En Nueva York puedes cambiar la dirección de tu edificio por una más glamurosa: es el llamado programa de “direcciones ornamentales”. Como un Instagram para aparentar, pero de direcciones físicas.
Cuando echamos la primera partida al Monopoly (otro día contaremos la historia de este juego que fue inventado por una mujer, aunque se haya atribuido a un creador masculino; que cosa tan insólita, ¿verdad?), hay algo que enseguida queda claro: no todas las calles son iguales. Algunas, con precios desorbitados, se convierten en el epicentro del juego. Si logras pillarlas y ponerles casitas (o incluso hoteles), tienes media partida ganada. Siempre y cuando no te encuentres con un colapso de burbuja inmobiliaria en el camino, claro está…
Todos sabemos que un piso en los Campos Elíseos de París o en el barrio de Salamanca en Madrid tiene un precio que hace temblar el bolsillo, mientras que, por ejemplo, un apartamento en Leganés sería mucho más accesible. Pero, ¿qué valor tiene un simple nombre de calle?
En el magnífico libro El callejero (Capitán Swing), Deirdre Mask explora cómo los nombres de las calles pueden decirnos mucho más de lo que pensamos. Raza, poder, historia, incluso estatus económico… las calles no son solo mapas: son símbolos de muchísimas cosas…
Por ejemplo, en Nueva York, la ciudad que nunca duerme y donde hasta el aire parece tener precio, las direcciones postales no escapan a esa lógica. Lo más normal es que tu dirección coincida con la calle donde se encuentra tu casa, ¿verdad? Pues la ciudad donde todo se compra y vende esto no es así. En Nueva York, los promotores inmobiliarios tienen la opción de cambiar la dirección de sus edificios por una más “glamurosa”.
Esto tiene un precio como no podía ser de otra forma: cambiar la dirección cuesta 11.000 dólares (según tarifas de 2019). Eso sí, solo puedes pagar en efectivo o por cheque. Las transferencias bancarias no son bien vistas en este proceso. Este curioso fenómeno recibe el nombre de “direcciones ornamentales”.
En 2016 se levantó un nuevo rascacielos en el exclusivo Upper East Side de Nueva York. Aunque la dirección oficial era el 520 de Park Avenue, lo cierto es que la entrada del edificio está a catorce metros al oeste, en la calle 60 Este. Porque decir que vives en Park Avenue tiene un toque mucho más glamuroso que decir que tu casa está en la 60 Este. Para conseguir esa dirección de lujo, los promotores acordaron pagar 30.000 dólares anuales a la iglesia Christ Church, que era la ocupante real de la dirección de Park Avenue.
Y eso no fue todo: también pagaron 40 millones de dólares por 6.500 metros cuadrados de derechos aéreos (sí, también se vende el espacio neoyorkino), porque, aunque las normas locales limitan la altura de los edificios, puedes comprar los derechos aéreos de un lugar donde no los estén utilizando al máximo. Así que, en realidad, este rascacielos tiene una dirección de “fachada” que no se corresponde con la entrada real del edificio.
Es más, seguramente te sorprenderá saber que Times Square, ese icono mundial de luces y anuncios que parpadean también es una dirección ornamental. Antes de ser conocida por su famoso nombre se llamaba Longacre Square y así fue hasta que The New York Times se mudó allí y cambió la historia del lugar. Y lo más curioso: vivir en Park Avenue o en la Quinta Avenida cuesta un 10% más que en las calles cercanas.
Una dirección bonita a la que no llega la ambulancia
Deirdre Mask cuenta en su libro que el auge de las direcciones ornamentales coincidió con la era de David Dinkins, presidente del distrito y que luego pasó a ser alcalde de Nueva York. Las solicitudes para cambiar direcciones eran tantas que la Oficina Topográfica de Manhattan no daba abasto. Uno de sus empleados cuenta a Mask que, aunque este sistema permite aumentar las ganancias de los promotores, también puede traer problemas: como, por ejemplo, que una ambulancia no llegue a tiempo porque no sabe que la entrada de tu edificio está en una calle diferente.
Y es que esto no es un caso aislado: en Chicago, que tenía un programa similar, ocurrió una tragedia. Una mujer de 30 años murió en un incendio en su oficina porque los bomberos no sabían que el edificio One Illinois Center que oficialmente tenía otra dirección, estaba en una calle distinta. Pero ¿qué son unas cuantas vidas en juego o que los bomberos no puedan llegar a apagar el incendio porque se vayan a otro sitio frente a un maletín de pasta fresca?
Antes de que el programa de direcciones ornamentales llegara para darle un giro al mercado inmobiliario de la Gran Manzana, los promotores se las ingeniaban para darle nombres llamativos a sus edificios. Así, se podían encontrar rascacielos con nombres tan grandilocuentes como Westminster, Windsor o incluso Buckingham Palace. A estos les siguieron nombres de inspiración europea: Versalles, Lafayette, Madrid, El Greco. Y, en algún momento, la moda se volcó hacia los nombres de tribus nativas americanas: edificio Dakota (famoso por ser el lugar en cuya puerta asesinaron a John Lennon), Wyoming, Idaho…
Si tu calle termina en Street vale menos que si acaba en Lane
Más allá de las direcciones postales, está claro que el nombre de la calle donde se encuentra una propiedad puede elevar o, en algunos casos, disminuir su valor. Y no solo hablamos de la diferencia entre Park Avenue y la 60 Este. En Reino Unido, por ejemplo, las propiedades que están en calles que terminan en Street valen menos que las que se encuentran en calles que terminan en Lane, aunque nadie parece saber por qué. Más aún, si la calle lleva el nombre de un rey, como King Street, el precio sube. Pero si se trata de una Queen Street, el valor baja. Y lo mismo sucede con el título de las princesas: Princess Street es más barata que Prince Street. Hay problemas de género hasta en los nombres de las calles, ¡quién nos lo iba a decir!
Más allá de todas estas curiosidades, al final, cuando uno se decide a invertir en una propiedad, lo más importante sigue siendo la ubicación y el estado del inmueble. Pero, como demuestra la evidencia, el nombre de la calle también cuenta, y no como algo trivial.