Vinos elaborados en una bodega de líneas futuristas, una gastronomía que aúna tradición y vanguardia y un valle escondido repleto de maravillas. El recorrido por dos de las comarcas oscenses más singulares se convierte en una aventura cuajada de sorpresas para los sentidos.
Son poco más de las doce del mediodía y, aunque el sol se esfuerza por hacerse notar, una niebla espesa lo envuelve todo a las afueras de la localidad oscense de Barbastro. Aunque el manto blanco impide contemplar el paisaje, la silueta futurista de la bodega Sommos, un bello prisma de acero y vidrio diseñado por el arquitecto Jesús Marino Pascual, emerge con sus formas geométricas entre la bruma, guiando como un faro a los visitantes hasta este precioso rincón de la comarca del Somontano, una de las puertas de entrada al Pirineo aragonés.
La finca principal de la bodega –Torresalas, con 155 hectáreas dedicadas al cultivo de las variedades Tempranillo, Gewürztraminer y Chardonnay– apenas es visible por culpa de la pegajosa bruma invernal, pero en el interior del moderno edificio aguarda un apasionante recorrido por sus instalaciones, de la mano del enólogo José Javier Echandi.
«Sommos comenzó a trabajar en 2014, pero en estos diez años nos hemos convertido en una de las bodegas pioneras de la DOP Somontano, al aprovechar todas las cualidades del entorno de esta región, ubicada entre el desierto de los Monegros y el arranque del Pirineo», explica el experto de origen navarro, quien antes de recalar en tierras oscenses pasó varios años en una destacada bodega del Valle de Colchagua, en tierras chilenas.
Una de las experiencias que ofrece la bodega –además de disfrutar de su imponente arquitectura, que atrae a no pocos visitantes todos los años– consiste precisamente en una visita guiada por sus dependencias: nave de elaboración (de 27 metros de altura, y que permite crear sus apreciados vinos con ayuda de la gravedad), sala de barricas de roble francés, zona de embotellado, sala Club Premier, etc.
Tampoco falta la habitual cata de vinos, realizada en una sala que refleja en el interior la estética futurista del edificio diseñado por Marino Pascual, y durante la cual se descubren todas las variedades que se elaboran en las entrañas de Sommos. A los vinos que se “crían” en el suelo de Torresalas hay que añadir los de las otras dos fincas de la bodega: Güell (ubicada a los pies del pico Turbón, dedicadas a la Sauvignon Blanc y Garnacha blanca) y Montesa, en las estribaciones de la Sierra de Guara, en la que se cultivan las variedades Merlot, Syrah y Cabernet Sauvignon, “ingredientes” fundamentales para la elaboración de otros tres vinos de la gama más exclusiva de la bodega, Vinos Colección.
Pero la visita a las instalaciones y la cata de vinos no son las únicas experiencias que el visitante puede disfrutar durante una escapada a este emblemático enclave del Somontano. Sommos ofrece también una variada oferta de actividades para todos los gustos: aquí es posible realizar divertidos recorridos en bicicleta por los viñedos que rodean a la bodega, pero también hay opciones para los más audaces, como vuelos en paramotor sobrevolando la finca Torresalas, y disfrutar de las vistas de los bellos viñedos y la espectacular silueta de formas geométricas de la bodega.
Para completar la visita a la bodega merece la pena acercarse hasta la cercana Barbastro y disfrutar de un agradable paseo por su casco histórico, que cuenta con varias joyas patrimoniales, como la catedral de Santa María de la Asunción, la Plaza de la Candelera –la más antigua y emblemática de la ciudad–, o palacios señoriales, como los de Argensola o el episcopal.
Hay también otros hitos, en este caso gastronómicos, de visita imprescindible. No puede faltar, por ejemplo, una comida en el restaurante L’Usuella, un pequeño y acogedor establecimiento ubicado en el centro histórico, cuyos fogones están a cargo de los chefs Zihao Wu y Jorge Zanuy, y en el que elaboran una deliciosa y sorprendente carta que fusiona cocina tradicional, asiática y de vanguardia.
