Gaddafi tuvo que mandar un cargamento de carpa asada a Chirac; a Mussolini no le gustaba la pasta; Fidel tomaba tranquilamente Coca-Cola en las comidas y el padre de Kim Jong-un solo tomaba arroz de una parte del país, seleccionado a mano, y con granos del mismo tamaño.
Las costumbres en la mesa son casi tan personales como las costumbres en la cama: si bien hay unas reglas de educación básica (recuerdo ese libro infantil de Los unicornios tienen malos modales), luego cada cual hace en su mesa lo que le place… o lo que le dejan los demás comensales. Por supuesto, qué decir de los gustos gastronómicos: aquí nos podemos excusar en el dicho de «sobre gustos no hay nada escrito» (si bien hay quien defiende que hay mucho escrito y que las bibliotecas están llenas) y en este apartado de los placeres en boca diríamos que casi todo vale. ¿Verdad?
Lo cierto es que si pudiésemos mirar por un agujerito cuando el común de los mortales se sienta a la mesa tendríamos mucha información sobre su forma de ser, ¿te imaginas por ejemplo qué comía Hitler y si era educado o un déspota a la hora del ágape? ¿Y Fidel Castro, tendría Coca-Cola en la mesa?
Vamos a ver cuáles eran los gustos culinarios y las costumbres en la mesa de algunos dictadores, esos personajes que tienen por hábito oprimir al pueblo mientras ellos disfrutan de los placeres de la vida. Y la comida, qué duda cabe, es uno de ellos. Porque, ¿alguien se cree que Kim Jong-un no se deja llevar por los placeres de la mesa? Pues eso…
Rarezas norcoreanas
Una de las mayores fuentes de información sobre Kim Jong-il, el padre del opaco líder de Corea del Norte, es Kenji Fujimoto, el que fuera su cocinero, según cuenta la periodista Anna Fifield en su ensayo El Gran Sucesor (Capitán Swing). Fifield explica que Fujimoto estuvo viviendo en Corea del Norte durante un año antes de que naciera Kim Jong-un.
«Luego regresó en 1987 y permaneció allí hasta 2001. Vivía en el denominado Bloque Residencial de la Secretaría, un complejo de Pyongyang que también albergaba las oficinas del Partido de los Trabajadores y una de las residencias del mandatario. Las comidas que preparaba su equipo de cocineros para Kim Jong-il solían ser abundantes.
Había faisán a la parrilla, sopa de aleta de tiburón, carne de cabra a la barbacoa al estilo ruso, tortuga al vapor, pollo y cerdo asados, y queso raclette al estilo suizo fundido sobre un lecho de patatas. La familia real sólo comía arroz producido en una zona especial del país, donde un grupo de trabajadoras seleccionaban los granos a mano uno a uno, asegurándose de elegir siempre granos perfectos y del mismo tamaño».
¿Excéntrico yo, que sólo ingiero granos de arroz de un tamaño determinado que además deben cocinarse con fuego hecho con árboles de una montaña cerca de la frontera con China? Pero había más: «El sushi se incluía en el menú una vez a la semana. Fujimoto preparaba sashimi de langosta con salsa de soja wasabi, y nigiri con atún graso, hamachi (un pez de cola amarilla), anguila y caviar. El pescado favorito de Kim Jong-il era el suzuki, o lubina japonesa». Hemos llegado hasta aquí para descubrir que compartes el mismo amor por el sushi que el padre de Kim Jong-un…
También se sabe que el padre del actual dirigente era amante del coñac (Fujimoto compraba en Francia y disponía de una bodega de unas 100.000 botellas de todo tipo de brebajes). En una ocasión el cocinero tuvo que ir a comprar una hamburguesa del McDonald’s… ¡a Pekín! Porque ya se sabe, lo occidental es malo hasta que uno tiene un antojo de un Big Mac…. Al mandatario también le gustaban el caviar iraní y los pasteles de arroz de Japón y se le llegaron a enviar langostas vivas cuando se desplazaba en su tren.
El cocinero estuvo además al cuidado de los hijos, entre los cuales el actual dirigente del país. Los hijos disfrutaban del mismo tren de vida que su progenitor: así, cuando Kim Jong-un era pequeño, en las cocinas había tarta y pastelillos de nata, salmón ahumado y paté y toda clase de frutas, como mangos y melones. Básicamente lo que está al alcance de cualquier habitante de Corea del Norte…
Los caprichos del Führer
Pero cambiemos de país y de época histórica, porque personajes de este pelaje ha habido, lamentablemente, en todos los momentos y en todas las latitudes. Adolf Hitler fue tan oscuro fuera de la mesa como sentándose a comer. Sus gustos en la mesa dicen mucho de su personalidad: aunque se ha dicho a menudo que era vegetariano (el dictador pensaba que una dieta sin carne podía ser beneficiosa para sus flatulencias y su estreñimiento), en realidad no lo era. Más bien todo lo contrario, porque le encantaba la casquería: su comida favorita eran los pichones rellenos de lengua, hígado, pistachos y nueces. También idolatraba la empanada de hígado.
