Levantadas entre viñedos y paisajes que parecen destinados a aliviar las penas del alma, las bodegas más señeras del país sorprenden a sus visitantes con auténticos templos de la nueva arquitectura.
Los amantes del vino y del enoturismo lo saben bien: no hay bodega de prestigio –tanto en España como fuera de nuestras fronteras– que en los últimos años no haya reforzado su imagen de marca encargando a algún arquitecto de renombre el diseño de sus instalaciones. Gracias a ello, enófilos y apasionados de la arquitectura podemos disfrutar desde hace años de una larga lista de bodegas que no sólo enamoran por la calidad de sus vinos, sino que también nos cautivan gracias a construcciones de vanguardia: son las nuevas catedrales del vino, modernos santuarios en los que honrar al dios Baco.
En España, el enoturismo goza de una salud más que envidiable, como reflejan los datos de los últimos años. El volumen de negocio asociado a las visitas a bodegas y museos del vino ascendió en 2018 a 81 millones de euros (un 20,5% más que la temporada anterior), una cifra que se dispara hasta los 240 millones si sumamos la actividad de hoteles y restaurantes vinculados con las distintas rutas vitivinícolas.
En total, fueron casi 3 millones de visitantes –un 74% de ellos nacionales– los que acudieron a alguna de las numerosas bodegas que salpican nuestra geografía: todos ellos atraídos por la oferta vinícola y gastronómica, pero en muchos casos también por los vistosos edificios diseñados por algunos de los arquitectos más prestigiosos del mundo.
Una de las primeras bodegas en apostar por el binomio vino-arquitectura fue Ysios, de Laguardia, en plena Rioja alavesa. Allí, rodeado por viñedos y con el fondo incomparable de la sierra de Cantabria, se levanta desde 2001 un llamativo edificio de formas ondulantes diseñado por el valenciano Santiago Calatrava. El recinto, construido en hormigón, madera y aluminio, se integra de forma armoniosa con el paisaje y busca evocar las líneas de una hilera de barricas al duplicar su imagen, reflejada en los estanques que rodean a la construcción.
Además de las habituales visitas guiadas a sus viñedos y a la sala de barricas, la bodega ofrece un programa de catas de sus alabados riojas de uva tempranillo y la posibilidad de unirse a su club privado para disfrutar en exclusiva de algunas de sus instalaciones.
De Gehry a Moneo
No menos vistosa resulta la espectacular creación de Frank Gehry para la bodega Marqués de Riscal (Elciego, también en Álava), donde el canadiense ideó un edificio que se integra en la llamada Ciudad del Vino. Inaugurado en octubre del 2006 con unas líneas que recuerdan inevitablemente al Museo Guggenheim de Bilbao, el edificio fue el primer proyecto que el premio Priztker realizó para una bodega.
Sus formas curvas, realizadas en titanio y acero y con colores que evocan los vinos de Marqués de Riscal (rosa, oro y plata) dan cobijo a un lujoso hotel de la cadena Marriot, así como a varios restaurantes (uno de ellos con una estrella Michelin), una biblioteca y una vinoteca. Además de la oferta enológica y gastronómica, los visitantes pueden disfrutar de visitas guiadas a las instalaciones, escapadas a rincones de la región o paseos a caballo, en bicicleta o incluso vuelos en globo que permiten contemplar los viñedos desde las alturas.
Otro arquitecto de primera fila, el británico Norman Foster, quería lograr una fusión perfecta de paisaje y arquitectura, uniendo tierra y cielo, y lo consiguió dando forma al «corazón de una flor con tres pétalos», como él mismo describió el edificio que, junto a su estudio, diseñó para Bodegas Portia, enclavado en la localidad burgalesa de Gumiel de Izán, donde se elaboran algunos de los mejores caldos de la Ribera del Duero. En efecto, vista desde las alturas, la construcción –realizada en acero, hormigón, vidrio y madera– recuerda a una estilizada flor de líneas rectas, o a una estrella de tres puntas.
