La Guerra Civil española destruyó la vida de cientos de miles de personas, pero, como todas las guerras, no sólo las vidas humanas se vieron afectadas por los proyectiles y las bombas. Piezas vitales que formaban parte del patrimonio artístico universal resultaron amenazadas por los terribles acontecimientos. Algunos de los tesoros del Museo del Prado fueron puestos a salvo en Suiza, en donde permanecieron “exiliados” hasta que finalizó la guerra. Recordamos esta historia con motivo del bicentenario de la pinacoteca madrileña.
A las irreparables pérdidas de vidas humanas que se producen como consecuencia de todas las guerras, hay que sumar siempre unos abultadísimos daños materiales. Entre estas pérdidas, aunque a menudo quede en segundo plano debido al drama humano, se encuentra la destrucción del patrimonio histórico y artístico, como por desgracia se ha podido comprobar los últimos años en lugares como Irak o Siria, por citar sólo dos ejemplos recientes.
En algunas ocasiones el saqueo de obras de arte durante los conflictos armados es sistemático y bien planeado, como sucedió durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el “apetito” artístico de Adolf Hitler le llevó a crear un complejo entramado destinado, en exclusiva, a apropiarse de algunas de las mayores colecciones de arte europeas del momento, con la finalidad de crear su propio museo en su ciudad natal.
Pero algunos años antes de que el Führer y sus lugartenientes confiscaran miles de pinturas de gran valor a sus legítimos dueños –robos cuyas consecuencias todavía se dejan sentir hoy en día–, el abundante y valioso patrimonio español había sufrido también de forma considerable debido a los horrores de la Guerra Civil.
Juntas para proteger el patrimonio
Inmediatamente después de la sublevación de los rebeldes en julio de 1936, en muchas zonas republicanas la rabia de la población y los partidos obreros se tradujo en ocasiones en una oleada de ataques a bienes eclesiásticos y aristocráticos, con la consiguiente destrucción de algunas piezas artísticas. Por suerte, apenas unos días después del golpe de estado, el Gobierno republicano de Madrid, siguiendo una iniciativa de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, creó la Junta de Incautación y Protección del Tesoro Histórico, un organismo que se esforzó desde el primer momento por proteger y salvaguardar el patrimonio nacional de saqueos y destrucciones incontroladas, así como de los bombardeos del ejército franquista.
Poco después, este organismo pasó a denominarse Junta de Defensa del Tesoro Artístico Nacional, delegando a su vez de la Junta Central del Tesoro Artístico, que quedó presidida por el pintor extremeño Timoteo Pérez Rubio, y que se encargó de coordinar un grupo de juntas locales con el mismo cometido, y que estaban distribuidas por el territorio republicano.
En pocos meses los responsables de la Junta habían logrado establecer un eficaz sistema de protección de obras de arte, consiguiendo salvar de la destrucción, tan sólo en Madrid, más de 20.000 pinturas, 12.000 esculturas y cerca de dos millares de tapices, además de un sinfín de piezas arqueológicas, libros y manuscritos.
Una ingente cantidad de tesoros de valor incalculable que, durante meses, se amontonaron en las salas y vitrinas del Palacio de Bibliotecas y Museos (edificio que hoy alberga a la Biblioteca Nacional y el Museo Arqueológico Nacional), el Museo del Prado y otros inmuebles. A pesar de los denodados esfuerzos de los miembros de la Junta, con el avance de las tropas franquistas y el comienzo de los bombardeos y el fuego de artillería sobre la capital de España pronto resultó evidente que las piezas más valiosas del patrimonio corrían peligro de desaparecer bajo el fuego del ejército nacional.
Así, coincidiendo con el traslado del Gobierno a Valencia el 6 de noviembre, se ordenó a los responsables de velar por el tesoro nacional que se procediera a trasladar a la capital levantina una selección de las obras maestras más importantes del Museo del Prado. Entre ellas se encontraban buena parte de las pinturas que hasta entonces colgaban de los muros de la llamada Galería Central de la pinacoteca, con obras de maestros de la talla de Goya, Velázquez, Rubens, Durero, Tiziano o Tintoretto.
