Piscinas naturales de aguas color turquesa, paisajes que emocionan el alma, un patrimonio envidiable y una gastronomía a la altura de los paladares más exigentes. El paraíso existe y lo hemos encontrado en el nordeste de la Península, allí donde confluyen Aragón, Cataluña y la Comunidad Valenciana…
Como viajero y periodista, hay ocasiones en las que uno siente el corazón dividido. Sucede, por ejemplo, cuando se descubre un rincón especial, libre de multitudes y capaz de sorprender pese a los muchos kilómetros recorridos. El primer impulso es el de anunciar a viva voz el hallazgo, compartir con el mundo el tesoro recién descubierto. Pero poco después asalta la duda: ¿y si al revelar el secreto se esfuma el encanto de este edén inesperado?
Eso fue lo que pensé al aventurarme por primera vez en las mágicas tierras de Matarraña, Els Ports de Morella y Terra Alta, tres bellas comarcas que no sólo comparten espacio geográfico (aunque pertenezcan a provincias y comunidades autónomas distintas), sino también patrimonio, paisajes, tradiciones, lengua y gastronomía, entre otras muchas cosas.
La cima de los Tres Reyes
Asegura una vieja leyenda de tiempos medievales que tres reyes –dos musulmanes y otro cristiano– se reunían año tras año en lo alto de un monte en cuya cima confluían sus respectivos reinos. En esta montaña, conocida hoy como el Tossal dels Tres Reis (La cima de los Tres Reyes) podían parlamentar mientras contemplaban sus territorios, de tal modo que el enclave se convirtió en un símbolo de concordia.
El relato legendario es similar a otros que abundan en distintos puntos de la Península, pero sólo aquí, donde se unen las provincias de Teruel, Castellón y Tarragona, sus vecinos pueden presumir de haber transformado el mito en realidad. Y no sólo porque cada mes de octubre acudan a la cumbre del tossal para celebrar una fiesta y rememorar la leyenda, sino porque responsables turísticos y empresarios de las tres comarcas han aunado esfuerzos para dar a conocer las riquezas de estos territorios. No en vano, más allá de mapas y fronteras administrativas, en este caso –como en tantos otros–, es mucho más lo que une que lo que separa.
Matarraña, la Toscana española
El visitante que se adentra por primera vez en la apacible comarca del Matarraña –compuesta por menos de veinte municipios y nueve mil habitantes–, descubre en este pequeño rincón de la provincia de Teruel un remanso de paz que desborda encanto por los cuatro costados. El paisaje de esta acogedora región aragonesa tiene poco que ver con el entorno árido y en ocasiones desolador que acompaña al viajero que llega desde la vecina provincia de Zaragoza.
Allí hasta donde alcanza la vista, asoman pequeñas cimas, abundan los campos tapizados por olivos y almendros y serpentean sinuosas corrientes de agua como las del Matarraña, río que da nombre a la zona. No es de extrañar, por tanto, que los enamorados de esta comarca la hayan bautizado con el apelativo de “Toscana española”. Una comparación que, como pronto pude comprobar, no es para nada exagerada.
Basta contemplar la estampa de Valderrobres desde el puente gótico de San Roque para confirmar que, en efecto, este territorio no tiene nada que envidiar a la popular región italiana. Para alcanzar el magnífico castillo-palacio de la capital de la comarca, una joya medieval del siglo XIV que emerge como un faro en lo más alto de la localidad, hay que atravesar una bella y amplia plaza porticada en la que destaca la soberbia casa consistorial, de estilo renacentista.
El ascenso continúa después por callecitas estrechas y empinadas, salpicadas aquí y allá por numerosas casas solariegas, y cuya tranquilidad apenas se ve alterada por el vuelo juguetón de las golondrinas o el paso apresurado de algún gato. Junto al castillo se levanta también la iglesia de Santa María la Mayor, un templo de estilo gótico levantino que por tamaño bien merecería el título de catedral.
