¿Alguna vez has quemado una receta y te has preguntado qué hacer? A veces, los mayores fracasos culinarios se convierten en los mayores éxitos. Descubre cómo un error dio origen a la tarta Tatin y otros clásicos de la gastronomía.
Es una escena bastante familiar en muchas cocinas: alguien entra con la intención de preparar un plato y, por un error o descuido, termina con un desastre culinario. ¿Te suena, verdad? Sin embargo, en ocasiones, esos imprevistos dan paso a creaciones sorprendentes que, con el tiempo, se convierten en grandes clásicos de la gastronomía mundial.
Así es como algunos de los platos más emblemáticos nacieron de lo que en un principio parecía un error… porque errar es humano, pero a veces no conviene rectificar.
De accidente a tradición
Uno de los casos más célebres es el de la tarta Tatin, un postre cuya historia está marcada por un error. Las hermanas Stéphanie y Caroline Tatin, que regentaban un hotel en el sur de Orléans, se enfrentaron un día a una situación inesperada cuando Caroline, distraída por otras tareas, dejó que las manzanas que preparaba se quemaran.
En lugar de desecharlas, la cocinera decidió taparlas con una masa y, al final, les dio la vuelta antes de servirlas. El resultado fue una tarta caramelizada que, lejos de ser un fracaso, se convirtió en un éxito rotundo, ganando popularidad rápidamente. Y no nos extraña porque está simplemente deliciosa.
Otro ejemplo de cómo un accidente puede dar lugar a una nueva creación es el de otro postre francés, las crêpes Suzette. La historia se remonta a 1895 cuando Henri Charpentier, un joven de 14 años que trabajaba en el Café de París en Montecarlo, intentaba impresionar al Príncipe de Gales, futuro rey Eduardo VII, con un nuevo postre.
Un error en la preparación hizo que las crêpes se incendiaran. Tras apagar el fuego, Charpentier probó el resultado y se sorprendió al descubrir que el sabor era excepcional. Al presentar el postre al príncipe, este le preguntó por su nombre. Ante la presencia de una joven llamada Suzette, Charpentier optó por bautizarlo como crêpes Suzette, una denominación que perdura hasta hoy.
La tarta Tatin, les crêpes Suzette, la salsa Perrins o las cookies de chocolate nacieron todas de un error en la cocina.
Las patatas soufflé: un accidente con la realeza como testigo
Toca el turno ahora al plato salado: el origen de las patatas soufflé se remonta a 1837, un año clave para la historia del transporte en Francia, con la inauguración de la primera línea ferroviaria que transportaba pasajeros a París. En el restaurante que esperaba a la comitiva real, el menú incluía patatas fritas, pero un retraso en la llegada del tren cambió el curso de los acontecimientos. Mientras las patatas ya estaban en la sartén, se informó al chef sobre el retraso del tren.
Al temer que las patatas no estuvieran lo suficientemente cocidas, el cocinero decidió sumergirlas nuevamente en aceite más caliente. El resultado fue una explosión de aire que infló las patatas, creando una textura ligera y crujiente. Así nacieron las patatas soufflé, un error que se convirtió en un éxito culinario.
Cookies de chocolate: el nacimiento de un icono de la repostería
Otro producto que nació de un error fue la famosa cookie de chocolate. Ruth Graves Wakefield, dueña de la casa de huéspedes Toll House Inn en Massachusetts, se encontraba preparando unas galletas de mantequilla con chocolate. Al darse cuenta de que no tenía suficiente chocolate, decidió trocear una tableta de chocolate, pensando que se derretiría en la masa.
Sin embargo, los trozos de chocolate no se disolvieron, lo que resultó en una textura única que agradó a los comensales. La receta fue publicada en los periódicos locales y, más tarde, Nestlé alcanzó un acuerdo con Ruth para incluirla en las bolsas de chocolate, lo que consolidó las Toll House Cookies como un clásico en la repostería mundial.
Patatas chips: un error que cambió los aperitivos
Otro aperitivo que nació de un error son las patatas fritas tipo chips, cuyo origen se remonta a un restaurante en Saratoga Springs, Nueva York. La historia cuenta que un cliente insatisfecho devolvió un plato de patata, alegando que no estaban lo suficientemente crujientes. En respuesta, el chef George Crum decidió cortar las patatas en rodajas finísimas, hasta el punto de que resultaba difícil pincharlas con el tenedor.
El nuevo estilo de patatas fritas fue un éxito inmediato, tanto que se bautizaron como «Saratoga Chips» y pasaron a convertirse en un plato emblemático del restaurante. Sin embargo, otra versión sostiene que fue la hermana del chef quien, al dejar caer por accidente una rodaja de patata en el aceite caliente, dio lugar a la creación de las chips.
Un par de ejemplos más: en 1894, los hermanos Will Keith Kellogg y el doctor John Harvey Kellogg, seguro que el nombre te suena, empleados en un hospital de Michigan, estaban enfocados en encontrar alimentos más saludables para los pacientes. Fue un error el que dio origen a lo que hoy conocemos como una de las marcas más emblemáticas de cereales.
Tras dejar trigo hervido sin almacenar, pensaron que el producto ya estaba estropeado. Sin embargo, en lugar de desecharlo, decidieron intentar aplanarlo, lo que provocó que la masa se rompiera en pequeños pedazos. En un último intento, tostaron esos restos y los ofrecieron a los pacientes con problemas digestivos. El resultado fue un éxito rotundo.
A partir de ese momento, los hermanos comenzaron a experimentar con otros cereales, como el maíz. Así, en 1906, nació Kellogg’s. Sin embargo, la historia de la marca también tiene una discrepancia familiar: John, el hermano del fundador, decidió no unirse a la empresa, ya que no estaba de acuerdo con la decisión de Will de agregar azúcar a los cereales, alejándose del enfoque inicial de productos saludables.
Y para finalizar, una de salsas: en el siglo XIX se gestó la receta de una salsa que se ha convertido en un clásico global, la Worcestershire. A principios de 1800, Lord Sandys regresaba a Inglaterra después de su estancia en la India queriendo recrear los sabores exóticos que había conocido. Para ello contrató a dos químicos, John Lea y William Perrins, para crear una mezcla de especias.
El primer intento no fue bien recibido, y los tres abandonaron los frascos con la receta. No obstante, con el paso de los años, decidieron probarla de nuevo y descubrieron que el proceso de fermentación había transformado el sabor, llevándolo a una nueva dimensión. Así fue como los dos químicos comenzaron a embotellar y comercializar la salsa que, con el tiempo, se convertiría en un imprescindible en las cocinas de todo el mundo.