Bombas sobre El Prado
El Prado llevaba cerrado de forma preventiva desde finales de agosto de ese año, y sus responsables –con el subdirector Sánchez Cantón a la cabeza– se habían encargado de ocultar en los sótanos todas las pinturas, así como de proteger el edificio con sacos terreros y refuerzos ante la posibilidad de que sufriera el impacto de los proyectiles nacionales. Y, en efecto, el 16 de noviembre se produjo un bombardeo de la aviación rebelde que alcanzó a la pinacoteca madrileña. Por suerte los proyectiles solo causaron daños a un relieve del siglo XVI y a parte de los cubrimientos del edificio.
Para entonces, además, ya se había iniciado el delicado traslado de las “joyas” más selectas del museo. Con la ayuda de varios camiones militares, entre el 5 de noviembre de 1936 y el 5 de febrero del año siguiente un total de veintidós convoyes pusieron a salvo –con sumo cuidado y en medio de no pocos peligros– algunas de las obras más importantes de la historia del arte occidental: un total de 391 pinturas, más de un centenar de dibujos de Goya y otras muchas piezas igualmente valiosas.
Una vez en la capital del Turia, las valiosas obras fueron ubicadas en dos localizaciones distintas: el llamado Colegio del Patriarca y, de forma más especial, en las Torres de Serranos, edificio éste que literalmente se “blindó” ante la eventualidad de un posible bombardeo enemigo.
El grueso del Tesoro Nacional –al que se fueron sumando lienzos procedentes de El Escorial, el Museo de Arte Moderno, la Academia de Bellas Artes de San Fernando o el Palacio Real– permaneció en Valencia hasta comienzos de 1938, cuando el avance de las tropas franquistas hizo necesario su traslado a Cataluña, donde ya se encontraba el Gobierno republicano.
Así, las miles de obras de arte volvieron a cambiar de ubicación, y esta vez se ocultaron en las minas de La Vajol, el castillo de Peralada y el castillo de San Fernando (Figueres), en la provincia de Girona. Allí permanecieron hasta enero del año siguiente cuando, de nuevo a causa de la amenaza franquista, comenzaron un nuevo viaje, en esta ocasión al extranjero.
Para aquellas fechas se había creado ya el Comité Internacional para el Salvamento de los Tesoros de Arte Españoles, un organismo compuesto por directores y conservadores de museos de todo el mundo, y a comienzos de febrero de 1939 sus representantes consiguieron firmar un acuerdo con el Gobierno de la República para que las obras se pusieran a salvo en Ginebra.
Así fue como en aquellos primeros días de febrero se procedió a trasladar las cerca de dos mil obras de arte, que fueron transportadas hasta Perpiñán a bordo de setenta y un camiones y, desde allí, mediante un tren que las llevó a la ciudad suiza, donde quedaron custodiadas en la sede de la Sociedad de Naciones.
La vuelta a casa
Ya concluida la Guerra Civil, la colección permaneció un tiempo en Ginebra donde, en el verano de 1939, se celebró una exitosa exposición bajo el título de ‘Obras maestras del Museo del Prado’. Para aquel entonces Suiza ya había reconocido el nuevo Gobierno de Franco, y en septiembre de ese mismo año –tras las gestiones del artista Josep María Sert– la colección puso rumbo a España.
El regreso –realizado íntegramente en tren esta vez– no estuvo exento de peligros. Para entonces ya había estallado la Segunda Guerra Mundial, y el tren tuvo que viajar sin luces durante la noche, para evitar un posible bombardeo alemán durante el trayecto por suelo galo. Por suerte no hubo incidentes, y el insólito convoy –que algunos estudiosos han calificado como el tesoro artístico más grande y valioso que jamás se haya transportado– llegó a la Estación del Norte de Madrid en octubre de 1939.
Las miles de obras maestras habían sobrevivido, prácticamente intactas, a los peligros de una de las guerras más cruentas del siglo XX. Una labor que parecía imposible pero que se convirtió en realidad gracias al trabajo y al coraje de cientos de personas que, en mitad del drama que supone un conflicto bélico, supieron apreciar el valor de nuestro patrimonio y arriesgaron sus vidas para protegerlo.
4 comentarios
Una vergüenza que no se cite ni siquiera el nombre de la persona que hizo posible la vuelta de los cuadros. Fernando Álvarez de Sotomayor, director entonces del Museo y que acompañó al convoy en todo su recorrido
Gracias por su aportación, María. Desconocíamos el papel jugado por Álvarez de Sotomayor. ¿Sería tan amable de indicarnos alguna fuente a la que podamos acudir para conocer mejor su participación en los hechos? Gracias de nuevo.