Vestigios de un siniestro pasado
La arquitectura de los pueblos del Matarraña –como Ráfales, La Fresneda o Beceite– es muy similar, y entre sus señas de identidad se cuentan también sus antiguas cárceles, vestigios de un pasado en el que la justicia se impartía y ejecutaba en la propia región, pues las malas comunicaciones impedían trasladar a los reos a otro lugar.
El pasado de la comarca es, sin duda, uno de sus principales atractivos. En el Matarraña abundan los yacimientos arqueológicos íberos, con restos tan espectaculares como los de los poblados de San Antonio o Tossal Redó, ambos en Calaceite, localidad en la que se encuentra el Museo Juan Cabré, que repasa la vida y trabajos de este historiador calaceitano.
La localidad ejerce de capital cultural del Matarraña, pero gracias a sus coquetas calles y a sus antiguas casas señoriales puede presumir también de ser uno de los pueblos más bonitos de España, título que comparte, por cierto, con la ya citada Valderrobres y con Morella, que encontraremos al final de nuestra ruta.
En Peñarroya de Tastavins, un pueblecito de casas apiñadas que se cobija en las faldas de dos parques naturales –Els Ports y La Tinença de Benifassà–, es el pasado más remoto el que tiene nombre propio: Inhospitak. Así se llama la sede de Dinópolis que hay en la población, en la que se pueden contemplar fósiles de hace 100 millones de años y la réplica de un Tastavinsaurus, un imponente saurio de diecisiete metros de altura.
Tras contemplar esta reliquia científica, el otro tesoro del pueblo espera en los límites del casco urbano, junto a la carretera: allí se levanta desde hace siglos la ermita de la Virgen de la Fuente, un templo medieval que conserva una delicada y bellísima techumbre mudéjar, auténtica joya artística y uno de los mejores ejemplos de este estilo de todo Aragón.
La belleza de El Parrizal
Si Calaceite destaca por su pasado íbero y Peñarroya por sus dinosaurios, en Beceite resuenan los ecos de las Guerras Carlistas, aunque por fortuna hoy sobresale por motivos bien distintos. Además de su notable patrimonio, Beceite –o Beseit, su nombre en la variedad local del catalán que se habla en toda la comarca– cuenta con un entorno natural paradisíaco. No en vano está ubicada a los pies del Parque Natural de los Puertos (Els Ports) que llevan su nombre, un vergel de gran belleza paisajística tapizado por bosques de hayas, pinos, robles y encinas.
Entre los parajes más hermosos de sus alrededores se encuentra El Parrizal, una ruta de espectaculares macizos, peñas y gargantas horadadas durante miles de años por las aguas del Matarraña, y que hoy puede disfrutarse paseando por un sendero de unos seis kilómetros.
Porciones del paraíso
No es la única zona de la comarca bañada por las aguas. Entre los pueblos de Valderrobres y La Portellada, y a escasa media hora de camino de esta última localidad, tuve la suerte de encontrar otro de esos rincones edénicos que el Matarraña conserva casi vírgenes y cuya ubicación uno se resiste a compartir por miedo a atraer hasta allí a demasiados visitantes.
Sin embargo, el paraje es bien conocido por los vecinos, que bautizaron este espectacular salto de agua del río Tastavins –un afluente del Matarraña– como El Salt. Aguas arriba –justo antes de la vistosa catarata–, encontramos numerosas pozas, orificios en la roca tallados tras miles y miles de años de erosión, y que hoy se han convertido en magníficas piscinas naturales de aguas cristalinas y color azul turquesa.
Las peculiaridades geológicas y climáticas de la región juegan también un importante papel en la gastronomía de la región. De las fértiles tierras bañadas por el Matarraña y sus afluentes surgen trufas negras y robellones, y en ellas crecen olivos con los que se produce un excelente aceite, y campos en los que se alimentan cerdos y corderos, origen de excelentes jamones y carne de ternasco respectivamente.
