En la confluencia de los ríos Segre y Noguera Pallaresa, en la provincia de Lleida, se alza la presa de Camarasa, una obra que impresiona no solo por su belleza natural, sino también por su relevancia histórica. Inaugurada en 1920, esta monumental construcción desempeñó un papel crucial en la conquista de un derecho esencial para los trabajadores de España: la jornada laboral de 8 horas.
En ocasiones, la capacidad de adaptación de la humanidad al medio ambiente es simplemente admirable. A lo largo de la historia, hemos demostrado una increíble habilidad para transformar desafíos naturales en enormes oportunidades, moldeando el entorno para satisfacer nuestras necesidades; a veces, incluso también hemos aprendido a coexistir con él.
Un claro ejemplo de esta dualidad es la presa de Camarasa, donde la innovación técnica y el respeto por el entorno se fusionaron hace más de un siglo en un símbolo de progreso. Pero el proceso por el que este lugar se llegó a convertir en fuente inagotable de energía renovable, no estuvo exento de vicisitudes.
La primera de ellas fue sacrificar la localidad de Oroners, que fue sumergida totalmente. La segunda, una lucha por los derechos laborales. Así como las aguas del embalse se canalizaron para generar energía, el movimiento obrero transformó su lucha en una fuerza capaz de mover los cimientos de la sociedad.
Un hito de la ingeniería hidráulica
La presa de Camarasa es una joya de la ingeniería de principios del siglo XX. Diseñada por el ingeniero Pedro Garay, tiene una altura de 92 metros –siendo hasta 1924 la presa más alta de Europa–, una longitud de 220 metros y una capacidad de almacenaje de 111 hectómetros cúbicos. Su construcción permitió la regulación de las aguas del Noguera Pallaresa y el desarrollo de la energía hidroeléctrica en la región, que todavía hoy abastece a miles de hogares.
Este enorme embalse está en un entorno natural privilegiado. Rodeado de montañas escarpadas y vegetación exuberante, es un lugar ideal para actividades como el senderismo, la escalada y la observación de aves. Sin embargo, su relevancia trasciende en gran medida al idílico paisaje circundante.
Energías renovables: el futuro comenzó aquí
La presa de Camarasa forma parte de una de las primeras iniciativas importantes de energía renovable en España: la hidroeléctrica. En una época en la que el carbón y el petróleo dominaban el panorama energético, la electricidad generada en Camarasa significó un cambio de dirección hacia fuentes de energía más eficientes y menos contaminantes.
Según palabras de Marc Miret, el jefe de mantenimiento de la central de Camarasa, «a veces pensamos en el viento y el sol como las únicas fuentes de creación de energía verde, pero mucho antes de que el mundo hablara de transición energética, la fuerza del agua ya se aprovechaba en esta región para generar electricidad 100% limpia y sostenible». El bueno de Marc sabe muchísimo del lugar donde desarrolla su profesión: no en vano conforma la cuarta generación de miembros de su familia que han trabajado en la central, tras dos bisabuelos (materno y paterno), su abuelo materno y su propio padre, Miquel, que se jubiló hace no mucho tiempo.
Un escenario de progreso y conflicto
La consecución de la presa de Camarasa tuvo un gran impacto en la historia de España, mucho más allá de los logros que supusiera a nivel de ingeniería o ecología. La construcción de esta obra faraónica supuso en primera instancia un hito en la historia, al realizarse en tan solo dos años. Según Marc Miret, «en los tiempos actuales se requerirían más de dos años para realizar todos los trámites burocráticos antes de ni siquiera poner la primera piedra del proyecto».
1.500 obreros fueron empleados para la misma y como se puede deducir por el contexto de la época, sus condiciones laborales distaban mucho de ser dignas. En 1918, las primeras denuncias de descontento surgieron debido a las extenuantes jornadas de trabajo, que se desarrollaban implacablemente día y noche, en dos turnos de doce horas, todo ello sin contar con las varias horas necesarias para llegar a pie al lugar de la obra desde Camarasa.
Los trabajadores estaban expuestos a las inclemencias del tiempo –muchas veces trabajaban literalmente con las frías aguas al cuello–, al ruido ensordecedor de la maquinaria y a corrimientos y derrumbes de tierra constantes. Los accidentes laborales eran muy frecuentes y en un gran número de casos derivaban en muerte o invalidez. Sin medidas de seguridad adecuadas, los obreros eran obligados a asumir riesgos extremos, mientras los salarios apenas alcanzaban para sobrevivir.
