La Sierra de Guadarrama, de sobrias cumbres y una riqueza ecológica notable, constituye en sí misma un refugio de biodiversidad y una joya natural a las puertas de la gran capital. Declarada Parque Nacional en 2013, sus cerca de 30.000 hectáreas son testigos silentes de la evolución de las ciudades que la flanquean, mientras sigue albergando un universo aún desconocido en su serena orografía.
Esta parte del Sistema Central se alza como una frontera natural entre las comunidades de Madrid y Castilla y León. Su perfil, esculpido por el paso del tiempo y el desgaste de los elementos, combina picos como Peñalara, con 2.400 m.s.n.m., con perfiles suaves como el ramal de La Cuerda Larga, y vastas masas forestales que abrigan los diferentes pisos de altura de sus laderas.
Entre los lugares más emblemáticos de la Sierra se encuentran las Lagunas de Peñalara, formadas durante la última glaciación, la Boca del Asno o el Valle de la Fuenfría, un rincón cargado de historia que aún conserva vestigios de las antiguas cañadas reales utilizadas otrora por los pastores. Estas localizaciones no solo son un deleite para el visitante, sino también escenarios ideales para la fotografía de paisaje, de fauna e incluso macrofotografía, (por ej. Drosera rotundifolia, planta insectívora conocida como «rocío del sol») se puede observar en la subida al Pico de Peñalara.
La biodiversidad de la Sierra de Guadarrama es una de sus mayores riquezas. En sus diferentes hábitats prosperan bosques de pino silvestre, rodeno o laricio, ascendiendo hasta encontrar enebro rastrero, retamas y otros matorrales. Es en los diferentes pisos de la montaña donde multitud de especies encuentran su entorno ideal. De las aves que surcan sus cumbres destacan el buitre negro y el águila imperial ibérica, pero también podemos observar buitre leonado, otras rapaces de menor porte como águilas calzadas, busardos ratoneros o milanos y multitud de paseriformes como: carboneros, petirrojos, herrerillos… Eso sin contar con las aves migradoras que cruzan el Sistema en las diferentes épocas del año.
Acrobacias al filo
Bajando a tierra, la sierra se presenta como el hogar de zorros, jabalíes, meloncillos, corzos y mustélidos, pero ninguna especie representa mejor el espíritu de la montaña que la cabra montés (Capra pyrenaica). Machos de voluptuosas cornamentas y juveniles de extrema agilidad, manifiestan mejor que nadie la adaptación y la resiliencia de sus habitantes a orografías tan intrincadas como La Pedriza, con sus piedras caballeras y sus laberintos graníticos.
Afinando un poco en su biología, hemos de aclarar que la subespecie de cabra que habita en la Sierra de Guadarrama es la victoriae, y al igual que el resto de cápridos, presenta un marcado dimorfismo sexual, donde la corpulencia y el tamaño de los cuernos, así como el color del pelaje, nos permitirá dilucidar ante qué tipo de ejemplar nos encontramos.
La estimación de la edad de los machos se puede realizar a través de la envergadura del estuche córneo, dividido en gruesas secciones llamadas medrones y que tienen su equivalencia en los anillos de crecimiento de los árboles. En ellos se refleja, además de la genética del individuo, el impacto ambiental al que es sometido durante la duración del ciclo del crecimiento de estas protuberancias.
A diferencia de las astas de los ciervos ciervos, que caen anualmente durante el desmogue, los cuernos de la cabra montés son permanentes
Íbice ibérico
La cabra montés, conocida también como íbice ibérico comparte género con otros individuos de diferentes especies, diseminadas por el continente europeo, Asia (de donde se cree que es originaria) y África; como el tur del Cáucaso (occidental y oriental) o el marjor. Se estima que los ancestros de estos bóvidos llegaron a la Península Ibérica a finales del Plioceno (5.3 – 2.5 M.a).
La subespecie victoriae no solo habita en la cordillera de Guadarrama, sino que también medra en otros puntos del país, como es la Sierra de Gredos, donde es muy habitual observarla en las subidas al circo glaciar y sus cimas. De hecho, se ha comenzado a introducir en Los Pirineos hace una década.