Bien mediante platos tradicionales –como los que preparan los restaurantes adheridos a la iniciativa Matarranya a la cassola (Matarraña a la cazuela)– o con apuestas más modernas, los restauradores de la comarca han sabido aprovechar de forma inmejorable los fabulosos productos de la región.
Ruta por la Terra Alta
Ya en tierras de Cataluña, no hay mejor forma de descubrir algunos de los parajes más bellos de la comarca de la Terra Alta (Tarragona), al este del Matarraña, que recorrer parte del trazado de la Vía Verde, una ruta de unos 130 kilómetros que sigue una antigua vía del tren que quedó en desuso en los años 70 del siglo pasado, y que originalmente unía las localidades de Alcañiz y Tortosa.
El tramo que transcurre por la comarca tarraconense tiene unos 25 kilómetros de longitud y conecta las antiguas estaciones de tren de Arnes-Lledó y Pinell de Brai. Dicho recorrido está perfectamente acondicionado y puede realizarse en bicicleta, a pie o a caballo, e incluso cuenta con un tramo adaptado para personas con problemas de movilidad.
El trazado –más suave si lo realizamos en dirección a Pinell, ya que discurre cuesta abajo– atraviesa algunos de los rincones más hermosos de toda la Vía Verde pues, además de circular por antiguos túneles de ferrocarril que horadan las suaves montañas de la zona, se puede disfrutar de los paisajes del Parque Natural dels Ports. También hay zonas de baños tan espectaculares como las del Santuario de la Fontcalda, de aguas tan verdes y cristalinas que parecen sacadas de alguna playa caribeña.
No es la única alternativa que ofrece la Terra Alta para disfrutar de la naturaleza. Esta región, cuyos paisajes y pueblos cautivaron e inspiraron al mismísimo Picasso, cuenta con rutas de senderismo que serpentean por las entrañas de Els Ports, con entornos tan espectaculares como los de los Roques de Benet, una singular formación montañosa de más de mil metros de altura y paredes casi verticales.
El paisaje que sedujo a Picasso
En el apacible y acogedor pueblecito de Horta de Sant Joan, además de pasear por sus preciosas calles y su distinguida plaza mayor, podemos acudir al Centro Picasso, donde se exponen facsímiles de las obras realizadas por el artista malagueño durante su estancia en la población, en la que residió durante varios meses. La huella que la localidad y su entorno dejó en el pintor fue muy profunda, pues llegó a decir: «Todo lo que sé, lo he aprendido en Horta». Ahí es nada.
Las huellas artísticas son visibles también en otras localidades de la comarca. En Gandesa, por ejemplo, descubrí con sorpresa una de las llamadas “catedrales del vino”, singulares y únicas bodegas de estilo modernista construidas a principios del siglo XX por el arquitecto catalán Cèsar Martinell, discípulo aventajado de Gaudí.
El Celler Cooperatiu de Gandesa sigue produciendo en la actualidad vinos de altísima calidad, sobre todo blancos, de uva garnacha blanca y macabeo, que pueden degustarse en el propio recinto, y los secretos de este auténtico templo del vino pueden conocerse gracias a las visitas guiadas por el recinto. Otro tanto sucede en la bodega modernista de Pinell de Brai, también diseñada por Martinell, y que en la actualidad cuenta con un excelente restaurante en su interior.
Ecos de la Guerra Civil
Otro de los enclaves imprescindibles de la Terra Alta se encuentra en el pueblecito de Corbera de Ebro, localidad tristemente famosa por ser uno de los enclaves más castigados durante la Batalla del Ebro en la Guerra Civil, episodio dramático que hoy se recuerda en el Centro de Interpretación 115 días, donde se exponen abundantes materiales de la época y audiovisuales que explican al detalle lo ocurrido.
Conviene hacer también un breve paseo hasta las afueras de la localidad para realizar un sobrecogedor viaje al pasado visitando las desoladoras ruinas del Poble Vell (Pueblo Viejo), cuyos restos siguen en pie como estremecedor testimonio del horror que devastó estas tierras.
