reconocían el papel de los españoles en la liberación de París y en la lucha contra la Wehrmacht enrolados en la resistencia francesa, pero los guerrilleros poco podían imaginar que quien les rendía homenaje no tardaría en negociar en secreto con su peor enemigo. Tras la fallida Operación Reconquista, De Gaulle dio órdenes de desarmar a los republicanos españoles en suelo francés para evitar que causaran problemas en la frontera.
El gesto se sumaba así a otro no menos insólito en quien hasta poco antes había mostrado su desprecio al régimen de Franco: el 16 de octubre de 1944 la Francia de De Gaulle reconocía al gobierno franquista. ¿Cuáles fueron las razones de tan incomprensible comportamiento?
En julio de 1944, mientras Jesús Monzón y sus colegas del PCE urdían el plan para invadir el Valle de Arán, la Segunda Sección del Estado Mayor español había iniciado conversaciones con el Deuxième Bureau, el servicio de inteligencia militar francés. Tanto es así, que Gutiérrez Mellado –entonces con rango de comandante– fue enviado a París al menos en dos ocasiones, acompañado por el teniente coronel Moyano. Ambos trabaron contacto con el coronel Allard, inspector de la Direction Générale des Etudes et Recherches (DGER), teniendo De Gaulle conocimiento de aquellas reuniones en todo momento.
El DGER había redactado informes vaticinando la Guerra Fría que seguiría a la Segunda Guerra Mundial, y la probable intención de los comunistas franceses de dar un golpe de Estado para eliminar a De Gaulle del poder. Esta circunstancia animó al militar y político galo a mejorar sus relaciones con el régimen franquista, para así coordinar labores de inteligencia que controlaran elementos comunistas en suelo francés, haciendo especial hincapié en los de nacionalidad española. Poco después, en enero de 1945, el Estado Mayor español comunicó a sus capitanes generales que debían comunicar cualquier caso en el que se supiera que gendarmes de la frontera hubieran prestado auxilio a guerrilleros españoles. Estos datos se enviarían a París, de tal modo que las autoridades galas retiraran de aquellos puestos a los gendarmes implicados.
LOS ROSTROS DE LA OPERACIÓN
Vicente López Tovar. Nacido en Madrid en 1909, López Tovar perteneció al Partido Comunista desde las elecciones de 1936, aunque ya con anterioridad había mostrado sus simpatías con la izquierda republicana, dedicando parte de su tiempo libre a la venta del periódico Mundo Obrero, lo que le valió una agresión por parte de un grupo de falangistas.
Aunque en su juventud había desertado del servicio militar, una vez comenzada la Guerra Civil se unió al Quinto Regimiento del Ejército Popular Republicano, luchando en el asedio del Alcázar, las batallas de Guadarrama y Navacerrada, el frente del Ebro y la defensa de Madrid en el fin de la contienda. En marzo de 1939 se exilió en Francia y trabajó un tiempo como fotógrafo, aunque pronto pasó a formar parte del maquis francés, para más tarde alcanzar el grado de coronel –su alias en esa época era “coronel Albert”– en la 15ª División de Guerrilleros Españoles, destacando en varias operaciones de la resistencia contra los nazis.
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial fue galardonado con la Legión de Honor del gobierno francés, así como con la Cruz de Guerra y la Medalla de la Resistencia. Entre 1945 y 1947 se dedicó a formar guerrilleros, y en los años siguientes se ganó la vida como fotógrafo de bodas. En 1963, y junto a otros compañeros, fundó en Argelia un nuevo movimiento republicano bajo el nombre de Movimiento por la Tercera República, después de haber sufrido la persecución por parte de sus antiguos camaradas del PCE. Terminó sus días en Toulouse, donde siguió vinculado con distintas asociaciones de antiguos combatientes, lamentando que tras la muerte de Franco no se instaurara en España la III República.
Jesús Monzón. Nacido en 1910 en el seno de una familia burguesa de Navarra, y educado por los jesuitas, Monzón se licenció en Derecho. Fue precisamente en sus años universitarios cuando entró en contacto con las ideas marxistas, afiliándose en el Partido Comunista. Cuando estalló la Guerra Civil, un amigo carlista lo ocultó y le ayudó a cruzar a Francia, a donde llegó disfrazado de fraile capuchino.
Tras la muerte de su hijo ese mismo año y el divorcio de su entonces esposa, Monzón volvió a España en diciembre, estableciéndose en el País Vasco republicano, ejerciendo como fiscal. Tras caer Bilbao escapó de nuevo a Francia, aunque no tardó en regresar, en esta ocasión a Barcelona, organizando una columna vasco-navarra que se integró en el Frente Popular. Fue nombrado por Juan Negrín gobernador civil de Albacete, Alicante y Cuenca, y a comienzos de marzo de 1939, secretario general del Ministerio de Defensa. Tras el golpe de Casado se vio obligado a huir a Argelia en compañía de la Pasionaria.
Regresó una vez más a Francia, organizando la huida de refugiados a América y la Unión Soviética, convirtiéndose en el hombre fuerte del PCE en Francia. Tras el fracaso de la Operación Reconquista y su caída en desgracia, Santiago Carrillo se convirtió en el nuevo hombre fuerte del partido en suelo francés, iniciándose una persecución a Monzón y sus colaboradores. Monzón se ocultó en Barcelona, pero fue detenido y encarcelado. Se le condenó a 30 años de cárcel, pero fue indultado en 1959 y se exilió en México, aunque años después regresó a España debido a la enfermedad de su esposa. En Baleares se convirtió en director de una escuela de negocios, donde se formaron algunos de los futuros líderes de la transición. Falleció en Pamplona en 1973, víctima de un cáncer.
Juan Blázquez Arroyo. Hijo de un ingeniero andaluz establecido en el Valle de Arán, Juan Blázquez Arroyo nació en Bossòst en 1914. Se formó como abogado en Madrid, e ingresó en las filas de la Juventud Socialista Unificada. Ejerció brevemente como alcalde de su pueblo natal, pero tras el inicio de la guerra se sumó a la 27ª División del ejército republicano, alcanzando el grado de coronel. En 1939 se exilió en Francia, y tras un tiempo en prisión logró escapar y se enroló en la resistencia francesa, donde se le conocía con el alias de “general César”.
Durante la ‘Operación Reconquista’ ejerció como jefe de inteligencia y, aunque estaba convencido de que la misión fracasaría, insistió en participar en ella. Como natural del Valle de Arán, se empeñó personalmente en evitar cualquier tipo de excesos de los guerrilleros sobre la población civil de la región. En 1946 fue reconocido con la Legión de Honor de la República francesa y la Medalla de la Resistencia. Vivió durante once años en Checoslovaquia, enviado por el PCE, y a su regreso a Francia fue expulsado del país, viviendo en Marruecos hasta su muerte.
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