Tailandia está repleto de ríos, la propia Bangkok esta dividida por el Chao Phraya, que por su longitud y caudal es el más importante del país y en la capital se divide y enmaraña en un laberinto de canales que sustituyen a las aceras, algunos naturales y otros artificiales, donde la población se ha ido adaptando a vivir desde hace muchos siglos.
Los alrededores de la gran capital y en un radio de kilómetros considerable también adoptaron este modo de vida y de convivencia con el agua, en estas provincias se encuentran la mayoría de canales navegables del país, con los propios hogares de la población que jalonan ambas orillas, sostenidos por estructuras de madera y donde también se establecieron desde hace muchos siglos los mercados flotantes, desde hace años convertidos en atracción turística a tiempo parcial, pero donde aún es posible observar este modo de vida tradicional, sobre todo si se visita fuera de los tours organizados.

Existen muchos mercados flotantes, tanto en la propia Bangkok como en sus alrededores, uno de los más conocidos es Damnoen Sadoak, a unos 100 Km de la capital, en la provincia de Ratchaburi y donde el reclamo turístico está expuesto a la cercanía con la capital, que en sus tours organizados colapsan en las horas punta los canales con canoas, preparadas para la comodidad del visitante. Como cada vez es más habitual, la convivencia entre el turismo y la sostenibilidad puede estar reñida.
En general, la mejor opción, si es que nos es factible por tiempo y logística es visitar el mercado por cuenta propia y evitando estas horas punta, existen opciones, más complejas e “incómodas”, pero muy probablemente más tranquilas e igualmente interesantes, que además nos permitirán pasear por los alrededores de los mercados, donde la vida cotidiana nos surgirá de un modo natural.

Tanto a primera hora como a última de la tarde son los mejores momentos, bien cuando van abriendo las tiendas, las mujeres comienzan a preparar la comida en sus canoas y los locales van haciendo las primeras compras o bien cuando termina el trasiego de turistas, todo se relaja y va cerrando.

Sobre las seis de la mañana salimos de nuestro alojamiento a orillas de uno de los canales, donde nos esperaba el hombre que nos llevaría en un calmado paseo hasta el mercado, íbamos viendo pasar algunos negocios, locales que cogían sus canoas, otros que recogían o tendían la ropa y las primeras mujeres, que portaban en sus canoas la mercancía para después vender o cocinar en el mercado, luciendo vistosos sombreros fabricados en bambú.
A nuestra llegada todo comenzaba, esperando a los primeros turistas, que sobre las diez empezaron a llegar, en las orillas, abundaban las tiendas de recuerdos, en el agua las mujeres vendían sobre todo fruta fresca, mangos, durian, plátanos, pomelos, etc, que ofrecían a precio de oro a los extranjeros, lo mismo que ocurría con el café o un plato de noodles. Pocas eran las barcas que vendían verduras y pocos los tailandeses que se acercaban a rellenar la cesta de la compra en ese lugar, era fácil distinguirlos.
A mediodía el bullicio era considerable y era difícil distinguir estas dos realidades, la turística y la local, pero sin duda, ante un escenario tan ajeno y colorido, no tenía demasiada importancia. Sentado en un restaurante, con una cerveza y una sopa de noodles se disfrutaba de todo aquello, fijándose en detalles, observando la actividad, dejándose llevar por olores y colores y disfrutando de la hospitalidad y simpatía innata, que pese a todo, nunca parece impostada en Tailandia.