Más allá de Jerusalén y Tel Aviv, el país conserva maravillas arqueológicas y naturales que trasladan a los tiempos de la Biblia, y la época de las cruzadas.
El sol brilla con fuerza y sopla un viento seco y abrasador –el termómetro sobrepasa los 30 grados y solo es media mañana–, pero los cientos de visitantes que se arremolinan esperando su turno para subir al teleférico que los elevará a la antigua fortaleza de Masada no se dejan intimidar por la aspereza del clima. Es víspera del Día de la Independencia –el festivo secular más importante del país–, así que muchos israelís se han acercado hasta el lugar, símbolo de la resistencia judía frente al ejército romano, para descubrir los secretos de uno de los lugares más significativos de su identidad nacional.
Este antiquísimo palacio-fortaleza de más de 2.000 años, construido en una imponente atalaya a 450 metros sobre el mar Muerto, es uno de los 81 parques nacionales que Israel atesora a lo largo y ancho de su territorio. En la mayor parte del globo, el término parque nacional evoca un espacio natural protegido, de ecosistema valioso, pero aquí incluye también un buen número de lugares históricos y enclaves arqueológicos, muchos de ellos con miles de años de antigüedad.
Y es que, más allá de las maravillas de Jerusalén y de la animada y moderna vida de Tel Aviv, el país de David y Salomón conserva un número casi interminable de enclaves que permiten descubrir la rica –y a menudo turbulenta– historia de la región.
Levantado en un promontorio rocoso próximo al mar Muerto –sus aguas azul turquesa se divisan desde las alturas–, Masada alcanzó su esplendor en época de Herodes el Grande, que lo convirtió en refugio y palacio de invierno. Sin embargo, su fama actual se debe a los rebeldes judíos que desde allí plantaron cara a los romanos.
Casi mil personas resistieron el asedio durante meses, antes de suicidarse para evitar la vergüenza que suponía someterse al enemigo. Hoy pueden recorrerse buena parte de sus vestigios, como los de los antiguos almacenes, el lujoso palacio norte –con un espectacular balcón panorámico–, las termas, los baños rituales o una antigua sinagoga.
Un baño en aguas mágicas
Desde las alturas fabulosas de Masada se distinguen a la perfección las mágicas aguas del mar Muerto. Este singular enclave no es solo el lugar del planeta ubicado a menor altitud –435 m bajo el nivel del mar–, sino también un paraje natural único gracias a sus aguas azul cobalto de benéficas y sorprendentes propiedades. Su elevadísima concentración de sal convierte el baño en una experiencia inolvidable, al tiempo que permite beneficiarse de sus propiedades curativas.
Dicen que Cleopatra apreció tanto sus cualidades –y la del barro que se forma en algunas zonas de su orilla–, que estableció aquí factorías para la elaboración de cosméticos. Hoy ofrece al visitante varios kilómetros de playas –algunas a solo 25 minutos de Jerusalén–, pero también lujosos spas, hoteles, restaurantes gourmet y varias rutas senderistas que atraviesan paisajes sorprendentes.
El secreto de los esenios
Allí mismo, en la orilla noroeste, se encuentra también otro parque nacional, el de Qumrán. Este rincón desértico goza de fama mundial gracias a la secta de los esenios. Sus miembros llevaron aquí una vida ascética y dedicaron buena parte de su tiempo a copiar libros del Antiguo Testamento y otros textos. Los esenios cayeron en el olvido durante casi dos mil años, hasta que en 1947 unos beduinos descubrieron por azar una cueva que ocultaba siete rollos de pergamino; después se hallaron muchos más. Hoy los Manuscritos del mar Muerto son los testimonios más antiguos de la Biblia hebrea que se conocen, y se custodian en varios museos de Jerusalén.
Más antiguos aún son los tell –colinas con restos arqueológicos– que se encuentran en la antigua Galilea. Uno de ellos es Tel Megiddo, una colina donde se sucedieron multitud de asentamientos con el paso de los siglos. El más antiguo se remonta al 3000 a.C., fecha en la que se construyó el primer templo del lugar.
Un milenio más tarde Megiddo se convirtió en una poderosa ciudad-estado, y allí se produjo la primera batalla de la historia citada en un documento. Megiddo es también el lugar donde los cristianos sitúan el Armagedón, pues el Apocalipsis menciona que será allí donde se reunirán los ejércitos para librar la última batalla en el “fin de los días”.
No lejos de allí, a menos de 50 kilómetros por carretera, el viajero se encuentra en la costa con la antigua ciudad de Cesarea Marítima (siglo I a.C.), que cuenta con una larga lista de maravillas arqueológicas –un anfiteatro y un circo romanos, hermosos mosaicos, una fortaleza de época cruzada…–, pero también con un hermoso puerto en el que saborear una sabrosa comida o en el que disfrutar de unas de las aguas más limpias de todo el Mediterráneo.
El túnel de los templarios
Siguiendo la línea de la costa, en dirección norte, se llega a la ciudad de Akko, la San Juan de Acre de los cruzados, último bastión cristiano de Tierra Santa. La Ciudad Vieja, declarada Patrimonio de la Humanidad, conserva todavía los vestigios de ese pasado que enfrentó a la cruz y la media luna. Allí se levanta, por ejemplo, la ciudadela. El recinto actual es de época otomana, pero bajo sus muros pueden visitarse algunos recintos de la antigua fortaleza de los caballeros hospitalarios, como el refectorio, la gran sala o los restos de la iglesia gótica.
Otra célebre orden de monjes guerreros, la de los templarios, dejó también huella en Akko. En el subsuelo de la ciudad se puede visitar un túnel secreto de 150 metros de longitud que permitía a los caballeros moverse desde su fortaleza al puerto en momentos de peligro, como los que vivió la ciudad antes de caer, finalmente, en manos de los sarracenos…
Más información: Turismo de Israel