Han pasado 80 años desde que comenzara la Segunda Guerra Mundial y 40 desde el estallido de la ola revolucionaria que puso fin al bloque comunista. Dos efemérides de especial importancia para estas dos ciudades polacas que, sin olvidar su pasado, desbordan hoy energía positiva y optimismo gracias a sus numerosos atractivos turísticos y una intensa vida cultural.
Gdańsk ha sido, desde tiempos remotos, un enclave multicultural: en las calles de su Ciudad Vieja convivían pescadores casubios, nobles polacos, artesanos alemanes y marinos escandinavos. Una auténtica babel de credos, lenguas y culturas que se vio potenciada en la Edad Media con su pertenencia a la Liga Hanseática.
Tras el dramático paréntesis de la guerra y los años grises de opresión comunista, hoy vuelve a ser símbolo de tolerancia, como demuestra el Premio Princesa de Asturias de la Concordia que ha recibido este mes de octubre. Günter Grass, uno de sus muchos hijos ilustres –aquí nacieron también Schopenhauer, Fahrenheit o Lech Wałęsa– describía su ciudad natal como «un panorama poblado de torres, sonoro de campanas, de respetable antigüedad, atravesado todavía por el soplo de la Edad Media». Parte de aquel escenario recordado por el premio Nobel fue borrado del mapa durante la guerra, pero muchas de sus maravillas siguen en pie.
Para descubrirlas conviene seguir el llamado Camino Real (Droga Królewska), el mismo que recorrían los monarcas polacos al visitar la ciudad. La ruta comenzaba en la Puerta Alta, la monumental entrada a la urbe, y continuaba con la Puerta Dorada, un hermoso arco triunfal que conduce a la Calle Larga (ul. Długa). El agradable paseo por esta vía y por el Mercado Largo, epicentro turístico de Gdańsk, ofrece un animado escenario plagado de edificios nobles y burgueses, entre los que sobresale el Ayuntamiento Principal, hoy museo de la ciudad. Merece la pena ascender su imponente torre para disfrutar de unas magníficas vistas de la Ciudad Vieja, y en especial de la espectacular iglesia de Santa María, el templo de ladrillo más grande del mundo.
De nuevo en el Mercado Largo, la Fuente de Neptuno, símbolo del vínculo entre la ciudad y el mar, atrae todas las miradas. Dice la leyenda que el dios, cansado de que le echaran monedas, hizo añicos la calderilla con su tridente, dando lugar al Goldwasser, el célebre licor local con virutas de oro. La plaza se cierra con la Puerta Verde, un soberbio edificio con cuatro arcos levantado como palacio real, y que en tiempos recientes albergó la oficina de Lech Walesa, líder de Solidaridad.
Al otro lado, a mano izquierda, discurre el Paseo Largo, a orillas del Motława, donde estaba el antiguo puerto medieval. Hoy poblado por ferris turísticos y restaurantes –hay que probar los arenques, el pan de jenjíbre y el pato asado–, todavía conserva la antigua grúa de madera que siglos atrás cargaba mercancías y mástiles. Remontando el Motława hasta alcanzar uno de los brazos del Vístula se llega a dos hitos recientes: el Museo de la Segunda Guerra Mundial –uno de los más importantes del mundo sobre la contienda– y el Centro Europeo Solidaridad, que ofrece una completa visión del movimiento que propició la caída del comunismo.
Más al norte, antes de que el Vístula se derrame en el Báltico, aparece la península de Westerplatte. Aquí, en esta estrecha lengua de tierra, el ejército nazi realizó los primeros disparos de la guerra. Un monumento a los caídos, un pequeño museo y una exposición al aire libre recuerdan aquellos tristes sucesos.
Mirando al futuro
En Varsovia, al igual que en Gdańsk, también resuenan ecos de la barbarie. En el lugar donde los nazis instalaron su infame gueto, hoy se levanta el Museo POLIN, dedicado a la historia de los judíos polacos, mientras que el Museo del Alzamiento repasa los 63 días de lucha que la resistencia polaca libró en la ciudad. Como venganza, la capital fue arrasada por la Wehrmacht. Los trabajadores que reconstruyeron la Ciudad Vieja hicieron un buen trabajo, pues recorriendo sus hermosas calles, desde el Castillo Real hasta la Plaza del Mercado, es fácil creer que tienen siglos de antigüedad.
Los años de régimen soviético también dejaron huella. La más visible, por sus gigantescas dimensiones, es el Palacio de la Cultura y la Ciencia, que sigue siendo el edificio más alto de Varsovia. Levantado en 1955, hoy alberga cines, teatros, salas de exposiciones y un mirador desde el que contemplar la ciudad y sus modernos rascacielos.
También hay ecos más agradables, como los que dejó Chopin. En los bellos jardines del Parque Real Łazienki, 76 hectáreas donde corretean las ardillas y los patos y al que acuden los varsovianos para relajarse, se levanta el hermoso Palacio sobre el Agua, pero también un monumento al admirado pianista, donde todos los domingos de verano hay conciertos gratuitos con sus melodías. Para descubrir la escena cultural más vanguardista hay que acudir al barrio de Praga, antaño deprimido y que hoy despunta como distrito de moda. Muchas de sus calles están decoradas con graffitis, abundan las tiendas y restaurantes de diseño –como en el Soho Factory, donde muchos artistas han instalado sus talleres– y entornos donde conviven el Museo del Vodka Polaco, bares animados e incluso un campus de Google. Todo un resumen de la nueva Polonia del siglo XXI.
GUÍA DE VIAJE
CÓMO LLEGAR. La aerolínea LOT vuela a Varsovia diariamente desde Madrid y Barcelona. Desde la capital se puede viajar a Gdańsk en tren (3 horas) o en vuelos internos de 50 minutos.
DÓNDE DORMIR. En Varsovia, el Mercure Warszawa Grand se encuentra muy bien ubicado, cerca del Palacio de la Cultura y la Ciencia, la Ciudad Vieja o el Parque Lazienki.
DÓNDE COMER. El restaurante Instalacje Art Bistro –ubicado cerca del Parque Lazienki, en Varsovia– ofrece platos típicos, –como los célebres pierogi o la sopa Zurek, en un local moderno y de ambiente relajado.
Más información: Turismo de Polonia
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