Hay mil y un caminos para llegar a Compostela, pero pocos son tan emocionantes como el que transcurre por mar y se adentra en la ría de Muros Noia, en las Rías Baixas, rememorando la misma travesía que siguieron miles de peregrinos desde los tiempos de la Segunda Cruzada.
Un viento generoso y benévolo infla el zoque y la mayor, y el velero avanza suave mientras corta las olas como si la proa fuera un cuchillo. Navegamos al abrigo de la protectora ría de Vigo, paraíso para los amantes de la vela, y a unos relajados 6 nudos por hora llevamos una derrota que, en unos días, acabará por conducirnos a Santiago de Compostela… No, no hemos perdido la cabeza a causa del vaivén de las olas y el viento del Atlántico: la ciudad del apóstol está unos 40 km de la costa más cercana, pero en siglos pasados tuvo puerto propio en la ría de Muros-Noia, a donde cada año llegaban miles de comerciantes y peregrinos. Tras arribar a puerto, aquellos devotos viajeros recorrían a pie el último tramo que les separaba de Santiago y el sepulcro del apóstol.
Aquel antiguo camino que combinaba travesía marítima y un breve tramo terrestre acabó perdiéndose poco a poco en las brumas de la historia, pero el esfuerzo y el tesón de un grupo de concellos de la zona, con la ayuda de historiadores y arqueólogos, hizo posible que el pasado mes de diciembre de 2020 el cabildo catedralicio de Compostela reconociera el Camino Marítimo de la ría Muros-Noia como ruta jacobea oficial. Es decir, que a día de hoy goza de la misma consideración que el célebre Camino Francés, el Camino Primitivo o cualquiera de las otras variantes reconocidas desde hace años.
Así, cualquier peregrino que decida llegar a Santiago por esta vía marítima puede conseguir también la ansiada compostela, siempre y cuando se cumplan algunos requisitos: hay que sellar dos veces al día la credencial de peregrino, debemos realizar al menos 90 millas náuticas en una embarcación sin motor y, por último, hay que recorrer los últimos 12 kilómetros a pie para alcanzar la ciudad del apóstol.
Un camino con 900 años de historia
Antes de embarcar para vivir esta aventura –para alguien de interior, la perspectiva de navegar varios días en velero se presenta como una experiencia emocionante– repasamos nuestras notas: casi nueve siglos antes que nosotros, en 1147, arribó al estuario del Tambre, en la ría de Muros-Noia, una imponente flota de más de 200 barcos repletos de soldados y caballeros. Aquella hueste procedía de las islas británicas, la Borgoña y territorios de la actual Alemania, y se dirigía a Tierra Santa para participar en la Segunda Cruzada.
Pero antes de luchar en aquellas tierras lejanas, los cruzados decidieron desembarcar en Galicia para peregrinar hasta la tumba del apóstol y solicitar su ayuda en la batalla. Cosa lógica, pues en aquellos tiempos Santiago tenía fama de intervenir milagrosamente para auxiliar a las tropas cristianas en sus enfrentamientos con los sarracenos.
Apenas veinte años más tarde, en 1168, el rey Fernando II de León concedió Carta Puebla de fundación a la villa de Noia, reconociendo en el documento su intención de instaurar el Portus Apostoli (Puerto del Apóstol) en la localidad. Evidencia de que, sin duda, hasta la ría llegaban numerosas embarcaciones cargadas de peregrinos.
Ya en 1431, los documentos históricos nos hablan de la llegada del comerciante veneciano Pietro Querini –responsable de abrir una ruta comercial entre el Mediterráneo y Escandinavia–, quien atracó con su nave en Muros, con intención de continuar a pie su peregrinación hasta Compostela.
Un último apunte histórico, no menos relevante: en el siglo XVI, el mismísimo emperador Carlos V escribió al gobernador de Galicia para solicitar la liberación de cincuenta peregrinos franceses que habían sido apresados en el puerto de Muros, ordenando además que no se cobraran tributos a los viajeros que viajaban con fines religiosos a Compostela.
