Dice “la canción más hermosa del mundo”, de Joaquín Sabina, que frente al cabo de “poca esperanza” arrió su bandera… Esta referencia cultural, junto a muchas otras, adornan la exótica y hechizante existencia de uno de los lugares más referenciados en la literatura concerniente al comercio de especias, la piratería y las exploraciones por el continente negro.
El cabo de Buen Esperanza. Espectacular apéndice de tierra que se asoma al abismo del horizonte antártico, situado en el extremo suroccidental del continente africano, en la provincia del Western Cape sudafricana. A pesar de que mucha gente cree que este emblemático punto es el lugar natural de reunión de las masas de agua atlántica e índica, lo cierto es que ese honor le pertenece al cabo Agulhas, junto a la localidad homónima, situado más al oriente de Sudáfrica y del continente, y que, de facto, es el punto más meridional del mismo.
El cabo de las tormentas
El cabo de Buena Esperanza, nombrado así por el rey Juan II de Portugal, fue bautizado anteriormente como “El cabo de las tormentas” por el navegante portugués Bartolomeu Dias, quien lo avistó allá por 1488. Esta fecha explica por sí misma el renaming que recibió este accidente geográfico cuando los portugueses, con el célebre explorador Vasco da Gama (primer europeo en llegar a la India por mar) a la vanguardia, descubrieron que al sortearlo se podía continuar la ruta hacia el oriente en busca de las soñadas tierras de las especias.
Esta anterior nomenclatura también hace referencia a una de las leyendas más conocidas allende los mares, la del navío maldito El holandés errante, cuyo patrón (posiblemente el holandés Hendrik van der Decken, siglo XVII) desafió a Dios durante una furibunda tormenta, jurando que cruzaría El Cabo a toda costa sin tener en cuenta las consecuencias de tan temerario hecho. Ante la osadía y la desobediencia, la leyenda asegura que el barco y su tripulación fueron condenados a vagar eternamente por los océanos del mundo, sin poder volver a pisar tierra firme jamás.
Locales y navegantes de los mares del sur afirman que en noches de tempestad aún se le puede avistar, envuelto en una misteriosa neblina, mientras zozobra entre las bravas aguas y las poderosas corrientes del sur de la península de El Cabo, intentando llegar a un puerto imposible. Estos “avistamientos” son percibidos como malos presagios para aquellos que los vislumbran.
Leyendas y literatura fantástica aparte, lo cierto es que en sus inmediaciones tuvieron lugar numerosos y conocidos naufragios como el del transatlántico SS Lusitania* en 1911 (convertido en un famoso pecio) y otros navíos. La bravura de sus oleajes, las corrientes impredecibles y sus aguas turbulentas, junto a los fuertes vientos que azotan este extremo de la península, convierten al Cabo de Buena Esperanza en un enclave crítico en cuanto a navegación marítima se refiere. Un cementerio de barcos.
No obstante, nuestro protagonista se encuentra dentro del exuberante y prístino paisaje del Table Mountain National Park, uno de los lugares más visitados por todos aquellos turistas y sudafricanos que se acercan a conocer Ciudad del Cabo, la espectacular evolución urbana de un primitivo campamento construido en torno al año 1650 por el neerlandés Jan van Riebeeck. La orografía escarpada y oscilante de Table Mountain abraza la ciudad y le regala una climatología única en el mundo.
El Parque Nacional de la Montaña de la Mesa es un espacio protegido y ostenta la titularidad de Patrimonio de la Humanidad
Dentro del parque se encuentran cientos de especies de animales y plantas (de estas últimas, muchas son endémicas), creando un ecosistema único que mezcla el fynbos con el litoral y manchas de bosque afromontano. El capense es uno de los seis reinos florales del mundo, y la mayor parte del mismo está cubierta por fynbos.
En él se pueden observar especies emblemáticas de la fauna africana como el bontebok, la avestruz, el caracal, suimangas de diferentes especies, pingüino africano, y ballenas francas australes frente a sus accidentadas y majestuosas costas.
Coordenadas: 34°21′29″S 18°28′19″E
De otoños suaves y primaveras húmedas y frías, la península de El Cabo acoge anualmente a miles de aficionados a la naturaleza, la cultura y el paisaje, y ofrece rutas muy atractivas y completas para todos los gustos: senderismo, búsqueda de pinturas y grabados rupestres, avistamiento de cetáceos, opciones de self-drive, rutas antropológicas, salidas ornitológicas etc., se entremezclan en sus miles de hectáreas en las que se desdibujan las fronteras entre los visitantes y los animales que campean libremente por sus territorios.
Durante mi visita pude observar decenas de aves como el mielero abejaruco de El Cabo, el ibis sagrado, correlimos tridáctilos (que también se pueden ver en la península ibérica), varias especies de sunbirds, ostreros, avocetas, distintas especies de gaviotas y charranes, antílopes como el bontebok, cebras de montaña (la subespecie más pequeña de este équido), tortuga leopardo y varios ejemplares de diferentes especies de lagartos agama… Este lugar es, posiblemente, el único rincón del mundo en el que puedes ver avestruces junto al mar. Un espectáculo para cualquier amante de la fauna salvaje.
Esta es una pequeña muestra de la explosión de biodiversidad que se puede observar en Table Mountain National Park, territorio del cabo del fin del mundo, donde el sol me regaló uno de sus más singulares espectáculos, el rayo verde.
No hay soles como los de África. No hay recuerdos como los que crean viajando.
*No confundir este barco con el RMS Lusitania que naufragó frente a las costas irlandesas de Kinsale en mayo de 1915, tras ser torpedeado.