A sólo 70 kilómetros de Oporto, esta localidad surcada por canales y adornada con edificios modernistas es la escapada perfecta para completar una visita al norte de Portugal.
Tienen la proa alta, son alargadas y surcan con brío las aguas de los canales que atraviesan el centro histórico de la ciudad, enmarcados por bellos edificios de aspecto avejentado. Dicho así, cualquiera diría que hablamos de góndolas venecianas y de la célebre ciudad italiana, pero las barcas que aquí sirven de atracción y transporte a los turistas se llaman moliceiros, y esto no es el Veneto, sino Aveiro, en la costa de Portugal.
Los moliceiros se usaban originalmente para recoger el moliço (de ahí su nombre), una especie de alga que se acumulaba en el fondo de la ría y que servía como abono para los campos arenosos y poco fértiles de la zona. Hoy ya no hay moliço –los vertidos acabaron con él–, pero los moliceiros, adornados con vivos colores y dibujos vistosos (a menudo de temática picante) siguen navegando los canales de Aveiro, ahora cargados de turistas deseosos de descubrir esta ciudad ubicada en la desembocadura del río Vouga, a menos de una hora de Oporto.
Aunque en origen –allá por el siglo X–, Aveiro era sólo un pueblecito de pescadores, con el tiempo fue convirtiéndose en un lugar próspero gracias a la explotación de las salinas –de aquí salía buena parte de la sal usada para conservar el sabroso bacalhau que se pescaba en Terranova–, el comercio marítimo y la industria pesquera. Testimonio de aquella pujante economía, y de la riqueza que trajeron consigo algunos emigrantes retornados, es el barrio de Beira Mar, en pleno centro histórico, en el que hoy pueden verse un buen número de edificios de estilo modernista, con fachadas de color pastel y líneas sinuosas, muchos de ellos levantados mirando a las aguas del canal principal.
La Praça do Peixe, también en pleno centro, es otro de los lugares emblemáticos de la villa. Si a principios del siglo pasado este era el lugar donde se descargaban el pescado y la sal para su venta –aún se encuentra allí el Mercado do Peixe–, hoy este rincón aveirense se ha convertido en auténtico icono de la vida nocturna y la oferta gastronómica. En el nudo de calles que desembocan en la praça se pueden degustar algunos de los platos típicos de la zona que, como es lógico, se nutren con acierto de los deliciosos sabores del mar.
Lo hacen con mano experimentada en los fogones de Cais do Pescado, donde el chef Carlos Salvador hace un homenaje a la tradición marinera empleando los pescados y mariscos más frescos para crear platos tradicionales como la caldeirada de enguias (anguilas) o el ensopado de peixe. Pero también hay espacio para la innovación, como se puede comprobar en el restaurante Fama, cuyo chef, Luís Lavrador, emplea productos de temporada para ofrecer experiencias únicas a través de sus creaciones gastronómicas.
El repaso a la gastronomía aveirense estaría incompleto si no mencionáramos la que sin duda es su creación más famosa, los ovos moles, un delicioso postre elaborado a base de yema de huevo y azúcar, que se cubre con unas finas obleas y que, junto a los moliceiros, ha acabado convirtiéndose en una de las señas de identidad de la población. Tanto es así, que los ovos cuentan incluso con un monumento en su honor, y también un museo, la Oficina do Doce (Oficina del Dulce), donde no sólo podemos descubrir todos sus secretos, sino también vestirnos el delantal y el gorro de confitero para aprender a elaborarlos nosotros mismos.
Joyas de la arquitectura
Además de mimar el paladar, de surcar los canales y la ría a bordo de un moliceiro, de hacer una ruta en una de las populares bugas –bicicletas gratuitas que ofrece el municipio–, o de dar un agradable paseo entre construcciones art nouveau, conviene dedicar parte de nuestro tiempo a conocer el Museo de Aveiro. Ubicado en el mosteiro de Jesús, un antiguo convento de monjas dominicas, hoy alberga una valiosa colección de arte con más de dos mil piezas, entre pinturas, esculturas, obras de orfebrería y delicados muebles.
