Cientos de miles de cruces ocupan un misterioso promontorio en el medio de la nada. De tamaño y color dispar, distribuidas en el terreno de una manera completamente anárquica, los crucifijos se erigen en auténticos protagonistas de una historia que habla de la tenacidad del pueblo lituano en un pasado totalmente convulso.
En el extremo septentrional de Lituania, a poca distancia de la frontera con Letonia, se erige un lugar tremendamente singular que aúna los valores más puros de la tradición, la historia, la espiritualidad y, por qué no decirlo, la obstinada resistencia del pueblo lituano ante la opresión: la Colina de las Cruces. Situada a solo 12 kilómetros de la ciudad de Šiauliai y de fácil acceso por carretera, este emblemático enclave atrae a peregrinos y curiosos por igual, consolidándose como un símbolo de fe y resistencia.
Raíces históricas y significado
Aunque hoy es conocida por la ingente cantidad de cruces que la decoran, los orígenes de la colina se remontan a la época medieval, cuando allí mismo se alzaba una fortificación, de la cual no queda vestigio alguno tras el inclemente paso del tiempo. A partir del siglo XIX, las cruces comenzaron a colocarse como tributos de fe, muestras de agradecimiento por la salud y, principalmente, como homenaje a los caídos durante las revueltas contra el dominio del Imperio Ruso en 1831 y 1863, en ausencia de los restos de las víctimas para darles sepultura.
No fue hasta el período soviético cuando este singular emplazamiento adquirió un profundo significado de resistencia. A pesar de los repetidos intentos del régimen de destruirla —al menos fue demolida cuatro veces en su totalidad—, los lituanos siguieron reconstruyendo el lugar en secreto, desafiando así las restricciones religiosas de la época. Este acto furtivo y silencioso de rebeldía convirtió al lugar en un verdadero símbolo cultural y espiritual.
Emblema de libertad
Con la independencia de Lituania en 1991, la Colina de las Cruces inició una nueva etapa. La visita del papa Juan Pablo II en 1993 cimentó su relevancia como destino de peregrinación, atrayendo a visitantes de diversas culturas y credos. Hoy, se estima que hay más de 200.000 cruces, cada una con su historia particular, desde las más sencillas piezas de madera, hasta complejas esculturas artísticas de gran tamaño. Este legado fue reconocido en 2008 por la UNESCO como patrimonio cultural inmaterial, destacando la tradición lituana de fabricar y colocar cruces.
Un lugar para todos
La atmósfera que envuelve la colina es especial: se trata de un espacio que invita a la reflexión y la tolerancia. Los visitantes muestran un respeto absoluto, y el silencio solo se rompe ocasionalmente por el crujido de las pasarelas de madera que conectan las diferentes secciones de la colina, evocando el ambiente solemne de una necrópolis. Más allá de su relevancia religiosa, la colina es un lugar de reflexión abierto a todos, ofreciendo un mensaje de fortaleza y esperanza ante las adversidades.