Desde el promontorio del Bastión de los Pescadores, en uno de los puntos más altos de la ciudad, Budapest se exhibe tras la puesta de sol en todo su esplendor, ofreciendo un espectáculo hipnótico en el que destacan las aguas del Danubio reflejando la dorada silueta del imponente Parlamento, iluminado como un gigantesco faro a orillas del río.
Los turistas hacen cola aquí y allá, distraídos por la no menos bella estampa de la iglesia de Matías, pero cuando se asoman a las terrazas del bastión, su mirada se deleita sin remedio en la evocadora panorámica. Y no es para menos, pues las hermosas vistas son desde hace años Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Abajo, en las amplias y oscuras aguas del Danubio –espejo gigantesco en el que las luces de los edificios parecen reverberar hasta el infinito–, los cruceros nocturnos surcan el río cargados de visitantes que se dejan arrullar por la música clásica y por la suave sinfonía de las olas que las embarcaciones crean al abrirse paso entre la corriente. Budapest es hermosa a cualquier hora del día, pero a partir del crepúsculo brilla con luz propia, hechizando con su irresistible encanto a turistas y locales.
Lo explicaba a las mil maravillas el escritor György Konrad en una de sus novelas, Viaje de ida y vuelta: cuando cae la noche en la capital húngara, «se siente un nudo en la garganta y se abren las cortinas en la ópera, y un fantástico escenario emerge de la oscuridad». Budapest se revela así como una ciudad perfecta para noctámbulos, románticos empedernidos, amantes de la música y calaveras infatigables.
El ocaso es el momento perfecto para abandonar la comodidad del hotel y poner rumbo a una noche llena de experiencias excitantes. Un buen plan para arrancar la jornada nocturna pasa por subir a alguno de los numerosos barcos que navegan arriba y abajo las aguas del Danubio, esa frontera natural que separa las antiguas ciudades de Buda y Pest, unidas desde 1873 para formar la actual capital húngara.
Hay opciones para todos los gustos: travesías amenizadas con música clásica y una copa de vino o de champán, recorridos con audioguía en varios idiomas e incluso cena completa para los más románticos. En cualquier caso, el resultado es siempre el mismo: un delicioso paseo mecido por las aguas con unas vistas inolvidables.
La mayoría de los barcos recorren el trayecto de los puentes de la ciudad –también Patrimonio de la Humanidad–, desde el Margarita hasta el Petöfi, repasando durante hora u hora y media los hitos de Budapest. El momento cumbre, subrayado siempre por un coro de voces y expresiones de asombro, llega a la altura del Parlamento.
Sus gigantescas dimensiones –268 metros de largo y 96 de altura– son suficientes para dejar sin aliento al espectador, pero lo que realmente arrebata el alma es la iluminación de esta mole neogótica, con la que se logra un efecto tan sobrecogedor que incluso las aves –cientos, sino miles– vuelan a su alrededor en completo silencio, como si fueran polillas hipnotizadas por una luz embriagadora e irresistible.
Tras el recorrido acuático, toca atravesar el no menos célebre Puente de la Cadena –el primer paso permanente en unir Buda y Pest, construido en 1849– para tomar el funicular. Sus escasos 95 metros de recorrido nos ofrecen otra vista magnífica de la ciudad iluminada, pero sobre todo nos abren las puertas del Cerro del Castillo.
Al igual que en otras capitales europeas –estoy pensando, por ejemplo, en Praga o Bratislava– no hay hoy un castillo como tal, sino una ciudadela y otras construcciones desde las que es posible gozar de inmejorables vistas. Ya hemos hablado del Bastión de los Pescadores y de la anexa iglesia de Matías –donde es posible disfrutar de conciertos nocturnos de música clásica gracias a su inmejorable acústica–, pero aquí el verdadero protagonista es el recinto del Palacio.
Antigua residencia de los reyes de Hungría, hoy el castillo-palacio alberga la Biblioteca Széchenyi, la Galería Nacional y el Museo de Historia de la ciudad. Punto caliente por tanto de la cultura budapestina, se ha convertido en la actualidad en escenario de otros muchos eventos a lo largo del año. Aquí se celebran, por ejemplo, el Festival de Artes Folklóricas, el Festival del Vino –la segunda semana de septiembre– y los Conciertos de Palacio, interpretados todos los sábados desde las 8 de la tarde por la Orquesta Sinfónica del Danubio.
