Construido a mediados del siglo XVI –en pleno auge del Renacimiento en España–, el hoy conocido como “patio de la Infanta” se convirtió poco después de su creación en uno de los principales tesoros artísticos de Aragón. Una auténtica joya de la arquitectura y la escultura humanista que a punto estuvo de perderse para siempre…
La antigua casa señorial de los Zaporta se levantaba originalmente en un solar de la zaragozana calle de San Jorge –no muy lejos de la basílica del Pilar–, donde hoy se encuentra una de las muchas oficinas que Ibercaja posee en la capital maña. Teniendo en cuenta este detalle, y el hecho de que la casa Zaporta suele considerarse como la primera entidad financiera y de crédito de España, la ubicación actual del conocido como “Patio de la Infanta” –bellísimo ejemplo del Renacimiento aragonés y una de las escasas partes de la mansión que se conservan–, se antoja más que apropiada.
Y es que por llamativo que parezca en un primer momento, esta delicada muestra de arquitectura y escultura española del siglo XVI no está en el interior de un museo, sino en las entrañas mismas de la sede central de Ibercaja, un moderno edificio de acero y hormigón situado en el centro de Zaragoza.

Entre su ubicación actual y su lugar de construcción hay apenas mil metros y, sin embargo, el valioso patio viajó más de dos mil kilómetros antes de descansar en el enclave –parece que ya definitivo–, en el que hoy podemos disfrutar de sus bellas formas.
Una joya del Renacimiento aragonés
El edificio que acabaría convirtiéndose en el “palacio” Zaporta ya existía cuando, entre 1549 y 1551, su propietario don Gabriel Zaporta –un importante mercader y banquero de origen judío–, decidió acometer unas obras de remodelación con motivo de sus segundas nupcias. Aquellos trabajos de ampliación y mejora se realizaron en el mejor de los momentos posibles, pues hoy los especialistas consideran el XVI como el auténtico siglo de oro de la ciudad. Basta con saber que en dicha centuria se levantaron en la capital del Ebro más de doscientos palacios para hacerse una idea de la importancia económica y artística que vivió Zaragoza en aquellos años.
Aunque no alcanzaba la importancia de otras ricas residencias de la época, el edificio de la familia Zaporta –levantado en el siglo XV– ocupaba un solar de nada menos que 1.700 metros cuadrados, con una sobria pero bella fachada de casi cincuenta metros de longitud y tres alturas diferenciadas. Con las obras de mejora ejecutadas a mediados de siglo con motivo de su segundo matrimonio con doña Sabina Santángel, la casa recibió el que fue siempre su elemento más característico: un espectacular patio renacentista que acabaría convirtiéndose en modelo de referencia para otros muchos patios aragoneses en años venideros.

Un patio sorprendente
De planta cuadrada con nueve metros de lado, la parte inferior del patio estaba sostenida por ocho columnas antropomorfas de alabastro a modo de cariátides con personificaciones del Sol, la Luna y los planetas, cuyo llamativo y sorprendente significado de carácter astrológico estaba estrechamente relacionado con el enlace matrimonial de Zaporta y su segunda esposa (ver más abajo).
En el piso superior, una sucesión de pequeños arcos de medio punto coronaban cada uno de los lados del patio, apoyándose en una vistosa hilera de medallones esculpidos en los que se representó a dieciséis poderosos personajes –algunos sin identificar–, como el emperador Carlos V, Fernando el Católico, Carlomagno o emperadores romanos como Marco Aurelio. Entre esta representación de ilustres figuras, los diseñadores del patio insertaron también escenas mitológicas relacionadas con los trabajos de Hércules, así como varios emblemas y alegorías de temática amorosa.