Haciendo honor al estilo sobrio y funcional que define el estilo de Foster, cada una de las tres partes del recinto está dedicada a las distintas fases de la elaboración de los vinos: fermentación, crianza y envejecimiento. Portia brinda a sus visitantes la posibilidad de realizar visitas guiadas y catas en sus instalaciones, y además dispone de un soberbio restaurante (el Triennia Gastrobar), donde maridar sus magníficos riberas con un suculento lechazo típico de la tierra.
Nos vamos ahora hasta tierras del Somontano oscense, a la localidad de Barbastro, cuna de la Bodega Sommos. Allí, el arquitecto navarro Jesús Marino Pascual desplegó su maestría jugando con formas geométricas para crear un edificio compuesto por cubos y prismas que emerge con elegancia entre las viñas y que está flanqueado en una de sus fachadas por un gran lago circular. Además de las imprescindibles visitas al recinto y las catas de sus apreciados vinos, Sommos cuenta con un reputado restaurante –dirigido con manos sabias por el chef Javier Trallero–, en el que se apuesta por la cocina tradicional sostenida en productos locales y de temporada. También ofrecen paseos a caballo por la zona, excursiones y actividades de aventura en la comarca del Somontano.
En la localidad navarra de Aberin, el arquitecto Rafael Moneo se encontró ante el desafío de integrar un nuevo edificio para la bodega Propiedad de Arínzano en un entorno centenario en el que se levantan desde hace siglos otras tres construcciones: una torre del siglo XVI (Cabo de Armerías), una casona dieciochesca y una iglesia del XIX dedicada a San Martín de Tours. El premio Pritzker cumplió con creces su objetivo, levantando un edificio de líneas modernas, pero manteniendo una agradable armonía con las tres construcciones más antiguas a las que la nueva estructura parece abrazar, y de cuya restauración también fue responsable.
Desde el año 2002, los visitantes pueden disfrutar aquí de las degustaciones de su exclusivo vino de Pago (el primer del norte de España), pero también de otras actividades, como paseos por el entorno del río Ega –al abrigo de un bosque de ribera poblado de arces, fresnos y sauces–, búsqueda de trufa con perros, paseos en boogie, así como visitas a sus viñedos o al Centro de la trufa de Metauten y al del Caviar Nacarii, en la cercana Yesa.
Joyas modernistas
Aunque pueda sorprender a más de uno, esta “moda” de construir edificios singulares diseñados por arquitectos de renombre no es, ni mucho menos, algo exclusivo de las últimas décadas. A comienzos del siglo XX y coincidiendo con una terrible crisis que afectó al sector vitivinícola, la agricultura catalana vio surgir un fenómeno hasta entonces inédito: jornaleros y payeses propietarios –hasta entonces enfrentados–, unieron fuerzas y formaron cooperativas. Al amparo de estas asociaciones se produjo otro fenómeno no menos interesante: el de la construcción de unos treinta cellers (bodegas) en estilo modernista, que en aquellos años triunfaba en toda Europa.
Una de las más conocidas es la del Celler Cooperatiu de Gandesa (coopgandesa.com), en la comarca tarraconense de la Terra Alta, construida en 1919 siguiendo un diseño del arquitecto Cèsar Martinell i Brunet, discípulo de Gaudí. Construido principalmente en ladrillo, el edificio se caracteriza por el uso de unos espectaculares arcos parabólicos y bóvedas de gran ligereza y resistencia, con bosques de columnas en su planta superior que le confieren un aire similar al de una extravagante mezquita.
Actualmente, en el recinto, que fue restaurado hace unos años, ya no se produce vino –aunque la cooperativa continúa trabajando en edificios próximos–, y desde su catalogación en el año 2002 como Bien Cultural de Interés Nacional, está abierto al público y ofrece visitas guiadas y catas de sus vinos elaborados con garnacha blanca.