La cabra montés es una especie endémica de la Península Ibérica y por lo tanto de un incalculable valor ecológico. Fueron llevadas al borde mismo de la extinción por diversos motivos, uno de los cuales obedece a que se convirtieron en codiciados trofeos de caza en el pasado. La reducción del hábitat y la introducción de ganado doméstico pusieron en peligro su legado genético por el alto riesgo de hibridación y contagio de enfermedades.
En la Península Ibérica se citan otras tres subespecies, de las cuales dos están lamentablemente extintas. Una era el bucardo (Capra pyrenaica pyrenaica), adscrita a las dos vertientes de la Cordillera de los Pirineos. La otra era el mueyu (Capra pyrenaica lusitanica) que habitaba en Portugal y noroeste de España. Por desgracia ambas forman parte de la historia más oscura de estos rumiantes en «Iberia».
Sin embargo, en la zona del mediodía peninsular sigue viviendo la ssp. hispanica, pudiendo verse ejemplares en Sierra Nevada y cerca del litoral mediterráneo.
Tras la extinción de la última bucarda, llamada Celia, que apareció muerta una mañana de enero del año 2000, comenzaron los esfuerzos por: primero clonar la subespecie, y luego proteger la especie en general, a lo que siguieron no pocos esfuerzos de conservación de hábitat. Dos décadas después, tras las últimas repoblaciones y la protección sus territorios, el estatus de conservación de la cabra montés ibérica se cataloga actualmente como «Preocupación menor» por la IUCN, atendiendo al creciente número de individuos y al bienestar genético y poblacional actual.
El amor como solución ante la muerte
Dueñas de las cumbres, entre los meses de noviembre y enero, se puede observar el comportamiento de celo y emparejamiento de estos ungulados con relativa facilidad, ya que suelen ramonear en collados y prados (a menor altitud que en verano), por diferentes lugares del Parque. Con la llegada del frío, machos y hembras, que han permanecido gran parte del año disgregadas, vuelven a juntarse y forman un amplio grupo mixto con individuos de todas las edades.
Es en esta época invernal cuando los machos adultos (a partir de los ocho años) se disputan el dominio de un grupo de hembras mediante combates de fuerza. Nos puede recordar a la berrea del ciervo, la cual tiene lugar a principios del otoño climatológico. El ritual es simple pero efectivo: dos individuos de macho montés chocan la testuz con furia provocando ruidos sordos que pueden oírse a cientos de metros de distancia. El aguante es determinante para dilucidar la victoria.
Tras el combate, los vencedores suelen ser premiados con los derechos reproductivos del pequeño harén de hembras durante un breve periodo de tiempo. El vínculo entre ambos sexos es bastante efímero.
Entre el frenesí de los combates, los adultos suelen tantear el estado receptivo de las hembras mediante el olor y el paladar, acercando el hocico a la zona genital de las hembras tanteando si es el momento indicado para intentar la cópula. Adoptan además posturas histriónicas estirando el cuello y sacando la lengua o retrayendo el labio superior.
Es, por tanto, la época de celo, una excusa perfecta para acercarse a la sierra que comparten la Comunidades de Madrid y Castilla y León para dejarse cautivar por la belleza de los paisajes en los que estos ingeniosos animales hacen cabriolas y malabares retando al abismo, en un ágil y esbelto equilibrio. Es donde azota el viento contando historias de adaptación y supervivencia, donde la esencia de la naturaleza nos muestra su lado más auténtico. A través de los encuentros con sus pobladores más emblemáticos, en el incomparable marco de la montaña.
Recuerda mantener una distancia prudencial con los animales salvajes, respetar su espacio y no molestarles o interferir en su conducta. Unos prismáticos o focales de largo alcance te permitirán un acercamiento ético. Seamos los guardianes activos del mundo que nos acoge mientras disfrutamos de la vida privada de los demás seres vivos.