Entre tanta maravilla destaca el mausoleo de la princesa santa Juana (hija del rey Afonso V), una joya del barroco realizada en mármol multicolor, aunque el interior de la iglesia de Jesús, decorado con tallas doradas y delicados azulejos, resulta incluso más sorprendente. Muy cerca de allí, de vuelta hacia el canal central, se puede visitar también la iglesia de la Misericordia, un templo de finales del siglo XVI con una bella fachada clásica diseñada por el italiano Filipo Terzio, a la que se añadió más tarde una hermosa decoración con vistosos azulejos de color azul.
El contrapunto a los edificios modernistas y a los templos de aires barrocos del centro histórico nos espera algo más al sur, donde desde 1973 se encuentra la Universidad de Aveiro, cuyo campus es uno de los más dinámicos e innovadores del país vecino. La presencia de jóvenes universitarios no sólo ha aportado a las calles de Aveiro un nuevo brío y una pujante vida cultural, sino que también ha permitido la construcción de un buen número de iconos de arquitectura contemporánea.
Hay que reservar al menos un hueco de nuestra visita para contemplar las modernas líneas de estos edificios, diseñados por algunos de los arquitectos portugueses contemporáneos más destacados, como Siza Vieira, Alcino Soutinho o Souto Moura, entre otros.
Un tesoro de playas y dunas
Con el mar a sólo 10 kilómetros, Aveiro es también un destino ideal para disfrutar del sol, las playas y, sobre todo las olas de un Atlántico que aquí suele mostrar su cara más salvaje. Puede que esta bravura intimide un poco a los bañistas acostumbrados a aguas más tranquilas y cálidas, pero resulta un imán irresistible para los amantes del surf, el kitesurf y otros deportes acuáticos en los que el viento y las olas rizadas son un valor apreciado.
En las cercanías de Aveiro hay varias playas en las que disfrutar de sol, arenales y olas. Las más conocidas son la praia da Barra, que arranca junto a la entrada al puerto de Aveiro y que tiene como icono más reconocible el Farol da Barra (el faro más alto de Portugal, y uno de los mayores de Europa) y, en especial, la praia de Costa Nova.
Este arenal comenzó a popularizarse como destino turístico a mediados del siglo XIX, cuando se inició la moda de “tomar baños de mar”, y en especial después de que un destacado político portugués, José Estevão, construyera aquí su vivienda de veraneo en una de las típicas casas de pescadores locales.
Hasta entonces estas construcciones se habían usado como recintos para guardar los aperos de pesca y como cobertizo para los animales que tiraban de las embarcaciones hasta la orilla, pero con la llegada de los bañistas muchas de ellas se transformaron en vistosas viviendas decoradas con rayas de vivos colores que hoy dan un aspecto vibrante y alegre a todo el paseo marítimo de Costa Nova, una de las estampas más reconocibles y pintorescas de toda la región.
Unos kilómetros al norte, al otro lado de la desembocadura de la ría, el visitante tiene la oportunidad de adentrarse en los dominios de la Reserva Natural de las Dunas de São Jacinto, un paisaje en el que se entremezclan bellas estampas que alternan playas, dunas –móviles y fijas–, bosques de pinos silvestres y acacias y amplias extensiones de marismas.
El paraje, con una extensión de unas 700 hectáreas, se puede recorrer con una amena visita guiada que se adentra en la reserva a través de un serpenteante sendero de 7 kilómetros, y permite descubrir la rica fauna de este espacio natural, que se ha convertido en el refugio ideal para multitud de aves, muchas de ellas migratorias, que se guarecen aquí durante los meses de invierno, como las garzas, el porrón moñudo o el silbón europeo, entre otras muchas especies. Todo un paraíso para los amantes de la ornitología y la naturaleza.
Más información: Turismo de Portugal