Todos estos episodios históricos sirvieron para demostrar la existencia de una vía que, con origen en los distintos puertos de la ría de Muros-Noia, fue empleada durante varios siglos por peregrinos llegados de toda Europa. Un requisito, el de la historicidad, clave para conseguir su reconocimiento oficial por el cabildo compostelano.
Pero cerremos los libros de historia y abramos el cuaderno de bitácora. Toca embarcar para vivir una experiencia inolvidable.
Rumbo a la aventura
Los peregrinos medievales que decidían viajar en barco solían escoger este medio de transporte por seguridad: el mar no está exento de riesgos, sobre todo en aquellos tiempos, pero aún así una travesía de poco más de una semana resultaba mucho más segura que aventurarse varios meses a pie por un camino en el que, a menudo, acechaban no pocos peligros.
Hoy las motivaciones son otras: hacer el Camino de Santiago en velero tiene un punto de aventura que convierte la experiencia en algo excitante, permite descubrir cómo es la vida a bordo de estas embarcaciones –aunque sea por unos días– y, además, ofrece la posibilidad de disfrutar despreocupadamente de la navegación o de participar más activamente, echando una mano al patrón con algunas de las tareas habituales del barco.
Además, la travesía hasta arribar a puerto supone una oportunidad extraordinaria de descubrir los paisajes de la hermosa costa gallega desde otra perspectiva, visitando algunos de los lugares más emblemáticos de las Rías Baixas.
No todo el mundo tiene la suerte de disponer de un velero así que, ¿cómo surcamos las aguas en nuestro camino a Santiago? Lo ideal es contratar el viaje en velero con alguna compañía chárter que ofrezca esta experiencia. En nuestro caso, dejamos todo en manos de Sailway, que organiza salidas desde el puerto de Vigo (ver detalles en la guía de viaje).
La primera mañana de travesía es relajada, y no puede comenzar de mejor forma: con una visita al archipiélago de las Cíes, un auténtico paraíso natural que forma parte del Parque Nacional Marítimo-Terrestre de las Islas Atlánticas de Galicia. Allí podemos fondear para tomar el almuerzo, darnos un baño en la playa de Rodas (una de las mejores del mundo, gracias a su arena fina y sus aguas turquesas, según un ranquin del diario británico The Guardian) o hacer alguna excursión para conocer los hermosos paisajes de alguna de sus tres islas (San Martiño, Faro y Monteagudo).
Por la tarde retomamos la navegación: nos esperan la silueta de la isla de Ons, con su hermosa playa de Melide, y en dirección a tierra la ría de Pontevedra, con pueblos marineros con tanto encanto como Combarro, célebre por sus pintorescos hórreos, que casi se dejan acariciar por las olas del mar.
El camino de la ría Muros-Noia
El resto de jornadas nos permitirán descubrir más rincones hermosos, como los que cobija la ría de Arousa, o adentrarnos en otra isla del Parque Nacional, la de Sálvora, que en otros tiempos fue refugio de piratas y corsarios y que hoy ofrece bellos paisajes y varias rutas para pasear, como la que conduce a una aldea abandonada (solo visitable con guía autorizado) cuyo último vecino la abandonó en 1972.
El último día de nuestra travesía por mar nos recibe con aguas algo más agitadas, pero a estas alturas somos ya viejos lobos de mar (la biodramina también ayuda, claro) y el mareo se pierde entre las olas y las hermosas vistas de la costa. Tras doblar el cabo de Corrubedo vislumbramos ya la entrada a la ría de Muros-Noia, destino final de nuestra travesía a bordo del velero.
Antes de decir adiós a la embarcación, disfrutamos de las vistas del monte Louro, en el extremo norte de la ría, y del espectacular castro de Baroña (en el lado sur), un antiguo asentamiento de la Edad de Hierro (siglos I a.C.-I d.C.) del que todavía se conservan varias decenas de viviendas de planta circular, levantadas en un istmo que ofrece una visión espectacular del Atlántico.
