Los abundantes accidentes registrados en el litoral gallego a lo largo de los siglos han dejado un rico patrimonio que hoy puede descubrirse sumergiéndose en sus aguas, pero también recorriendo una costa llena de tesoros y leyendas.
Hace poco más de 20 años, el 19 de noviembre de 2002, el petrolero Prestige se partía en dos hundiéndose sin remedio a 130 millas de Finisterre, provocando un desastre medioambiental de dimensiones colosales. Aquel fue el primer gran naufragio registrado en aguas gallegas tras el comienzo del nuevo milenio, pero se sumaba a una larguísima lista de tragedias ocurridas en esas latitudes. De hecho, el litoral de Galicia es uno de los puntos de mayor concentración de yacimientos subacuáticos del Atlántico europeo: en sus aguas descansan desde naos de la Armada del Océano, pasando por mercantes, barcos de pasaje de lujo, acorazados, vapores e incluso submarinos y aviones de combate de la Segunda Guerra Mundial.
Con semejante patrimonio bajo las aguas, no es de extrañar que una reciente iniciativa (Rimartes, riquezas del mar, tesoros de lo profundo) haya decidido revalorizar varias rutas que suman más de 300 km de costa –desde A Coruña hasta la ría de Muros-Noia– en los que se acumulan más de medio centenar de pecios de distintas épocas.
Así, todas estas singladuras interrumpidas, repletas de dramas humanos, se han convertido en un apasionante recorrido turístico que puede explorarse tanto bajo las aguas –mediante inmersiones de submarinismo, con dificultades para todos los niveles– como en tierra firme.
Uno de los puntos señalados de estas rutas es la Torre de Hércules, en A Coruña, que puede presumir de ser el faro en funcionamiento más antiguo del mundo. Muy cerca de esta fabulosa construcción de origen romano, levantada para auxiliar a los marinos de la Antigüedad, han tenido lugar algunos de los naufragios más sonados de las últimas décadas, como el del petrolero Mar Egeo (sus restos pueden contemplarse durante un “bautismo”, una inmersión para principiantes), el del mercante noruego Rytterholm (popularmente conocido como El Chino) o el Pilar Blanco. Precisamente, estos tres pecios se cuentan entre los más apreciados por los practicantes del submarinismo.
No lejos de allí se encuentra el Aquarium Finisterrae, un espacio de visita imprescindible, pues además de contar con distintas salas que muestran las especies que pueblan las aguas atlánticas (merece la pena detenerse en la sala Maremágnum y, especialmente, en la Nautilus, que recrea el gabinete del capitán Nemo, el personaje imaginado por Verne para 20.000 leguas de viaje submarino), en sus jardines se puede contemplar el enorme ancla del Mar Egeo, que supera las 14 toneladas de peso.
Descenso a la Sala Nautilus | © Javier García Blanco
Una costa de leyenda
Más allá de las aguas del golfo Ártabro, en dirección oeste, el viajero descubre las tierras casi legendarias de la Costa da Morte. Con más de un centenar de naufragios acaecidos en sus aguas, esta comarca coruñesa se ha convertido, desde hace siglos, en sinónimo de mar tenebroso y traicionero. Uno de los peores desastres que se recuerdan fue el protagonizado por el HMS Serpent, un crucero de la Armada británica que se fue a pique en las proximidades del cabo Vilán, causando la muerte de 172 de sus 175 tripulantes.
Los restos mortales de las víctimas fueron enterrados muy cerca del lugar del desastre, en un pequeño camposanto que mira al mar y que hoy se conoce todavía como Cementerio de los Ingleses. Pese a los años transcurridos, en su interior nunca faltan flores recordando a los fallecidos en el accidente.
Fue precisamente la tragedia del Serpent la que obligó a las autoridades españolas a mejorar las instalaciones del faro Vilán, cuya modernización se culminó en 1896, convirtiéndose entonces en el primer faro español en utilizar energía eléctrica. A diferencia de lo que sucedía antaño, hoy ya no vive un farero en su interior, pero en sus distintas dependencias podemos encontrar un didáctico museo dedicado a repasar la historia del edificio, y también un interesantísimo centro de interpretación sobre los naufragios de la Costa da Morte.
Otra población de la comarca, Laxe, cuenta también con su propia tragedia marítima. Cuarenta años antes de que el Serpent acabara engullido por las aguas gallegas, otra embarcación inglesa, la goleta Adelaide, corría idéntico destino frente a la ensenada de Laxe por culpa de un fuerte temporal. En este caso fueron 16 las personas que perdieron la vida, entre ellas la esposa y el hijo del capitán William Dovell, único superviviente.
