Casi desconocido en España, los neoyorquinos guardan sin embargo un buen recuerdo de Rafael Guastavino y de su hijo. Estos dos arquitectos españoles dieron forma a la Gran Manzana de principios del siglo XX, participando en la construcción de un gran número de edificios en la ciudad de los rascacielos: desde hermosas estaciones de metro hoy en desuso, hospitales, iglesias… Hoy sus huellas todavía pueden disfrutarse en todo Manhattan.
A los españoles se nos atribuyen múltiples características: un cierto gusto por el cainismo, amor por la fiesta y el buen vivir, y no saber vendernos muy bien fuera de nuestras fronteras (ahí están los italianos y el aceite de oliva virgen extra para demostrar que así es). También se suele decir que tendemos a idolatrar a aquél que llega lejos a base de trampas (lo podemos ver desde El Lazarillo de Tormes hasta nuestros días, basta leer cualquier digital). Una, que sepamos al menos, de esas características la tuvo Rafael Guastavino, arquitecto español que dejó una profunda impronta en algunos de los edificios más emblemáticos de Nueva York.
Guastavino llegó a Nueva York en 1881 sin hablar inglés, acompañado de su hijo y de su amante y con un poco de dinero que había conseguido tras algún que otro pufo. Vamos a decir que salió por patas, pero llevando consigo un sueño ambicioso: llegar a ser conocido por su visión de la arquitectura. Y es que el valenciano exportó al otro lado del Atlántico una tradición constructiva milenaria muy frecuente en el área mediterránea: la bóveda tabicada ignífuga.
Con esta innovadora técnica de bóvedas ignífugas, Guastavino dejó su impronta en algunos de los edificios más icónicos de Nueva York y de otras ciudades de Estados Unidos. A pesar de su trascendencia en América, pocos conocen a Guastavino en España, un país donde es común que nuestros logros sean más reconocidos fuera que dentro de sus fronteras.
Rafael Guastavino nació en Valencia en el seno de una familia numerosa. Desde niño estuvo rodeado de la arquitectura, pues su tatarabuelo fue el responsable de la iglesia de San Jaime de Villarreal, en Castellón. Tras varios años en su tierra natal, y con un panorama económico complicado, decidió emprender su viaje hacia América.
La llegada a Nueva York fue todo un desafío. La ciudad le resultó hostil, y no solo a él: el arquitecto Leopold Eidlitz describió la arquitectura local como un arte «de cubrir un objeto con otro para imitar a un tercero que tal vez habría podido considerarse original si no hubiese resultado indeseable». Sin embargo, Guastavino supo encontrar su hueco y se abrió camino: en 1887 patentó un sistema de bóvedas ignífugas, una técnica que revolucionaría la forma en que se construían edificios en Estados Unidos.
Prendió fuego a una de sus bóvedas para probar su resistencia
Para probar a todo el mundo la resistencia de sus construcciones, Guastavino decidió hacer una demostración pública bastante arriesgada: en abril de 1897, en la calle 68, construyó una bóveda y le prendió fuego. La estructura se mantuvo en llamas durante cinco horas sin derrumbarse, ante la mirada atónita de la prensa y de las autoridades locales. Esta audaz acción lo consolidó como un referente en el sector.
Su empresa fue creciendo y en un momento llegó incluso a fabricar sus propios ladrillos y azulejos para evitar así depender de otros proveedores. Como en toda historia empresarial, el camino tuvo sus tropiezos: Guastavino sufrió una quiebra pero consiguió resurgir de las cenizas.
Su hijo se encargó de continuar su legado en 1908. Juntos, padre e hijo, dejaron su huella en algunos de los edificios más emblemáticos de Nueva York, a buen seguro que has paseado por muchos sin saber que un arquitecto español estaba detrás de esas estructuras (o al menos de parte de ellas).
Nos referimos por ejemplo a Grand Central Terminal (donde se empleó su sistema de bóvedas), a la catedral de St. John the Divine (fue el encargado de diseñar su cúpula), al puente de Queensboro (también se utilizó aquí su sistema constructivo), o la entrada del Carnegie Hall. Ellos también fueron los responsables de la cúpula del capitolio de Nebraska y de la estación de inmigración de Ellis Island, entre otros muchos.
El estudio McKim, Mead & White, uno de los más importantes de la época, los contrató para diseñar las bóvedas de la Biblioteca Pública de Nueva York, lo que acabó de consolidar su reputación. Es difícil pasear por la ciudad sin encontrar una de sus creaciones.
Como curiosidad, debajo del puente de Queensboro, donde Guastavino dejó una de sus mayores obras, se encuentra un salón de eventos que lleva su nombre: Guastavino’s, un recordatorio de su legado que perdura en el paisaje de la Gran Manzana…
el arquitecto de nueva york – imprescindibles
Hace unos años, el programa Imprescindibles de RTVE elaboró un interesante documental sobre la figura de Guastavino y su hijo que fue premiado en varios certámenes, entre ellos el Delfín de Oro en Cannes. Puedes ver el documental completo en la web ‘A la carta’ de RTVE, haciendo click en este enlace.
para saber más:
- BARBA, Andrés. Vida de Guastavino y Guastavino. Ed. Anagrama, 2020.
- MORO, Javier. A prueba de fuego. Ed. España, 2020.
- MONER, Anna. Rafael Guastavino, el arquitecto de Nueva York. Institut Ramon Llull.