La travesía xacobea nos ofrece dos posibles puertos en los realizar el atraque definitivo: la villa de Muros (al norte de la ría) o el puerto de la localidad de Porto do Son. Nosotros escogimos la primera opción, aunque desde ambas parte un camino que termina confluyendo en Noia, desde donde arranca ya una travesía única que conduce a Compostela.
Pero antes de iniciar la etapa final, ya a pie, hay tiempo para descubrir la pintoresca localidad de Muros, magnífico ejemplo de pueblo marinero, muy bien conservado, recuerdo del que en siglos pasados fue uno de los puertos más importantes de Galicia. Hoy su puerto deportivo sigue gozando de buena salud –es el que tiene mayor número de embarcaciones en tránsito de toda la comunidad–, y en sus alrededores podemos descubrir una llamativa escultura que señala el lugar exacto en el que amarraban los navíos que traían peregrinos desde toda Europa.
Si recorremos sus calles, con hermosas casas de piedra, vistosos soportales y pequeñas plazoletas (lo ideal es recorrerlo de la mano de los guías de la asociación Muros, vila de auga e sal) podremos contemplar notables ejemplos de patrimonio, como la iglesia de San Pedro (antigua colegiata de Santa María del Campo), un templo de origen románico que hoy muestra una mezcla de estilos que incluyen el gótico mariñeiro o el barroco visible en su torre.
Testimonio de la influencia que la ruta jacobea ejerció en el municipio es otro de sus monumentos, el santuario de la Virgen del Camino, muy popular entre peregrinos y marineros, y que estuvo vinculado con el lazareto que existió en la localidad.
Un monasterio entre cascadas
Dejando atrás Muros, y ya caminando por el camino que conduce a Noia, sustituimos la compañía del mar, que hasta ahora ha estado siempre presente, por fragas frondosas y ríos de corrientes tranquilas.
Aquí, el recorrido nos regala estampas como las del Puente do Ruso, una construcción del siglo XVIII –aunque para el profano parece mucho más antiguo– que se eleva varios metros sobre las aguas del río Tins, en un paraje que parece sacado de un cuento de hadas. Mucho más monumental es el puente Nafonso, de origen medieval, que cruza las aguas del Tambre y nos franquea el paso para llegar a Noia.
Esta villa, ubicada en el punto más interior de la ría, encontramos más joyas del patrimonio, de nuevo vinculadas con Santiago de Compostela. La primera visita nos conduce hasta la plaza del Tapal, donde se levanta desde el siglo XV la iglesia de San Martiño. Lo primero que llama la atención es su pórtico, construido a imitación del Pórtico de la Gloria de la catedral de Compostela. Fue precisamente el arzobispo de Santiago, Lope de Mendoza, quien patrocinó su construcción.
No muy lejos de allí, en la antigua iglesia (hoy desacralizada) de Santa María a Nova (siglo XIV), se encuentra el Museo de las Lápidas Gremiales, un espacio expositivo único en Europa, donde podemos contemplar curiosas lápidas en las que se aprecian símbolos gremiales. Destaca entre todas ellas la llamada “lápida del peregrino”, una pieza que, se cree, cubrió la tumba de un peregrino adinerado que perdió la vida mientras recorría el camino a Compostela.
Dejamos atrás la villa de Noia y regresamos al camino, de nuevo agreste y frondoso. En medio de una típica fraga gallega, entre carballos, loureiros, helechos y piedras vestidas de musgo, se levantan los restos del antiguo monasterio de San Xusto de Toxosoutos, en Lousame (A Coruña). Los orígenes de este cenobio se remontan al siglo XII y, aunque en época medieval llegó a amasar importantes riquezas, con prioratos en otros puntos del reino, hoy solo se conservan la iglesia de época barroca y las ruinas de un palomar y varios muiños (molinos).
