Desertar del ejército cambió su vida para siempre, y de una manera insospechada. Corrían los últimos años del siglo XIX, España estaba en guerra en Marruecos, y el sabadellense Joan Vilatobà i Fígols (1878-1954) era uno de los muchos jóvenes a punto de ser llamados a filas. Pero guiado por sus firmes convicciones republicanas y pacifistas, Vilatobà tomó la determinación de huir y refugiarse en Toulouse.
Aquel traslado forzoso al país vecino le abrió las puertas del escenario cultural europeo de la época, poniéndole en contacto con corrientes pictóricas como el impresionismo y, lo que es más importante, con el todavía joven arte de la fotografía. Este interés por la disciplina argéntica se desarrolló de forma especial durante sus viajes a París y Alemania, y fue así como Vilatobà descubrió la que fue su gran pasión.
En 1903, con los tambores de guerra ya silenciados, Vilatobà regresó a su Sabadell natal, donde estableció un modesto estudio fotográfico, donde realizaba retratos convencionales de los habitantes de la ciudad. Al mismo tiempo, sin embargo, el joven fotógrafo catalán desarrollaba en paralelo una intensa actividad, realizando fotografías de un corte más artístico, en el que plasmaba paisajes y composiciones con una estética cercana al romanticismo y el simbolismo.
En aquellas mismas fechas su trabajo más creativo comenzó a ser conocido y valorado entre sus contemporáneos. A lo largo de la primera década del siglo se hace con diversos premios, como el otorgado por la publicación La Ilustració Catalana, la medalla de honor de la Exposición Nacional de Fotografía de Madrid (en 1905) o la medalla de oro de Granada (al año siguiente).
Vilatobà no tardó en convertirse en uno de los principales exponentes de la fotografía pictorialista, una corriente que buscaba reivindicar la fotografía de aspiraciones más estéticas como un arte, en contraposición a la fotografía más convencional, que comenzaba a popularizarse en aquellos años gracias a la comercialización de distintos modelos de cámaras asequibles para buena parte del público.
Sus paisajes, a menudo capturados por su cámara en las proximidades de Sabadell, muestran escenas casi oníricas, de bosques y riachuelos de marcada estética romántica, con brumas, rayos de sol colándose entre las ramas, y sin apenas mostrar el cielo. En lo que respecta a sus imágenes con figuras humanas como protagonistas, realizadas en estudio, destacan los retratos femeninos semidesnudos, con un sugerente estilo cargado de sensualidad y erotismo.
Junto a estos dos temas, Vilatobà dio también forma a un tercer tipo de escenas, quizá las más llamativas y apreciadas, que consistían en composiciones de dos o más personajes, en los que abundaban figuras prototípicas (mujeres jóvenes, ancianos, muchachos…) dispuestas en composiciones que recuerdan a las de la pintura de la época, aunque diferenciándose de ella al destacar sus cualidades propias.
En estas escenas Vilatobà gustaba de contraponer hermosas jóvenes semidesnudas frente a ancianos, como en una de sus fotografías más célebres, ‘¿En qué punto del cielo te encontraré?’ (1903-04), y algunas de estas composiciones abundaban temas melancólicos o alusivos a la muerte, circunstancia que no escapó a la atención de sus contemporáneos.
En algunas de estas fotografías aparecen también a menudo jóvenes gitanas, debido a su interés y fascinación por el flamenco, otra de sus pasiones. De hecho, Vilatobà contó entre sus amistades a músicos de la talla de Andrés Segovia o Enrique Granados, así como a destacados artistas de la época, a quienes retrató en varias ocasiones, como Anglada Camarasa, Rusiñol e incluso Sorolla.
Vilatobà continuó cosechando éxitos durante la segunda década del siglo, realizando importantes exposiciones (por ejemplo, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, en 1919), y siempre manteniéndose fiel a su peculiar estilo pictorialista, pese a que en aquellos años la fotografía ya había abrazado también las corrientes más vanguardistas.
Curiosamente, y a pesar de este éxito, Vilatobà decidió abandonar la fotografía en 1931, dedicándose desde entonces y hasta su muerte en 1954 a la enseñanza, como profesor en la Escuela Industrial de Sabadell. Por suerte, su legado fotográfico, compuesto por cerca de 2.000 placas de vidrio, se conserva casi completo en la actualidad.
Más fotografías de Vilatobà: Exposición temporal Museo del Romanticismo