Visitamos una de las localidades afectadas por la Dana cinco meses después de la tragedia. En las calles edificios apuntalados, grietas, humedades y barro: queda mucho por hacer.
El operario cuenta que él estaba trabajando aquel día y que entonces, de manera totalmente inesperada porque no estaba lloviendo, llegó un torrente de agua que abrió la puerta trasera del taller y arrastró los coches que fueron empotrándose uno tras otro y saliendo a la calle por la puerta delantera del establecimiento.
Solo se salvó un vehículo que estaba en alto, de los que había dentro de este taller de Catarroja que hoy continúa reponiéndose las heridas: barro aún por todas partes, un urinario en medio de un espacio vacío, paredes desconchadas, grietas, humedades y una cicatriz en la pared que indica dónde llegó el nivel del agua aquel fatídico 29 de octubre de 2024.

Han pasado cinco meses desde la fecha en que la DANA afectó a 75 municipios en Valencia y otras localidades de España, dejando 225 fallecidos y miles de afectados solo en la región valenciana. Hemos venido hasta Catarroja, a poco más de 12 kilómetros de la ciudad del Turia, para ver cuál es la situación de esta localidad varios meses después.

En el ambiente, fuerte olor a humedad
La primera impresión desde la ventanilla del taxi es tramposa: el Camí Real, una de las principales arterias del municipio, aparenta total normalidad a estas horas de la tarde. Tiendas abiertas, autobuses urbanos, gente que va y viene, calle aparentemente limpia… Sin embargo, nada más salir del vehículo nos azota en la pituitaria un olor a humedad que no tiene nada de normal: no es el olor de la cercanía del mar o de un río. Es un olor a cerrado, a moho, que se quedará con nosotros el resto de la tarde.

Entramos en el taller mecánico que Ignacio Soria tiene en esta localidad no sin antes fijarnos en un portal aledaño en el que hay un carrito de bebé aparcado al fondo: en las paredes, una macabra cicatriz testimonia hasta dónde llegó el nivel del agua, tan alta que cubría el primer tramo de escaleras de acceso al inmueble. Terrorífico.
En el taller mecánico de Soria todo sigue siendo barro, desconchados, desperfectos… Ignacio Soria se libró de la riada por poco: ya había algo de agua en la calzada cuando salió de trabajar (algo que sucede aquí a menudo, comentan) pero se trataba de unos centímetros. Lo habitual. Unos minutos después esos centímetros llegaban ya a la rodilla. Soria se refugió en un templo cercano donde pasó la noche porque no pudo regresar a casa.

A la mañana siguiente, el caos: «Tardamos varios días en ver a nadie, las calles estaban intransitables. Y los primeros que llegaron fueron los voluntarios, nada de militares ni de servicios de emergencia», confirma el operario. «Pasaron dos semanas hasta que conseguimos una máquina para abrir la puerta del taller, y fue una máquina de un particular, un voluntario, que la puso a disposición de los vecinos», añade.
Por doquier, bajos destrozados y edificios apuntalados
No vamos a detenernos en lo que pasó, ya se ha contado. Dejamos la arteria principal y dejamos atrás un Mercadona, uno de los primeros establecimientos en abrir tras la tragedia, para recorrer las aledañas. Allí nos percatamos de que aún queda mucho por hacer: edificios apuntalados, otros completamente abiertos sin puertas ni ventanas en espera de poder secarse. Puertas improvisadas con elementos diversos intentando evitar el pillaje. Escombros en las esquinas, sacos de obra acumulando deshechos, obreros afanándose dentro de edificios húmedos y fríos, negocios cerrados que quizás no vuelvan a abrir.

«A nosotros la ayuda estatal nos llegó, también la que dio Mercadona y la de la Generalitat. Lo que pasa que la estatal, por ejemplo, no está bien planteada: la cantidad va en función del número de empleados, por ejemplo, si tu empresa tiene de 1 a 10 empleados tienes 10.000 euros de ayuda. Es una franja muy amplia, mi negocio es mayor que el de la peluquería de al lado y tiene más empleados, pero es la misma cantidad, no está bien planteado», comenta una empresaria local.
Seguimos recorriendo Catarroja: carteles de “no se admite más ropa” que recuerdan las fechas en que hubo donaciones de toda España; otros reivindicativos de el pueblo salva al pueblo que vemos estampados en una camiseta de una tienda. Por doquier puertas destrozadas, cristales rotos, sacos con escombros, obras… Catarroja intentando reconstruirse en lo físico, lo mental llevará aún más tiempo. «Mi padre sigue llegando a casa con las botas llenas de barro», advierte la empresaria. La toallita desmaquillante que utilizaremos por la noche lo confirma: ha pasado del blanco al marrón, el color del barro.
* Nota: las fotografías que acompañan este texto se tomaron a finales de febrero.