En apenas once años de carrera artística, Vincent Van Gogh dejó un legado de unas 900 pinturas y más de 1.600 dibujos. Un impresionante corpus de trabajo que nos da una idea de la “fiebre” creativa que agitó al genial pelirrojo holandés, de cuya muerte se cumplieron el pasado julio 128 años.
Sin embargo, más sorprendente resulta el hecho de que, de toda esa producción plástica, casi un tercio fue creada en tan sólo quince meses, el tiempo durante el cual Van Gogh vivió en la ciudad de Arlés, en la Provenza francesa. ¿Qué tenía de especial esta región del sur de Francia, que consiguió avivar aún más el genio creativo del pintor?
Antes de su llegada a Arlés en febrero de 1888, Van Gogh había pasado los dos últimos años viviendo en París, donde coincidió y compartió inquietudes e ideas con otros artistas de la talla de Toulouse-Lautrec, Émile Bernard, Gauguin o Seurat. En la capital del Sena tenía la vida bohemia y la inspiración de otros artistas, pero le faltaban la luz y los colores tan vivos del Mediterráneo. Algo que encontró en Arlés.
Una vez instalado –primero se estableció en el Hotel-Restaurante Carrel, y más tarde en la que debería haberse convertido en casa-taller para artistas, la llamada ‘Casa amarilla’–, Van Gogh se lanzó a la tarea de capturar en sus lienzos la esencia de la luz, la atmósfera y los paisajes de Arlés y la Provenza.
Durante los primeros meses se centró especialmente en los paisajes, obras en las que todavía es posible apreciar una clara influencia del japonismo. Van Gogh atrapó en sus pinturas la belleza de los campos de trigo, las orillas del Ródano, los pantanos y los paisajes de los alrededores de la ciudad. Poco después, sin embargo, comenzó también a realizar numerosos retratos a algunos de los vecinos de la localidad.
Así fue como el artista retrató a Patience Escalier, al lugarteniente Millet o al cartero Roulin –con quien llegó a tener una gran amistad– y a su familia. Fue también en Arlés, durante el caluroso mes de agosto, cuando realizó algunas de sus famosas pinturas de girasoles. Van Gogh se sentía a gusto en Arlés, y su clima mediterráneo y sus gentes parecían potenciar su creatividad.
De hecho, en una carta a su hermano Theo, reconocía que estaba dejando atrás la influencia del japonismo, pues en Arlés no necesitaba estampas que le inspiraran y que pudiera pintar en el taller, ya que el clima benigno, la luz y los colores del Midi francés le impulsaban cada vez más a pintar en el exterior: «Aquí no me hace falta para nada el arte japonés, porque me imagino estar en el Japón y nada más necesito abrir los ojos y ver lo que tengo delante», escribió.
Fue tal su actividad creativa, que pocos rincones de aquel Arlés de finales del siglo XIX quedaron sin ser inmortalizados por sus pinceles. Tanto es así, que muchas de sus obras más famosas hoy en día nos remontan a este tiempo en el sur de Francia: ‘Terraza de café por la noche’, ‘Habitación en Arlés’, ‘Noche estrellada sobre el Ródano’ o ‘La casa amarilla’ son sólo algunas de ellas.
Ante semejante creación de “iconos”, no es de extrañar que en la actualidad sea posible recorrer la localidad francesa siguiendo los pasos de Van Gogh en Arlés, desde la plaza del Forum –donde todavía recibe al público el famoso ‘Café La Noche’–, pasando por las orillas del Ródano, el rincón donde pintó el ‘Puente Trinquetaille’ o el hospital Hôtel-Dieu.
Este último escenario, precisamente, guarda relación con algunos de los episodios más turbulentos de la vida de Van Gogh, y en especial de su estancia en Arlés. El pintor llevaba tiempo con la idea de crear una casa taller (la conocida como ‘Casa Amarilla’), en la que reunir a otros artistas con inquietudes similares a las suyas.
Van Gogh escribió a algunos de sus conocidos, pero únicamente Gauguin respondió a su llamada –y no sin numerosas dudas–. Ambos se establecieron en la Casa Amarilla, y durante algún tiempo trabajaron juntos pintando los mismos lugares –por ejemplo, en sus versiones de los Alyscamps–. Sin embargo, tras unos meses más o menos apacibles, no tardaron en surgir discusiones entre ambos artistas, de caracteres igualmente fuertes e irascibles.
Así, en la noche del 23 de diciembre, Van Gogh y Gauguin se enzarzaron en una terrible discusión que terminó con el holandés sin parte de su oreja izquierda. Este incidente –cuyos detalles siguen siendo un enigma, pues no se sabe con certeza si Van Gogh se autolesionó o si fue agredido por Gauguin– provocó que el pelirrojo fuera internado durante dos semanas en el hospital Hôtel-Dieu de la ciudad.
Van Gogh no desaprovechó el tiempo, e incluso en su reclusión hospitalaria pintó el tranquilo y bello patio del recinto. Unas pinturas y dibujos que sirvieron durante una reciente restauración para devolver al edificio el aspecto que tenía en aquellos años. Hoy el hospital se ha convertido en el Espacio Van Gogh, y hasta allí acuden cada año miles de turistas e investigadores.
Cuando abandonó el hospital, Van Gogh continuó con su fiebre creadora, en este caso realizando dos autorretratos en los que se plasmó con la oreja vendada. Para entonces Gauguin había abandonado ya la ciudad –no sabemos si harto de los altibajos emocionales de su amigo o a causa del remordimiento por una hipotética agresión–, y Van Gogh volvió a caer enfermo, regresando al hospital de Arlés durante otras seis semanas.