Además del hermoso patio –cuya calidad y belleza superaba en mucho a los existentes en otros palacios y residencias de los zaragozanos más notables de la época–, la casa señorial de los Zaporta contaba también con otras ricas estancias, muchas de ellas cubiertas con delicadas techumbres de madera tallada o riquísimos artesonados mudéjares, así como con habitaciones y salones a los que se accedía a través de vanos de mármol y puertas con hojas de madera decoradas con bella tracería mudéjar.
Un mercader convertido en noble
Todas estas riquezas –y muchas más en forma de tapices, pinturas y otros bienes muebles–, fueron atesoradas durante años por el dueño de la casa señorial, el ya citado Zaporta. Pero, ¿quién fue exactamente este próspero y poderoso vecino de la Zaragoza renacentista?
Don Gabriel Zaporta llegó a la ciudad en 1535, al parecer procedente de Monzón, localidad oscense en la que poseía varias propiedades y residía parte de su familia. Ya entonces era un hombre de grandes riquezas, amasadas gracias a sus numerosas y variadas actividades comerciales. Zaporta comerciaba con distintos territorios de la península como Valencia, Castilla o Cataluña, pero también con otras naciones europeas, entre las que se contaban Italia, Francia y Flandes. En todos estos dominios vendía productos de todo tipo, desde trigo hasta azafrán, pero también inmuebles y terrenos, al tiempo que gestionaba aduanas, emitía letras de cambio y realizaba préstamos bancarios.
Entre su clientela no estaban sólo empresarios y mercaderes de toda Europa, sino también nobles e incluso monarcas. Es el caso del mismísimo emperador Carlos V, a quien Zaporta concedió un crédito de nada menos que cuatro millones de reales de vellón, una inmensa fortuna con la que el Habsburgo financió su campaña militar en Túnez.
Fue precisamente este préstamo el que le sirvió a Zaporta para ganar su título nobiliario en agosto de 1542, cuando el emperador, con motivo de las Cortes de Monzón, le concedió el privilegio de nombrarlo noble de Aragón y señor de Valmaña. El favor real hacia su persona era sin duda notable pues, si hemos de creer algunas fuentes, Carlos V llegó a alojarse en la casa Zaporta con motivo de una visita a Zaragoza.
Influencia y poder
Además de sus actividades bancarias y comerciales, Gabriel Zaporta fue también un destacado prohombre de la ciudad en la que vivió la mayor parte de su vida. Entre otros cargos, este nuevo noble fue Tesorero General de Aragón, cónsul del tribunal de comercio de Zaragoza y figura destacada en el gobierno de la ciudad. Así, al final de su vida la lista de cargos y responsabilidades del mercader aragonés era tan larga como abultada era su fortuna.

Tras su muerte en febrero de 1580 –se dice que abatido por la pena tras el fallecimiento de su esposa Sabina unos meses antes–, la casa o “palacio” Zaporta quedó en manos de su hijo Luis, quien desgraciadamente sólo le sobrevivió un año. La propiedad quedó entonces en manos de la viuda de este último, Mariana de Albión, quien la disfrutó hasta que pasó a su hija, Jerónima Zaporta. Antes de morir, la nieta del patriarca vendió la casa a su hermanastro Gabriel Leonardo y Albión, y con el paso de los años la imponente casa señorial y su hermosísimo patio fueron pasando por las manos de distintas familias.
Un destino azaroso
Ya a finales del siglo XVIII, los entonces propietarios del edificio habían dividido la vivienda para alquilar los diferentes espacios resultantes a otros tantos inquilinos.
De este modo, y durante décadas, la casa Zaporta acogió instituciones como el Liceo Artístico y Literario o el Casino Monárquico Liberal, talleres de carpintería y otros negocios, así como a habitantes tan ilustres como al comerciante y amante de las artes Martín de Goicoechea, al ilustrado Ramón Pignatelli o a la noble zaragozana doña María Teresa Vallabriga y Rozas, conocida popularmente como “la infanta” por haber sido esposa de don Luis Antonio Jaime de Borbón, hermano de Carlos III.