A estas condiciones precarias se sumaban abusos como el control y acoso constante por parte de la Guardia Civil, la remuneración de los turnos nocturnos al mismo precio que los diurnos, y la entrega de vales para comprar en tiendas de la empresa con precios que rozaban la usura. Los alojamientos, caros y vetustos, dejaban a muchos obreros durmiendo en sucios corrales o barracones.
El surgimiento de la resistencia obrera
Frente a esta realidad, el 10 de noviembre de 1918 se creó el sindicato de la CNT en Camarasa, afiliado al Sindicato Único de Obras Públicas. Este movimiento nació en un acto sindical multitudinario en el que las denuncias contra las irregularidades y la explotación laboral movilizaron a los trabajadores. Bajo el liderazgo de figuras como Jaume Aragó, los obreros encontraron en el anarcosindicalismo un espacio para reclamar mejores condiciones y derechos fundamentales.
La Confederación Nacional de Trabajadores (CNT), fundada en 1910, había crecido significativamente durante los años de la Primera Guerra Mundial, un periodo de auge económico que, sin embargo, no mejoró la situación de los obreros. Los líderes de la CNT promovían un modelo de lucha basado en la unidad de trabajadores por sectores, unificando fuerzas para que las huelgas tuvieran mayor impacto. Entre sus demandas se incluían cosas que hoy en día nos resultan innegociables: la jornada laboral de ocho horas, salarios mínimos y la abolición de la explotación infantil.
En este contexto, la huelga general que paralizó Cataluña en 1919, impulsada inicialmente por los trabajadores de la comúnmente conocida como La Canadiense (su nombre oficial era Barcelona Traction Light & Power Company), la empresa que llevó a cabo la construcción de la presa, marcó un antes y un después en los derechos laborales de España. Mientras se construía esta infraestructura, en 1919, La Canadiense enfrentaba en Barcelona a una de las huelgas más importantes de la historia laboral se española. El paro, que tuvo como detonante una reducción salarial en la empresa, se extendió hasta convertirse en una huelga general que paralizó el 70% de la industria catalana durante 44 días. Aunque el conflicto se resolvió temporalmente con la aceptación de las condiciones, el proceso estuvo cargado de tensiones.
Represalias y consecuencias
A pesar del acuerdo inicial, la huelga se reanudó cuando el gobierno no cumplió su promesa de liberar a todos los detenidos durante las revueltas producidas durante la huelga. En las siguientes dos semanas la protesta fue masiva, y en consecuencia, las represalias no tardaron en llegar. Los empresarios catalanes, descontentos con las concesiones hechas a los sindicatos, impulsaron una severa represión militar contra los trabajadores y sus líderes, en un intento de debilitar la fuerza de la CNT y revertir las mejoras laborales obtenidas.
Las calles de Barcelona fueron tomadas por militares, policía y el sometent (una milicia local), mientras se ejercía presión sobre los comerciantes y obreros. Esta protesta le acabó dando gran visibilidad a las duras condiciones laborales y se acabó convirtiendo en la chispa que incendió el debate nacional. El gobernador civil, Montañés, fue destituido, y el gobierno del conde de Romanones cayó poco después de promulgar la histórica jornada laboral de ocho horas para todos los trabajadores del país.
De esta manera, y a cientos de kilómetros de lo que comenzó como una huelga convocada inicialmente por los trabajadores que construyeron la central hidroeléctrica de Camarasa, España, por medio de la promulgación del decreto del 3 de abril de 1919, se convirtió en uno de los primeros países del mundo en establecer una ley universal sobre la jornada de ocho horas para todos los sectores (algunas fuentes apuntan a que fue el primero en hacerlo de forma oficial, aunque ya existían precedentes en Uruguay y URSS).
Si quieres ahondar en esta apasionante historia, te recomiendo la lectura de Camarasa y la industria hidroeléctrica, el libro de la historiadora Dolors Domingo, la gran experta en la materia. Dolors, me mostró gentilmente la influencia de la central eléctrica en el pueblo de Camarasa, «cuya red de comercios aumentó significativamente para dar servicio a los 1,500 trabajadores que trabajaron en la construcción del embalse».