Otra bodega modernista de la Terra Alta, también diseñada por Martinell, es la del Celler Pagos de Híbera, en la localidad de Pinell de Brai. Su diseño es muy similar al de Gandesa, y el recinto también está abierto al público, ofreciendo catas y apostando por el enoturismo gastronómico con un restaurante de gran calidad. Una oportunidad única para sorprender al paladar en el marco incomparable de una auténtica catedral del vino.
Pazos, bodegas y viñedos
Ubicado a escasos tres kilómetros del centro de Vilagarcía de Arousa, el Pazo de Rubianes es uno de los mejores ejemplos del binomio arquitectura y bodegas en Galicia. Sus orígenes se remontan nada menos que al siglo XII, época en la que existía en aquel lugar una torre fortaleza. Fue allí donde, tres centurias más tarde, en el siglo XV, levantó su pazo García de Caamaño, fundador de la localidad de Vilagarcía de Arousa. El aspecto actual se debe en gran medida a las reformas realizadas por otro de sus propietarios, don Jacobo Ozores, quien en el siglo XVIII contrató los servicios de un arquitecto francés, razón por la cual la construcción cuenta con evidentes similitudes con los típicos châteaux del país vecino.
Además de contar con unos viñedos que ocupan cerca de 25 hectáreas de terreno, la finca del Pazo de Rubianes posee también una enorme extensión dedicada a hermosos jardines de distintos estilos que atraen a visitantes de todo el mundo, en especial entre los amantes de las camelias, especie que en la comarca del Salnés se desarrolla con especial belleza.
La zona ajardinada comenzó a diseñarse en el siglo XVII, aunque fue en la centuria siguiente cuando se llevaron a cabo las intervenciones más importantes, contando hoy con espectaculares muestras de magnolios, criptomerias, fresnos, camelias y otras muchas especies botánicas de los cinco continentes. En la actualidad, tanto el palacio como los jardines y las bodegas están abiertos al público, constituyendo uno de los principales atractivos turísticos de la comarca.
Otro referente de visita obligada ese el Pazo Baión, en Vilanova de Arousa, una majestuosa construcción cuyo origen se remonta al siglo XV, cuando los señores de Sarmiento eran los propietarios de la Casa y Torre de Fontán, nombre que por aquel entonces tenía la propiedad. Con el paso de los siglos el recinto fue dando paso a otras familias nobles, como los Figueroa, los condes de Priegue o los Soutomaior, y a comienzos del siglo XX fue adquirido y reformado por un emigrante gallego que regresó a su tierra natal tras hacer fortuna en las Américas.
Desde el año 2008 el Pazo Baión pertenece a la bodega Condes de Albarei, que gestiona sus 30 hectáreas de terreno (22 de ellas dedicadas al cultivo de uva albariño). Además de las habituales catas y visitas a los viñedos y la bodega, no hay que perderse el recorrido por la finca para descubrir todos los secretos de su imponente arquitectura, tan característica del pasado señorial gallego.
UNA CASA DE HIERRO PARA VINOS DE JEREZ
Por llamativa que pueda parecernos hoy, el vínculo entre vino y arquitectura tiene unas raíces antiguas que se remontan al siglo XIX. En este sentido, una de las bodegas más veteranas en apostar por la construcción de un recinto de líneas vanguardistas fue la Real Bodega de la Concha (hoy propiedad de Tío Pepe), en la localidad gaditana de Jerez de la Frontera.
Allí se erigió en el año 1869 un curioso edificio de planta circular diseñado por el ingeniero británico Joseph Coogan –hay quien dice que utilizó un boceto del mismísimo Gustave Eiffel– y que seguía las últimas corrientes de la entonces vanguardista arquitectura del hierro. Este templo del jerez goza del apelativo de real en honor a la reina Isabel II, que realizó una visita a la propiedad unos años antes. Hoy sigue en pie, con diferentes usos, y en su interior se custodian 214 botas de vino amontillado de la firma.
Más información: Tiopepe.com
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