Hasta el estallido de la contienda fue un rincón lleno de vida, pero hoy tiene un único habitante: el artista Jesús Pedrola, autor de algunas de las obras de arte contemporáneo que sorprenden al visitante en el pueblo viejo –entre las cicatrices de la metralla, las balas y los obuses–, y promotor de numerosas actividades culturales en la localidad.
Morella, digna de reyes
Decía Jaime I el Conquistador, allá por el siglo XIII, que Morella era un enclave digno de reyes, y lo cierto es que resulta difícil llevarle la contraria al monarca aragonés. Capital de la comarca de Els Ports (Castellón), Morella ha vivido siempre bajo la atenta mirada de su poderoso castillo, erigido en época musulmana a 1.072 metros de altitud. Su imponente silueta destaca desde la lejanía –sobre todo si tenemos la suerte de contemplarlo iluminado al caer la noche–, e impresiona aún más cuando ascendemos hasta él.
Este poderoso bastión de piedra tuvo uso militar hasta comienzos del siglo XX, y en épocas pasadas protagonizó señalados hechos históricos, desde la visita de ilustres personajes como el rey Jaime I o El Cid, hasta decisivas batallas de las Guerras Carlistas, con el general Cabrera como figura destacada, a quien se recuerda hoy en el lugar con una estatua.
Santa María la Mayor, una perla gótica
A los pies del castillo, medio encajado en la roca, se conservan también los restos del antaño hermosísimo convento de San Francisco, del que hoy apenas podemos disfrutar parte del claustro y una sobria iglesia. Muy cerca de allí, a solo unos metros, encontramos la basílica de Santa María la Mayor, un bellísimo templo gótico en cuya fachada destacan dos hermosas puertas. Sin embargo, las mayores sorpresas aguardan en el interior.
La primera de ellas salta rápidamente a la vista: se trata de un impresionante coro elevado al que se accede mediante una escalera de caracol decorada con relieves policromados, y que constituye la otra joya importante de este bello templo, que por riqueza artística y dimensiones bien podría considerarse una pequeña catedral.
Tiempos de dinosaurios
Más reliquias del pasado, en este caso muy remoto, aguardan en el interior de otra iglesia, la de Sant Miquel (hoy desacralizada), donde se ubica el Museo Temps de Dinosaures, refugio de fósiles y restos de estos gigantescos habitantes del pasado de nuestro planeta. Tampoco podemos pasar por alto la visita a otro museo, el del Sexenni, dedicado a la fiesta más importante de Morella, y que como su nombre indica se celebra cada seis años, en el mes de agosto. Durante la celebración, cada día un gremio de la localidad se turna para realizar una llamativa danza por las calles de Morella, que han sido decoradas con vistosos colores para la ocasión.
Pero no todo es historia y patrimonio. Sus preciosas calles están bien surtidas de establecimientos con los productos artesanos de la población: miel, postres, mantas morellanas –vistosas por sus vivos colores– y quesos como los de El pastor de Morella, cuyos productos han traspasado fronteras y se venden en algunos de los establecimientos más exclusivos de Europa y Estados Unidos. Y es que Morella tampoco decepciona a los amantes del buen llantar.
Delicias gastronómicas
Pese a tener poco más de dos mil habitantes, la población cuenta con más de una veintena de locales en los que es posible degustar tanto los platos más típicos como las creaciones gastronómicas más vanguardistas. En todo caso, el visitante no puede irse sin probar los platos aderezados con la apreciada trufa local, las croquetas morellanas o, si es temporada, los sabrosos robellones y setas. Toda una sorpresa culinaria que, al igual que sucede en sus comarcas hermanas, hacen de la región un paraíso para los amantes de la buena mesa.
No hay duda de que Morella es uno de los platos fuertes de la comarca, pero ni mucho menos es el único. En toda la zona abundan las joyas del patrimonio histórico artístico, con un buen puñado de palacios renacentistas, hornos medievales que todavía están en funcionamiento (como el de Forcall, el más antiguo de Europa) e iglesias con artesonados mudéjares.