Su sueño de crear un taller de artistas había fracasado, y ya ni siquiera la luz y los vivos colores de la Provenza eran capaces de animarlo. Así, Van Gogh abandonó para siempre Arlés en mayo de 1889. Un año después perdería la vida definitivamente, en unas circunstancias que aún hoy son objeto de polémica.
Resulta curioso, pero aunque el genio holandés realizó más de 300 pinturas en la localidad francesa, ninguna se conserva hoy allí, ni siquiera en la Fundación Van Gogh. Aunque bien pensado, quizá no sea necesario, pues basta un paseo por las calles del viejo Arlés para descubrir que el espíritu de aquel genio de pelo rojo sigue estando muy presente en todos y cada uno de sus rincones.
OTROS RINCONES QUE NO TE PUEDES PERDER:
Aunque el “circuito Van Gogh” quizá sea uno de los atractivos más interesantes de la localidad, no hay duda de que Arlés cuenta con otros muchos atractivos para ofrecer al visitante. Ya sean sus abundantes y destacados restos de época romana, su rico patrimonio románico y barroco o sus numerosos museos, estos son algunos de los enclaves que no puedes dejar de visitar durante tu estancia en la ciudad:
EL ANFITEATRO
Este imponente ejemplo de arquitectura romana se construyó a finales del siglo I de nuestra era. El anfiteatro consiste en un inmenso óvalo de 34 hileras de gradas, siendo el vigésimo mayor de todo el mundo. En la actualidad tiene una capacidad para casi 12.000 espectadores, y en su interior se celebran diferentes actos, desde corridas de toros a conciertos de música. Una curiosidad: al igual que su “hermano” de la cercana localidad de Nimes, el anfiteatro acogió durante la Edad Media a toda una pequeña ciudad, con varias iglesias y numerosas viviendas.
EL TEATRO ROMANO
Se construyó al oeste del anfiteatro en época del emperador Augusto, a finales del siglo I a.C. Durante los meses de verano es un excepcional escenario que acoge numerosos espectáculos.
LOS CRIPTOPÓRTICOS
Este enclave –al igual que el resto de lugares mencionados aquí́, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO–, está compuesto por unas impresionantes galerías subterráneas en pleno corazón de la ciudad, y su creación se remonta de nuevo al siglo I a.C., concretamente entre los años 30–20 antes de nuestra era.
LAS TERMAS DE CONSTANTINO
Esta llamativa construcción se erigió a comienzos del siglo IV sobre las orillas del Ródano, en una época en la que Constantino I residió en la localidad. Durante algún tiempo fueron consideradas por error las ruinas de un palacio romano.
EL MUSEO DEPARTAMENTAL DE LA ANTIGUA ARLÉS
Este moderno espacio museístico reúne y examina el vasto y riquísimo patrimonio arqueológico de la ciudad, lo que incluye una apabullante colección de esculturas, mosaicos y sarcófagos romanos, además de numerosos objetos recuperados de las profundidades del Ródano, como un fantástico busto identificado con Julio César, varias estatuas de mármol y bronces dorados, y una espectacular embarcación de época imperial. Dirección: Presqu’île du Cirque Romain 13200, Arlés.
IGLESIA DE SAINT TROPHIME
Este fabuloso templo románico remonta sus orígenes al siglo XII, y cuenta con todas las características arquitectónicas del arte románico provenzal. Su excepcional pórtico –que se asoma a la concurrida plaza de la República–, muestra una temible escena del Juicio Final, con escenas del paraíso y el infierno, bajo la atenta mirada de Cristo juez.
EL AYUNTAMIENTO
Ubicado también en la plaza de la República, este edificio fue concebido en 1673 por Jacques Peytret siguiendo los planos de Jules Hardouin Mansard, el célebre arquitecto que diseñó el palacio de Versalles. El Ayuntamiento debe su notoriedad e importancia a la rareza arquitectónica de la bóveda clasicista plana que cubre su vestíbulo.
LES RENCONTRES D’ARLES
Para los amantes de la fotografía como nosotros, Arlés cuenta también con otro elemento de interés, sus célebres Encuentros, celebrados desde el año 1969. Este festival reúne una programación ecléctica y contemporánea en torno al lenguaje visual de la fotografía, con más de sesenta exposiciones que invaden la ciudad, acompañadas de numerosos coloquios y conferencias. Durante los meses de julio, agosto y –especialmente– septiembre, la ciudad provenzal se convierte sin duda en una de las capitales mundiales –junto con Perpignan– de la fotografía.
INFORMACIÓN PRÁCTICA:
CÓMO LLEGAR. Desde el aeropuerto de Marsella Provenza: el autobús ‘Airport Train’ conecta en 10 minutos el aeropuerto y la estación de Vitrolles. El billete se compra en la ventanilla del aeropuerto. Hay también un servicio de taxis que conecta con Arlés, aunque no resulta muy económico (entre 140 y 175 € dependiendo de la hora del día) y oficinas de alquiler de vehículos.
En tren: si viajamos desde España, actualmente existen conexiones diarias directas que conectan directamente Madrid, Zaragoza y Barcelona con diferentes ciudades del sur de Francia mediante trenes de alta velocidad (AVE-TGV). Aunque la línea no cuenta con parada directa en Arlés, sí podemos viajar cómodamente hasta la cercana Nimes, y desde allí tomar uno de los numerosos trenes de la SNCF que conectan ambas localidades en poco más de 20 minutos.
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