Benasque: el valle escondido
En días despejados, en los que la niebla no hace de las suyas, desde Barbastro se contemplan sin problema buena parte de los poderosos picos del Pirineo aragonés. Hipnotizados por la belleza majestuosa y hercúlea de esos macizos montañosos, que ejercen una atracción irresistible en quien los contempla, ponemos ahora rumbo al norte, en dirección a uno de los parajes más agrestes y hermosos de toda la cordillera: el Valle de Benasque.
Ubicado al norte de la comarca de la Ribagorza, este valle –que cuenta con el mayor número de tresmiles de todo el Pirineo, unos ochenta, entre ellos el Aneto, el pico más alto de la Península–, estuvo tradicionalmente aislado debido a su complicado acceso. De hecho, todavía hoy, para acceder a él hay que atravesar los estrechos desfiladeros del Congosto de Ventamillo, tallado durante milenios por el glaciar del Ésera. A pesar de las curvas y la estrechez de la vía –se ha acondicionado en los últimos años, aunque los trabajos aún no han concluido–, las vistas que ofrece este paraje son de gran belleza, convirtiendo el recorrido en una auténtica ruta paisajística. Cuando dejamos atrás las angosturas de la vía, el paisaje se abre al valle, donde esperan un buen puñado de experiencias y parajes de belleza incomparable.
Atravesada la zona de congostos, y tras rebasar el embalse de Eriste, no tarda en aparecer la localidad de Benasque, la más importante del valle, al que da nombre. Ubicada a los pies del Parque Natural Posets-Maladeta, uno de los rincones más hermosos de todo el Pirineo, Benasque es una pintoresca población salpicada de casas solariegas de piedra y pizarra sobradas de encanto, aunque en las últimas décadas las zonas más próximas a la carretera principal han visto aparecer un buen número de edificaciones más modernas, surgidas con el boom del turismo de nieve.
Al parecer los orígenes de la villa se remontan a época romana –hubo aquí una importante zona de baños–, aunque la mención más antigua a Benasque data de época medieval (siglo X). Fue, sin embargo, entre los siglos XVI y XVIII cuando la localidad ribagorzana experimentó su mayor desarrollo, gracias a su intensa actividad comercial –especialmente con la vecina Francia, más accesible–, derivada del comercio de lana y su actividad ganadera.
Hoy la principal fuente de ingresos de la población –y del valle– es el turismo, especialmente gracias a las estaciones de esquí que Aramón posee en la cercana localidad de Cerler, pero también por su abundante oferta de actividades de senderismo, deportes de montaña, aventura y su cada vez más apreciada gastronomía.
El paseo por el casco antiguo de Benasque, plagado de casonas de piedra y tejados de pizarra que se apretujan unas a otras para protegerse de la dureza del invierno, constituye, aunque suene a tópico, un auténtico viaje en el tiempo que traslada al visitante a su época de mayor desarrollo económico y esplendor.
Aquí las casas solariegas todavía conservan nombre propio –aún hoy se conoce a sus vecinos por el apelativo de dichas viviendas–, como Casa Juste (que cuenta con un poderoso torreón defensivo), Casa Bringasòrt (no es la única en la que se aprecia la influencia de la cercana Francia) o Casa Regatillo, también conocida como palacio de los condes de Ribagorza, un majestuoso edificio que sorprende por su hermosa fachada de estilo renacentista y aires italianos.
Más allá del nombre, todas las casas –al igual que las de otras localidades vecinas–, cuentan con otras señas de identidad propia: basta un breve paseo por la población para descubrir un sinfín de puertas decoradas con vistosos tiradores: algunos reproducen cabezas de animales, otros anillas con decoraciones típicas, e incluso encontramos algunos con insólitos símbolos fálicos, cuyo simbolismo aludía a la fertilidad.
Sin salir del municipio de Benasque, a apenas unos kilómetros de paseo –hay una bonita ruta que discurre junto al río–, se llega a la coqueta población de Anciles, un caserío de apenas 200 vecinos que conserva intacto el encanto de una típica localidad del Pirineo aragonés, y que constituye un magnífico resumen de la arquitectura popular de la comarca. En una de sus casas –se adivina de un vistazo su aire señorial– nació Valentín Ferraz, destacado militar y presidente del Consejo de Ministros en época de Isabel II, que hoy cuenta con una célebre calle a su nombre en la capital española.