Tampoco faltan paisajes idílicos para perderse y encontrar la paz y el sosiego, como los que brindan los hermosos barrancos de Santo Domingo, a orillas del río Cèrvol, cerca de Vallibona y el Parque Natural de la Tinença de Benifassa. Lo dicho: no hace falta buscar lejos para encontrar el paraíso…
GUÍA PRÁCTICA
CÓMO LLEGAR. En coche, desde Madrid hay que tomar la N-II hasta Zaragoza y, una vez en la capital maña, seguir la carretera N-232. Si nos dirigimos a Morella en primer lugar, esta nacional nos llevará hasta allí directamente. Si preferimos comenzar con la comarca del Matarraña, al pasar Alcañiz tendremos que tomar la N-231 en dirección a Valderrobres. En caso de llegar a la Terra Alta, desde Tarragona debemos tomar la N-420. Desde Lleida, la C-230 por el Eix de l’Ebre hasta Benifallet y, después continuar por la C-235. Por autopista, la A7 salida Reus. En autobús, la empresa Hife comunica las distintas poblaciones de las tres comarcas.
DÓNDE DORMIR. En la comarca del Matarraña, merece la pena encontrar el relax que ofrecen establecimientos como el Hotel Molí de l’Hereu (Ráfales) o La Fábrica de Solfa (Beceite). Si queremos alojarnos en Morella, el Hotel Cardenal Ram permite disfrutar de la experiencia de descansar con todas las comodidades en un antiguo palacio renacentista. Para la Terra Alta, una buena opción son los Apartamentos Lo Portalet (Horta de Sant Joan), a un paso de los Roques de Benet.
PARA COMER. En Matarraña, La Alquería (Ráfales). En Morella, Casa Roque y El Mesón del Pastor. En Terra Alta, Nou Moderno (Vilalba dels Arcs).
PLANEANDO TU VIAJE. Las comarcas de Matarraña, Terra Alta y Morella ocupan un área no muy extensa, y aunque un fin de semana podría ser suficiente para visitar los lugares más importantes, lo ideal es dedicar cuatro o cinco días para disfrutar de todos los tesoros que esconden estas tres regiones. Lo mejor es utilizar el coche para desplazarse entre los distintos pueblos, y después recorrer a pie o en bicicleta los diferentes parajes.
MÁS INFORMACIÓN: Las tres comarcas cuentan con sendas páginas web con abundante información sobre los rincones y eventos que no pueden faltar en tu plan de viaje. Comarca del Matarraña – Els Ports de Morella – Portal de Turismo de Terra Alta
IDEAS PARA UN VIAJE PERFECTO
Viajar a los tiempos del Jurásico y el Cretácico, cuando los dinosaurios dominaban la Tierra es posible en las comarcas de Els Ports de Morella y Matarraña. En la primera encontramos el Museu Temps de Dinosaures, con una espectacular colección de fósiles del Cretácico –entre otros, destacan los de un Iguanodon–, y también yacimientos paleontológicos, algunos visitables, como el de Cinctorres. En el Matarraña hay que acudir a Inhospitak, una de las sedes del parque Dinópolis, donde nos espera una réplica del Tastavinosaurus, el dinosaurio saurópodo más completo encontrado en España.
Una de las mejores formas de disfrutar de los maravillosos entornos naturales de las tres comarcas es montado en una bici. Ya sea recorriendo con calma los distintos pueblos de la región o bien recorriendo los numerosos kilómetros de Vía Verde habilitados, los amantes de las dos ruedas encontrarán aquí un paraíso ciclista repleto de rincones con encanto.
Los más aventureros y amantes de las emociones fuertes tienen en los Roques de Benet (Terra Alta) un desafío de altura. Este macizo de poco más de mil metros puede subirse sin cuerdas o con vía de escalada y aunque las empinadas paredes que separan de la cima no suponen un fácil ascenso, las impresionantes vistas que esperan en lo alto de les roques bien merecen la hazaña.
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