Pasear por pueblos adornados con arte urbano, surcar en velero las aguas de un embalse o disfrutar del sosiego hurdano. Todo es posible en el norte extremeño.
El invierno está a la vuelta de la esquina, pero el último tramo del otoño invita a descubrir uno de los rincones más singulares de la Península, repleto de pintorescos parajes naturales y salpicado de pueblos con encanto: un auténtico oasis de deliciosa calma –ideal para disfrutar del relax, pero con experiencias y actividades para todos los gustos– que nos espera en la parte más septentrional de la provincia de Cáceres.
En la comarca de Sierra de Gata, por ejemplo, tradición y modernidad se dan la mano en perfecto equilibro. Es lo que sucede en San Martín de Trevejo –localidad integrada en la asociación de Pueblos más bonitos de España–, donde se puede disfrutar de valiosas pinturas manieristas, como las tres tablas de Luis de Morales que se custodian en la iglesia parroquial y, al mismo tiempo, descubrir en sus calles vistosos murales creados por jóvenes artistas extremeños. Una iniciativa que, bajo el nombre de “Fachadas con vida”, se repite en otros pueblos de la comarca, como Hoyos, La Moheda, Perales del Puerto o Moraleja, y que nació en 2015 para devolver el color y la alegría que un devastador incendio les arrebató a los sierragatinos en agosto de aquel año.
A su importante patrimonio –hay también notables ejemplos de casonas señoriales y construcciones palaciegas– y bellos paisajes, Sierra de Gata suma también piscinas naturales únicas, como la de Descargamaría. Aunque estas no sean las mejores fechas para darse un baño, el entorno invita a dar un agradable y relajante paseo, y además sorprende por unas coloridas cerámicas que recuerdan a Gaudí, gracias a los diseños del arquitecto Tomás Vega Roucher y el artesano Andrés Amores, ambos cacereños.
No es el único rincón del norte de Cáceres donde disfrutar del agua. A la mancomunidad de Trasierra-Tierras de Granadilla, al sur de Las Hurdes, se la conoce también como “la comarca del agua”. Y es que, aunque Extremadura no tenga mar, en Trasierra es posible disfrutar en verano de playas como la de Membrillares (en las orillas del embalse de Gabriel y Galán), o de las aguas de la presa de las Cumbres de Ahigal, donde uno puede convertirse en todo un grumete de agua dulce a bordo de un velero, dando un tranquilo paseo náutico o incluso practicar deportes con los que quemar adrenalina, como el kitesurf o el wakeboard.
En la comarca de La Vera, los planes giran en torno a la belleza del paisaje, la riqueza de sus monumentos y, una vez más, el arte más original. Para disfrutar de los primeros hay que visitar lugares como el mirador de la Serrana de La Vera, en Garganta la Olla, que ofrece vistas incomparables de este pueblecito de postal. En Cuacos de Yuste, la joya indiscutible es el monasterio de San Jerónimo, donde pasó sus últimos días el emperador Carlos V, y que destaca por sus hermosos claustros y un bellísimo jardín.
Una visita merece también el pueblo de Valverde de la Vera, donde desde 2013 los propios vecinos elaboran unos llamativos parasoles gigantes tejidos con plásticos, creando patrones abstractos de colores. La iniciativa “Tejiendo la calle”, que ha sido premiada internacionalmente por su espíritu ecológico y comunitario, surgió de la mano de la arquitecta Marina Fernández, originaria de la localidad.
Hace mucho que el territorio hurdano dejó de ser la comarca aislada y paupérrima que visitó Alfonso XIII y que Buñuel retrató en Las Hurdes, Tierra sin pan. Lo que no ha cambiado un ápice, a pesar del tiempo transcurrido, es la belleza de sus valles pizarrosos –regados por siete ríos–, ni tampoco la bonhomía y la hospitalidad de sus vecinos. Sus pintorescas alquerías son hoy el lugar perfecto para una escapada rural, que permite disfrutar de la tranquilidad de sus calles con casas de pizarra. Para desentrañar todos los secretos de esta tierra única, envuelta en la leyenda, hay que visitar el Centro de Interpretación de Las Hurdes, en Riomalo de Arriba pero, por encima de todo, conviene conocer su geografía humana: la misma que cautivó a Buñuel.
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