Recién llegados de latitudes más septentrionales, miles de ejemplares de cormorán grande (Phalacrocorax carbo) han decidido establecer en la península ibérica sus cuarteles de invierno. Estas aves migratorias, capaces de recorrer largas distancias en busca de climas más benignos, encuentran en nuestros ríos, lagos y costas un refugio ideal para pasar los meses más fríos del año. Repartidos por toda nuestra geografía, desde las tranquilas aguas interiores hasta las agitadas costas atlánticas y mediterráneas, esta especie, denostada por un montón de colectivos (algunos vinculados a la denominada economía azul), representa la llegada del invierno para muchos de los amantes de las aves que esperamos con ansia su retorno, año tras año.
Los cormoranes grandes son aves de plumaje negro y apariencia imponente, con un pico largo y ganchudo que les permite capturar peces con gran destreza. Su envergadura alar puede alcanzar hasta 1,5 metros, lo que les confiere una silueta inconfundible en vuelo. Eminentemente ligados a masas de agua, los cormoranes son especialistas en la pesca submarina, sumergiéndose a profundidades considerables para atrapar sus presas. Los peces constituyen casi el 100% de su alimentación, lo que ha generado controversia en ciertos sectores, especialmente entre pescadores y acuicultores que los ven como competidores directos por los recursos pesqueros. Esta percepción negativa ha llevado a que en algunas regiones se implementen medidas de control de sus poblaciones, sin considerar plenamente su papel en el ecosistema.
Sin embargo, los cormoranes desempeñan una función crucial en la salud de los ecosistemas acuáticos. Actúan como reguladores naturales de las poblaciones de peces, ayudando a mantener el equilibrio biológico y sirviendo como indicadores de la calidad ambiental. Su presencia puede reflejar la abundancia de recursos y la pureza de las aguas, siendo esencial para el monitoreo ecológico.
La especie Phalacrocorax carbo se puede encontrar en cualquier punto de nuestra península, adaptándose a una variedad de hábitats acuáticos, desde aguas dulces hasta salobres. Contrariamente, su pariente “moñudo” (Gulosus aristotelis), reconocible por la característica cresta en su cabeza durante la época de reproducción, es estrictamente costero. Solamente podremos encontrarlo en lugares cercanos a las costas, especialmente en la vertiente atlántica y en zonas rocosas donde anida en acantilados y islas.
Es común observar a los cormoranes posados con las alas extendidas, una conducta necesaria para secar su plumaje tras las inmersiones, ya que sus plumas no son totalmente impermeables. Esta imagen icónica añade un toque especial a nuestros paisajes acuáticos y es un deleite para fotógrafos y observadores de aves.
A pesar de las controversias, es innegable que los cormoranes forman parte integral de nuestra biodiversidad y patrimonio natural. Su llegada anual es un recordatorio de los ciclos migratorios y de la importancia de conservar los hábitats que permiten su supervivencia. Como entusiastas de la ornitología y la naturaleza, continuamos esperando con ilusión la llegada de estos magníficos pescadores alados, cuya presencia enriquece nuestros ecosistemas y ofrece una oportunidad única para apreciar la riqueza de nuestra fauna aviar.
Además, iniciativas de turismo sostenible y observación de aves pueden transformar la percepción sobre los cormoranes, destacando su valor ecológico y potencial como recurso educativo y económico. Fomentar el conocimiento y la coexistencia armoniosa con estas especies es fundamental para asegurar su conservación a largo plazo.
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