Como uno de sus mayores temores era ser envenenado, contaba con un equipo de 15 personas para probar la comida antes que él según relata el libro Dictators’ Dinners (Gilgamesh Publishing) que recoge las aficiones gastronómicas de estas figuras. Sólo una de las probadoras de comida de Hitler, Margit Wolf, sobrevivió a la guerra.
Pero no vayamos a pensar que lo de tener uno o varios probadores de comida era cosa únicamente del nazi, esa figura ha sido muy habitual a lo largo de la historia (de hecho se dice que Vladimir Putin también tiene unos cuantos).
Lo de la paranoia por saber qué nos llevamos a la boca es algo muy extendido, Nicolae Ceaușescu también la sufría. Al líder rumano le gustaban la lasaña de espinacas, las carpas y un simple filete acompañado de ensalada verde con tomates y cebolla, unos gustos gastronómicos más mundanos que los de Adolf. Su temor a ser envenenado se convirtió en paranoia a finales de los años ochenta: cuando tenía que desplazarse, le acompañaba un químico que llevaba un laboratorio móvil para comprobar cada trozo de comida. Ésta era siempre preparada por alguien de su entorno y le llegaba en un carrito sellado con candado, cuya combinación se cambiaba cada día.
A Stalin le gustaba el pollo con nueces
Las comidas con Stalin eran una fiesta que podía alargarse en el tiempo, se sabía cuándo empezaba pero no cuándo acababa el ágape. Se bebía sin moderación, un rojo semi-dulce que era uno de sus favoritos, el Khvan-chkara. También era costumbre el lanzamiento de tomates y de bolitas de pan a los miembros del politburó (en las bodas extremeñas de los años ochenta era muy habitual esto de lanzarse trozos de pan e incluso bollos enteros en el ágape, desconocía que hubiéramos heredado esa costumbre tan derrochadora de los rusos..). El plato preferido del ruso era pollo con nueces y especias.
A Mussolini no le gustaba la pasta
A Mussolini no le gustaba la pasta, le generaba dolor de cabeza (al igual que el puré de patatas). O sea, los hidratos le sentaban mal. Al poco de llegar al poder, los médicos le diagnosticaron úlcera de duodeno y le aconsejaron beber un litro de leche al día. Años después, otro médico, que también le diagnosticó anemia y azúcar en la sangre, le impuso una dieta que incluía carnes blancas como pollo y conejo. No era gran amante de la carne, pero le gustaba la ternera marinada en hierbas aromáticas. Su postre favorito era el ciambellone, una especie de bizcocho que llevaba limón y mistra, un tipo de licor de anís.
Y, ¿qué podemos decir de nuestro dictador nacional? De nuevo según el libro Dictators’ Dinners, Francisco Franco fue carnívoro y con buen apetito además. Con los años desarrolló pasión por la pesca y si eran peces grandes, mejor. Respecto a su herencia culinaria no hay mucho escrito al respecto, salvo esa leyenda que dice que muchos restaurantes de Madrid ofrecen paella los jueves porque ése era el día que el dictador abandonaba El Pardo para comer en la capital y la paella era uno de sus platos preferidos…
Saddam: desayunos con leche de camella
Sigamos con nuestra ruta totalo-gastronómica. Saddam Hussein también era un amante de la buena mesa. Cordero, vaca, gambas frescas, langosta… eran viandas habituales en su mesa. Le gustaba la comida beduina, en el desayuno tomaba leche de camella acompañada de pan y miel. Era goloso y una de sus debilidades eran los caramelos Quality Street. Otro plato favorito era el manjar nacional llamado masgouf, carpa asada: en una ocasión la probó Jacques Chirac y le gustó tanto que Hussein tuvo que mandarle un cargamento a París.
A Gaddafi, por su parte, también le gustaba la leche de camella pero al parecer le sentaba como un tiro en su digestión y le generaba flatulencias. No consumía alcohol, prohibido en Libia. Era amante de la comida italiana (le gustaban especialmente los dulces y la pasta, en particular, los macarrones) pero su plato favorito era uno de su país, el cuscús con carne de camello.
Y en este recorrido no podemos dejar de visitar la mesa de Fidel Castro. A Castro le gustaban la comida y la bebida y no era extraño verle dando consejos a las mujeres sobre cómo cocinar tal o cual plato. Intentó que en Cuba se fabricase queso francés, foie gras y whisky, pero no lo consiguió. En sus años jóvenes fue un devorador de sopa de tortuga. Y ojo, que su animadversión a los Estados Unidos no era tal en la mesa, donde podía degustar un plato acompañado de una Coca-Cola y hay testimonios gráficos al respecto. Para el líder cubano la chispa de la vida parecía no estar reñida con los principios de la Revolución.