Fue precisamente la presencia de esta dama –retratada varias veces por Goya–, la que motivó que desde entonces se conociera al patio renacentista del interior de la casa como “Patio de la Infanta”.
El evento más trascendental para el destino de la casa Zaporta tuvo lugar en los últimos años del siglo XIX. En 1894, el edificio se vio afectado por un devastador incendio que dejó su estructura en un lamentable estado de conservación. Aunque permaneció en pie durante algunos años, finalmente las autoridades –no sin quejas de vecinos e intelectuales– procedió a su demolición en el año 1903.
Un lego renacentista
De aquel derribo tan sólo se salvaron algunos fragmentos de carpintería –que hoy se custodian en el Museo Provincial de la ciudad–, y el bellísimo patio renacentista encargado por Zaporta para celebrar sus segundas nupcias.
Por desgracia, ninguna institución parecía interesada en adquirir a los dueños del inmueble aquella valiosa muestra de arte aragonés renacentista, y finalmente fue un ciudadano francés, anticuario para más señas, quien adquiriese aquella joya de nuestro patrimonio por 17.000 pesetas de la época.

El nuevo propietario del patio, Fernando Schultz, trasladó la obra de arte a París, cuidadosamente embalada en 131 cajas, y volvió a montarla pieza a pieza para promoción de su negocio, instalado en el Quai Voltaire número 25 de la ciudad del Sena. En su nueva ubicación parisina, el Patio de la Infanta se convirtió en escenario improvisado de actos vinculados con el arte y la cultura española, acogiendo, por ejemplo, las celebraciones del tercer centenario de la muerte de Lope de Vega.
El regreso del patio a España
La belleza y espectacularidad del patio llamaron la atención de no pocos visitantes en su “exilio” parisino, y a punto estuvo en varias ocasiones de ser vendido. Tanto Eva Perón como Hermann Göring mostraron un vivo interés por hacerse con la hermosa obra de arte, por lo que faltó poco para que el patio acabara viajando al otro lado del Atlántico o a Alemania, donde quién sabe cuál habría sido su destino con motivo de la Segunda Guerra Mundial.

Afortunadamente aquellas transacciones no terminaron llevándose a cabo y, por fin, en el año 1957 las gestiones de Benito Gil Cirez y José María Royo Sinués tuvieron como resultado la vuelta del valioso tesoro renacentista a España. Tras el pago de tres millones de pesetas de la época por parte de la Caja de Ahorros de Zaragoza –hoy Ibercaja–, el Patio de la Infanta fue desmontado una vez más y trasladado a la capital maña. Aún tuvieron que pasar algunos años –hasta 1980–, para que el patio pudiera volver a montarse en su ubicación actual, donde hoy cualquier visitante puede disfrutar de esta joya del renacimiento aragonés.
Un horóscopo en piedra
El complejísimo y fascinante programa iconográfico del Patio de la Infanta ha sido, durante mucho tiempo, objeto de diversas interpretaciones, y sin duda alguna es uno de los elementos más interesantes de este fabuloso patio renacentista, que se muestra ante los ojos de los visitantes como un auténtico “libro en piedra”.

El poderoso Gabriel Zaporta se casó por primera vez con doña Jerónima Arbizu, con quien tuvo dos hijos. Sin embargo, Zaporta quedó viudo, y en junio de 1549 tomó como nueva esposa a Sabina Santángel, hija del también mercader Alonso Santángel y de Ana Torrijos, pertenecientes a otra importante familia aragonesa.
Fue con motivo de estas segundas nupcias cuando Zaporta procedió a remodelar su suntuosa vivienda, realizando, entre otras mejoras, la construcción del patio renacentista y su bellísima decoración escultórica. Aunque dicha decoración incluye variados motivos son los elementos alusivos a la astrología los más interesantes.
Así, mediante la colocación de esculturas y relieves relacionados con los planetas, los constructores y el diseñador del programa iconográfico del patio –posiblemente el propio Zaporta, quien como otros hombres de su tiempo y posición mostró unas notables inquietudes humanistas– construyeron un horóscopo en piedra en el que se marcó la hora y la fecha de la boda entre el rico aragonés y su segunda esposa: las 18 horas y 50 minutos del 3 de junio de 1549.
Este singular mensaje –confirmado por los estudios del historiador del arte Juan Francisco Esteban Lorente–, no sólo señalaba la posición de los astros en el momento del enlace, sino que el horóscopo debió calcularse por encargo del matrimonio con la intención de escoger la fecha y hora más propicia para garantizar el buen término de la unión entre los esposos.
Más información y visitas: Patio de la Infanta (Fundación Ibercaja)