En mi caso fueron los deliciosos vinos húngaros –y en especial los famosos Tokaj– los que me sirvieron de excusa para acudir a la ciudad. Ya sea un día cualquiera o durante algún evento especial, el Palacio Real luce siempre espectacular, en especial cuando las luces lo iluminan desde el atardecer, reuniendo a su alrededor a multitud de turistas y visitantes. Las calles empedradas de los alrededores, en especial las de los barrios antiguos y residenciales, con sus edificios señoriales de los siglos XVII y XVIII, animan también a un sosegado paseo para empaparse de su peculiar ambiente nocturno.
Con el sol oculto desde hace un buen rato, es el momento oportuno de dejarse arrastrar a las delicias culinarias de la capital húngara. Aunque no faltan establecimientos en el Cerro del Castillo y sus calles históricas, lo mejor es cruzar de nuevo el Danubio hasta alcanzar la orilla de Pest. Allí nos espera la Avenida Andrássy –otro rincón de la ciudad que ostenta el título de Patrimonio de la Humanidad–, una de las vías principales de Budapest, en la que es fácil reconocer la influencia estética y urbanística de Viena y París.
La avenida cuenta con numerosos cafés y restaurantes capaces de satisfacer los paladares más exquisitos y sibaritas, pero tiene también otros atractivos añadidos. En ella y en sus aledaños se levantan edificios como el de la Ópera Nacional de Hungría, construido en estilo neorrenacentista y entre cuyos muros dieron rienda a su talento figuras de la talla de Gustav Mahler, Giacomo Puccini o Éva Marton. No muy lejos de allí se encuentra la Academia de Música –en la calle que lleva el nombre del compositor Liszt Ferenc–, otro templo musical que hará las delicias de los amantes de las melodías más clásicas.
Los espíritus más canallas y noctámbulos tienen también sus propios templos musicales. En el barrio judío –merece la pena acercarse hasta la sinagoga de la Calle Dohány, una de las más grandes de Europa, ya que estamos en la zona–, y en especial en la calle Kazinczy, se concentra buena parte de los locales nocturnos de la ciudad. Al menos, parte de los más originales. Es aquí donde se encuentra el célebre Szimpla Kert, el primer ruin pub –pub en ruinas– que abrió sus puertas en la ciudad, allá por el año 2001.
Estos locales ocupan hoy edificios abandonados, en muchos casos de varias plantas, y en ellos se mezcla un estilo desaliñado y excéntrico con música y clientes de las nacionalidades y estéticas más variopintas. Sin duda merece la pena tomar allí una cerveza o una copa, aunque sea simplemente por conocer establecimientos tan singulares.
Los que prefieran la música electrónica o ambientes más modernos y sofisticados tienen también oferta de sobra. Uno de los locales más chic es el 360 Bar, un local situado en la azotea del decimonónico edificio Parisian, en plena avenida Andrássy. Es el lugar ideal para visitar en verano, pues además de cocktails y buena música ofrece una privilegiada vista de la ciudad. El techno y la música electrónica clásica son los puntales de Akvárium, un club de la calle Erzsébet en el que también encontramos restaurante, y que junto con el Fogaskert son algunos de los clubes más punteros de la ciudad.
Los más atrevidos tienen todavía otra opción más que original para pasar la noche y disfrutar de una copa. Budapest es conocida como la ciudad balneario de Europa, y es famosa la querencia de los budapestinos por relajarse en cualquier época del año en uno de los numerosos baños de aguas termales que salpican toda su geografía.
La costumbre, que hunde sus raíces en la época romana y se prolongó durante la ocupación turca, adquiere en la ciudad tintes que rozan el culto religioso, así que no es de extrañar que los baños más populares ofrezcan sesiones nocturnas a locales y visitantes.
Los más célebres, como Rudas, Gellért, Király o Széchenyi, abren sus puertas las noches del fin de semana para mezclar baños termales, música y copas. En Gellért, por ejemplo, podemos disfrutar de una madrugada romántica y sensual reservando algunas de sus salas privadas para dos personas, que incluyen sauna, champán y frutas en su precio de entrada.
Pero todas ellas cuentan con sesiones nocturnas –entre las 10 de la noche y las 4 de la madrugada– en las que se mezclan la música más moderna pinchada por djs, las copas y las aguas termales. Si no te importa cambiar tus mejores galas por el traje de baño, hay pocas propuestas más interesantes para hacer tiempo hasta que llega el amanecer…
GUÍA DE VIAJE:
CÓMO LLEGAR:
La compañía de bajo coste Wizz Air tiene vuelos directos a la capital húngara desde varias ciudades españolas (Alicante, Barcelona, Madrid, Málaga, Palma de Mallorca y Tenerife) y con precios tan bajos como 49,99 euros por trayecto.
DÓNDE DORMIR:
PARA COMER:
MÁS INFORMACIÓN: Turismo de Hungría