Hace casi 130 años, la ciudad de Nueva York asistió a una escena que parecía sacada de una novela de aventuras. El 25 de enero de 1890, una multitud entusiasmada recibió con vítores y aplausos a una jovencita de sólo 26 años. Su nombre era Nellie Bly, y su hazaña: dar la vuelta al mundo en un tiempo récord para la época: 72 días, 6 horas, 11 minutos y 14 segundos.
Aquella marca mejoraba con creces la establecida por un personaje de ficción: el caballero británico Phileas Fogg, surgido de la inquieta mente del genial novelista Julio Verne. Había sido precisamente la novela escrita por éste, Vuelta al mundo en 80 días, la que había dado a Bly la idea de realizar su audaz aventura por buena parte del globo.
Tras convencer a su jefe, el editor Joseph Pulitzer (director del diario sensacionalista The New York World, aunque más célebre por el premio que lleva su nombre), la joven Bly –en realidad su nombre era Elisabeth Jane Cochran– había partido de Hoboken (estado de Nueva Jersey) el14 de noviembre de 1889, y durante las siguientes semanas recorrió lugares como Londres, Calais, Suez, Colombo, Singapur, Hong Kong y otros muchos parajes. Siempre luchando contra el reloj, y con la determinación de demostrar a todo el mundo de lo que era capaz aquella perspicaz, atractiva e inteligente muchacha. En su personal odisea, tuvo tiempo incluso de entrevistarse con Julio Verne, quien la animó a lograr su objetivo.
Bly se hizo pasar por una paciente más en una institución psiquiátrica en la isla de Blackwell, viviendo en sus propias carnes las terribles condiciones de las enfermas
Visto así, la cosa podría parecer poco más que la aventura de una alocada y valiente jovencita. Sin embargo, lo cierto es que Nellie Bly era mucho más que eso, como bien sabían su jefe y sus compañeros de trabajo. Bly había llegado al mundo del periodismo casi por casualidad, después de escribir una carta al director del Pittsburgh Dispatch, quejándose por la publicación de un artículo de tono machista. Su estilo agradó al responsable del diario, y éste le ofreció un puesto como reportera.
Con el tiempo, nuestra protagonista dejó la ciudad y se trasladó a Nueva York, donde consiguió empleo en el diario de Pullitzer. Fue allí donde, en 1887, la joven periodista demostró su valía como reportera. Consiguió acceder a una institución psiquiátrica para mujeres, ubicada en la isla de Blackwell, para conocer desde dentro el trato que recibían las internas.
Haciéndose pasar por una paciente más, Bly vivió en sus propias carnes las terribles condiciones que sufrían a diario el resto de enfermas. Pasó allí diez días y diez noches, hasta que un compañero del diario consiguió rescatarla del infierno. A su salida, la joven periodista escribió lo que ocurría tras aquellas paredes, y sus denuncias sirvieron para que el estado de Nueva York aumentara en un millón de dolares anuales el presupuesto para este tipo de instituciones mentales. Hoy, aquel trabajo –precursor del periodismo de investigación– se estudia en no pocas facultades de periodismo estadounidenses como ejemplo de infiltración.
Aunque Bly abandonó el periodismo temporalmente tras casarse en 1895 con un adinerado empresario mucho mayor que ella, volvió a ejercer la que era su pasión tras la muerte de éste. Entre otras cosas, cubrió la convención de 1903 a favor del sufragio femenino, y se convirtió en la primera mujer periodista en cubrir un conflicto armado: nada menos que la Primera Guerra Mundial.
Una vida llena de emociones y aventuras, que finalizó en 1922, cuando falleció a consecuencia de una neumonía. Nacía así la leyenda de una mujer que consiguió sobresalir, por encima de todas las adversidades, en una sociedad que sólo dejaba espacio a los hombres. Sirvan estas líneas como modesto homenaje a su figura.
Hace unos años, Ediciones Buck sacó a la venta Diez días en un manicomio y Alrededor del mundo en 72 días, los textos escritos por Bly sobre las dos experiencias aquí relatadas. Si no tienes problemas con el inglés, puedes leer gratuitamente ambos trabajos en estas direcciones: