El 21 de diciembre comienza el invierno en el hemisferio boreal. El sol alcanza su punto más bajo en el cielo y su mínima duración, teniendo lugar la noche más larga del año. El evento astronómico del solsticio está cargado de simbolismo y ha sido celebrado por culturas de todo el mundo como un tiempo de transición y renacimiento.
En las sociedades agrícolas, este momento del año señalaba el final del ciclo de la cosecha y el inicio de la preparación para la siembra de primavera, marcando una temporada propicia para la introspección y esperanza ante el regreso progresivo de la luz solar.
El Polo Norte experimenta durante estas fechas un fenómeno conocido como noche polar. En este tiempo el sol nunca termina de elevarse por encima del horizonte permaneciendo así por semanas o meses, variando su posición relativa con respecto a la latitud en la que se encuentre el observador.
En las antípodas del planeta ocurre justo lo contrario. Es lo que se conoce como sol de medianoche. En regiones cercanas al círculo polar antártico (en diciembre) el sol no se oculta completamente tras el horizonte, prolongando la luz durante las 24 horas, ofreciendo sombras largas y tonos contrastados y cálidos sin descanso.
El calendario de la Tierra
Las sociedades que nos precedieron hace milenios tenían un vínculo indeleble con la naturaleza. La conexión con el medio natural era fundamental y las sociedades agrícolas dependían en gran medida de los elementos y la evolución de los meses y las estaciones para prosperar. Esto dio lugar a adaptaciones vitales en función de los biorritmos del planeta y a que se celebrasen o erigiesen monumentos de agregación en función de la misma. De esta unión e importancia, da buena cuenta la cultura megalítica que se manifiesta sobre todo durante el Neolítico.
En Extremadura, tierra dolménica por excelencia, podemos encontrar numerosas construcciones orientadas al la salida del sol en el momento de los equinoccios, (±21 marzo / ±21 septiembre), pero también a otros momentos del año igualmente señalados.
El despertar del sol invicto
Este es el caso del sepulcro megalítico de Huerta Montero, situado en Almendralejo (Badajoz), en lo que ahora en tiempos modernos es un zona industrial. Aquí se encontró un interesante yacimiento que corresponde a un enterramiento colectivo, utilizado de manera continuada durante varios siglos y que está perfectamente alineado al orto solar tras la noche más larga del año. La del solsticio de invierno.
Cada 21 de diciembre, los primeros rayos solares que despuntan por el horizonte comienzan a recorrer lentamente el corredor del sepulcro hasta bañar por completo la cámara funeraria, con los restos que habrían sido depositados en el mismo. Este evento está cargado de un fuerte simbolismo que nos habla de la muerte y el renacimiento.
El monumento está datado en el III Milenio a.n.e. y es un magnífico ejemplo de arquitectura funeraria dentro del horizonte cultural del Calcolítico, un período marcado por el desarrollo de las primeras sociedades jerarquizadas, el uso del cobre y la creciente complejidad en la urbanización primitiva de asentamientos y poblados.
Un dolmen es un tipo de construcción megalítica formada por grandes piedras verticales (ortostatos) que sostienen una o más losas horizontales (cubiertas), una cámara final que podía (o no) está precedida por un corredor. Estas estructuras solían estar recubiertas por un túmulo de tierra o piedras, formando una colina artificial que protegía y monumentalizaba el espacio funerario. Estos lugares, además de servir para enterramientos colectivos, podían tener otras funciones de agregación y pertenencia, sirviendo de ubicaciones para la celebración de rituales etc…
Mucho más que tumbas
Los ajuares funerarios encontrados en el sepulcro incluyen cerámicas, herramientas de sílex y adornos personales que reflejan tanto la vida cotidiana como la complejidad simbólica de estas comunidades. Estos objetos, cuidadosamente depositados junto a los restos humanos, subrayan la importancia social y espiritual de quienes fueron enterrados en este yacimiento a lo largo de los siglos.
El monumento de Huerta Montero está actualmente musealizado y permite la visita turística. Su excelente estado de conservación se debe en parte a que en su momento fue excavado, no construido sobre el suelo y levantado a partir del mismo, sino que su estructura permaneció siempre protegida por ese soterramiento parcial.
A pesar de no carecer ya de la cubierta, se ha acondicionado una proyección que permite recrear la alineación astronómica para que los visitantes vean de primera mano como sucedería el fenómeno de forma natural. Esta precisión en su construcción nos inspira a recordar ese pasado en el que vivíamos en conexión directa con los eventos celestes y los ciclos de las estaciones. Un diálogo milenario que, aunque marcado por el paso del tiempo, aún logra tender un puente entre nosotros y aquellos antiguos observadores. Más de cuatro mil años después, nos invita a reconectar con esa íntima comunión con la naturaleza y el cosmos, que sigue envolviéndonos como un manto inmarcesible en las frías noches del invierno.
La arqueoastronomía es la disciplina que estudia la conexión de las sociedades del pasado con el firmamento a través de sus construcciones, monumentos y evidencias culturales. Existen multitud de ejemplos de alineaciones arqueoastronómicas, y no solo en este tipo de monumentos, aunque sean los más representativos.