Para recordar a su familia, Dovell mandó colocar una lápida en inglés con sus nombres junto a la iglesia local de Santa María de la Atalaya, que todavía puede verse hoy, aunque la lluvia y el paso del tiempo ha ido desdibujando sus líneas. En Devon, localidad inglesa a la que regresó Dovell, hay también una lápida idéntica, mejor conservada, en la que se aprecia un relieve de la Adelaide zozobrando en aguas de Laxe. En esta misma localidad hay que hacer una visita al Museo do Mar, donde, entre otras muchas piezas de interés, se guardan algunos restos de un avión hundido en estas aguas durante la Segunda Guerra Mundial.
En plena playa de Lourido, en el concello de Muxía –uno de los más conocidos de la Costa da Morte–, se encuentra desde hace apenas dos años el original y espectacular Parador Nacional de la Costa da Morte. Construido a modo de terraza en la ladera de una montaña –en la que se adapta de forma perfecta– y con vistas directas al mar, el vanguardista edificio diseñado por el gallego Alfonso Penela posee también un auténtico tesoro vinculado con la historia de los naufragios en las costas gallegas.
Desde hace unos meses, la segunda planta del parador ofrece a clientes y visitantes la posibilidad de disfrutar de una muestra permanente en la que se exponen decenas de cartas náuticas elaboradas durante más de 40 años de trabajo por el marino gallego Pepe de Olegario, y en las que se detallan con exquisita minuciosidad la ubicación y circunstancias de cientos de pecios e incidentes marítimos registrados en las costas de Galicia.
Esta fabulosa obra de arte –cada carta es mucho más que un mapa, es una maravilla visual realizada con mimo y paciencia infinita– que permite comprender mejor el respeto que despierta el océano en estas costas llenas de belleza, pero también de numerosos peligros pues, como dijo el explorador cartaginés Himilcón hace más de 2.400 años, estas son «aguas oscuras, llenas de monstruos y bestias marinas».
FISTERRA: FIN DEL CAMINO… Y DE LA TIERRA
Aunque el fin oficial del Camino de Santiago está en Compostela, donde según la tradición se conserva la tumba del apóstol, son muchos los peregrinos que alargan la ruta hasta Finisterre –Fisterra, en galego– para poner punto y final a su peregrinación a tierras gallegas contemplando la puesta de sol en las aguas del Atlántico. Precisamente, esa misma visión cautivó y atemorizó a los romanos y otros pueblos de la Antigüedad, que consideraban que aquel era el Finis Terrae, el fin del mundo conocido, y lugar donde se encontraba el país de los muertos, cuyas aguas estaban pobladas de temibles bestias marinas.
Por su particular ubicación geográfica y condiciones meteorológicas, Fisterra ha sido también escenario de numerosos naufragios. Aquí se produjo, por ejemplo, el desastre de la Armada comandada por Martín de Padilla, cuando en 1596 un terrible temporal hundió veinte bajeles y causó la muerte a más de 1.700 hombres cerca del cabo de Finisterre.
Desde lo alto del cabo, donde se encuentra un vistoso faro construido en 1853 cuya luz sigue guiando a los barcos –hoy de forma automatizada– gracias a su ubicación a 143 metros sobre el nivel del mar, también se divisa O Centolo de Fisterra, un llamativo peñasco rocoso que ha causado no pocos naufragios. Según dicen, junto a la roca se encuentran hoy apilados los restos de varias embarcaciones.
Pero no todo son historias de naufragios y barcos hundidos en Finisterre. En lo alto del cabo, junto al faro, se encuentra el restaurante y hotel O Semáforo, que ofrece una variada selección de la sabrosa gastronomía gallega, en este caso protagonizada por delicias del mar: mejillones, navajas, percebes, congrios o rayas son los reyes de una carta cuyo maridaje viene de la mano de los mejores vinos de las D.O. Rías Baixas o Ribeiro.
Otro lugar de gran interés en relación con el mundo de la navegación es el Museo do Mar, en el castillo de San Carlos. En esta antigua fortaleza construida para defenderse del ataque de los corsarios, hoy se puede contemplar una didáctica exposición sobre el mundo de la pesca tradicional, las embarcaciones, la pesca de ballenas o los naufragios.
Finisterre cuenta con una playa ideal para el baño (la playa de Langosteira), pero si uno quiere conocer la bravura de las aguas del Atlántico y su imponente oleaje, que tantas veces ha provocado trágicos desastres marítimos, la playa do Mar de Fóra, en el lado oeste del cabo de Fisterra, ofrece, en apenas 500 metros de longitud, un paisaje espectacular y salvaje, en un entorno plenamente natural y, por su orientación, perfecto para disfrutar de una puesta de sol mágica.
Para descansar, el Hotel Bela Fisterra, a un paso de la playa da Langosteira, apuesta por instalaciones modernas y biosostenibles y habitaciones ambientadas con obras de la literatura universal relacionadas con el mar y la navegación, como Moby Dick o La isla del tesoro.
- Reservar un tour por la ruta de los naufragios
- Más información: Proyecto RIMARTES
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