El antiguo mosteiro se levantaba a orillas del río San Xusto, que todavía salta hoy entre la vegetación y las rocas, dando lugar a vistosas fervenzas(cascadas) y rápidos. Contemplando hoy la belleza de este entorno tan evocador, es fácil imaginar porqué los monjes escogieron este apacible rincón para su retiro espiritual.
Después de reponer fuerzas tras un breve descanso en las fervenzas del monasterio, llegamos a Urdilde. Allí nos recibe Vanessa, propietaria de un antiguo estanco hoy reconvertido en ecotienda (O Estanco Urdilde), donde no solo podemos sellar la credencial, sino también adquirir o degustar alguno de los muchos productos típicos gallegos que tiene a la venta. La parada para comer conviene hacerla en Bertamiráns (por ejemplo en Casa Abelleira), pues desde allí sólo 10 kilómetros nos separan de nuestra meta.
La catedral de Santiago no tarda en aparecer a lo lejos, como un faro que advierte a las embarcaciones de que la costa y el puerto de destino están cerca. Queda un último trámite antes de visitar al apóstol: hay que pasar por la oficina del peregrino para sellar la credencial por última vez y recoger la bien ganada compostela. En la plaza del Obradoiro, antes de entrar en el templo, nos cruzamos con otros peregrinos.
Ellos han hecho todo el camino a pie, después de atravesar prados, fragas y corredoiras, pero el rostro de unos y otros lo dice todo: no importa si se llega por tierra o por mar, o si la ruta se hace por devoción, por simple turismo o para descubrirnos a nosotros mismos; una vez en Santiago, el recuerdo de los días vividos en el Camino ya navega por los océanos del alma.
TRANSLATIO: TRAS LOS PASOS DEL CADÁVER DE SANTIAGO
Según la tradición, tras el martirio de Santiago el Mayor, hijo de Zebedeo, sus discípulos trasladaron su cuerpo hasta tierras de Galicia, empleando para tan largo viaje desde Tierra Santa una embarcación que navegaba sin necesidad de tripulación. Así habrían llegado hasta las costas de la ría de Arousa, ascendiendo a continuación aguas arriba del río Ulla, para atracar finalmente en el puerto de Iria Flavia (actual Padrón).
Esta última etapa del viaje en barco, que finalizaría por tierra hasta depositar los restos del apóstol en lo que siglos después se convertiría en Santiago de Compostela, se conoce hoy como Translatio, y puede recorrerse en la actualidad a bordo de alguno de los barcos turísticos que empresas como Amare o Alvamar ofrecen a los visitantes. La tradición se recuerda todos los años –desde 1965– con una llamativa procesión que, en verano, congrega a multitud de embarcaciones que recrean el trayecto descrito en la leyenda jacobea, hoy jalonado por un vía crucis compuesto por 17 hermosos cruceiros.
GUÍA DE VIAJE
PARA LA TRAVESÍA EN VELERO: La compañía Sailway ofrece salidas durante todo el año para realizar el Camino Marítimo de la ría Muros-Noia (grupo mínimo de 4 personas y según disponibilidad de flota). La travesía xacobea (6 días, 4 de ellos navegando) desde el puerto de Vigo tiene un precio de septiembre a junio de 745€ por persona, IVA incluido (consultar precio para otras fechas). El alojamiento a bordo es en camarote doble compartido, en el caso de camarote individual hay un extra de 300€. También es posible hacer noche en hoteles en tierra (no incluido en el precio).
DÓNDE COMER: Durante la parada en las Cíes, una buena opción es visitar el Restaurante Tapería Illas Cíes, situado en el camping de la isla de Faro, con precios económicos y una buena representación de raciones y platos típicos gallegos. En Muros la parada imprescindible es en el Hotel Restaurante Muradana, con una carta que destaca por platos basados en productos de la ría. Por último, en Bertamiráns podemos visitar Casa Abelleira, un local de comida familiar famoso por sus chicharrones de cerdo.
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