El paseo por las apacibles calles de la localidad ofrece otro vistazo a las típicas casas del valle, con sus consabidos nombres propios: Casa Barrau, Casa Escuey… Allí, en una de ellas, se levanta desde hace más de 40 años el restaurante Ansils, uno de los establecimientos hosteleros más punteros de la comarca. Tras varias décadas gestionado por Pilarín Ferrer, hoy son sus nietos, Iris y Bruno Jordán –chef y jefe de sala y sumiller, respectivamente–, quienes dirigen con notable éxito el que, en los últimos años, se ha convertido en uno de los restaurantes más reconocidos de todo Aragón.
Buena prueba de ello son los numerosos reconocimientos que su cocina –basada en la tradición, pero con una visión moderna y vanguardista– ha recibido en los últimos meses. Los más recientes, a comienzos de 2024, con motivo de Madrid Fusión, donde Iris obtuvo el tercer puesto en la categoría Mejor Cocinero Relación, y una de sus creaciones, el donete de paloma en escabeche de abeto, se convirtió en Mejor Tapa de España. Su menú degustación, compuesto de 21 pases, es un delicioso recorrido por la cocina tradicional del valle, refinada a través de la visión actual de Iris y maridada, cómo no, con los apreciados vinos de Sommos.
Una cena a 2.000 metros
El valle de Benasque es también, cómo no, sinónimo de nieve, gracias a las pistas de la estación de Cerler. Pero incluso quienes no son fans absolutos del esquí o el snowboard tienen aquí alicientes de sobra para disfrutar del invierno. La propia localidad de Cerler, a sólo unos minutos de Benasque, es otra población repleta de encanto, con sus casas de piedra y sus calles estrechas, perfectas para un relajado paseo.
Y, ya en las pistas de Aramón, también es posible disfrutar de la estación de una forma diferente. Por ejemplo, degustando una cena especial a una cota de más de 2.000 metros de altitud. La experiencia es singular desde el minuto cero, pues el ascenso se realiza a bordo de un ratrack (una máquina quitanieves), que va ascendiendo lentamente por las laderas cubiertas de nieve, hasta llegar al restaurante El Bosque, donde espera un menú elaborado con productos ibéricos y un sabroso ternasco de Aragón. Una cena de lujo rodeados de nieve y bajo un espectacular manto de estrellas.
* PASEO ENTRE TRESMILES
Entre los rincones de mayor belleza paisajística del valle de Benasque se encuentra el Parque Natural de Posets-Maladeta, que cuenta en su interior con un buen número de monumentos naturales: entre ellos, sus picos más altos, el Aneto (3.404 m) y el Posets o Llardana (3.369 m), además del pico Maldito o el macizo Perdiguero. El parque cuenta además con más de un centenar de ibones –lagos pirenaicos– y varios glaciares. Con tal riqueza natural, no es de extrañar que este paraje del valle esté surcado de rutas senderistas que hacen las delicias de los amantes de la montaña y la naturaleza.
Una de las actividades preferidas por los visitantes consiste en realizar la ruta del Forau d’Aiguallut, un sendero de escasa dificultad por el que penetraremos en algunos de los rincones más espectaculares del parque natural, pasando por el forau que le da nombre, un sumidero kárstico que, literalmente, “engulle” las aguas del glaciar del Aneto tras una vistosa cascada que vuelve a ver la luz del día convertido en el río Joeu, ya en el vecino Vall d’Aran.
Otra ruta recomendable, en este caso más corta (aproximadamente una hora de duración), de las muchas que pueden realizarse en el valle, es la del sendero de las Gorgas de Alba, ubicado junto al llano de Los Baños o de Turpí. Se trata de un agradable paseo a través de los bosques de la zona, donde podremos contemplar y descubrir algunas de las especies de árboles y arbustos del valle, como pinos negros, abetos y tejos. El recorrido cuenta también con otro gran atractivo: las espectaculares cascadas que se abren paso a través de las gorgas (gargantas) de la montaña.
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