Ubicada en el corazón de la provincia de León, esta singular comarca, célebre por los arrieros que transportaban mercancías por buena parte de la Península, cautiva a los visitantes por su abundante patrimonio, su arquitectura tradicional y su sabrosa gastronomía, representada por el sabroso cocido maragato.
En uno de sus muchos viajes por España, el hispanista, dibujante y viajero británico Richard Ford se aventuró por tierras leonesas, y a su paso por Astorga y los municipios limítrofes, quedó cautivado por unos personajes que, por aquel entonces –las primeras décadas del siglo XIX–, gozaban ya de una fama casi legendaria: los maragatos.
«Son tan nómadas y errantes como los beduinos, sin más diferencia de que llevan mulas en vez de camellos», resumió Ford en Cosas de España. El país de lo imprevisto, al referirse a la principal ocupación de estos arrieros, dedicados desde varios siglos atrás al transporte de mercancías. Ford, que volvería a cruzarse varias veces con los maragatos en su camino hacia Galicia, destacó también su bien merecida fama de gentes fiables y de palabra: «Cobran caro, pero su honradez compensa este defecto, pues puede confiárseles oro molido».
No hay duda de que los arrieros maragatos dejaron una impronta indeleble en el territorio que habitaban, pues, además de una característica arquitectura tradicional que todavía puede contemplarse hoy, cosecharon una notable riqueza y dotaron a la comarca que los vio nacer de un aura de leyenda. Tanto es así, que el gentilicio maragato fue el que acabó dando lugar al nombre de la comarca, y no al contrario, como suele ser habitual en otros lugares.
Compuesta por siete municipios ubicados en el sudoeste de la provincia de León, a los pies del monte Teleno –pico que astures y romanos veneraron como enclave sagrado–, la Maragatería fue durante milenios una importante encrucijada de caminos, lo que explica que sus habitantes acabaran dedicándose al comercio y transporte de mercancías: la región quedaba a medio camino entre las costas gallegas y las ciudades de la Meseta, por lo que era el lugar ideal para gestionar el transporte de pescado y otros bienes en una dirección y otra.
Los arrieros maragatos vivieron su época de mayor esplendor entre los siglos XVI y XVIII, pero mucho antes, ya en tiempos romanos, Astorga –hoy capital de la comarca–, era el punto final de la célebre Vía de la Plata, y en la Edad Media se convirtió en etapa destacada del Camino de Santiago, una ruta centenaria que hoy sigue atrayendo a miles de peregrinos y turistas.
El aura casi legendaria que rodea al “pueblo” maragato se debe en buena medida a su merecida fama como transportistas serios y fiables, pero también a los numerosos interrogantes que rodean a su origen y al propio término que los designa. Hay quien les atribuye un origen celta, árabe o incluso bereber, y en función del experto al que se consulte, “maragato” procede del latín mericator (mercader), de la palabra maurisco (guerrero valiente) o de una contracción de la frase «del mar (por Galicia) a los gatos (por Madrid)», en referencia al transporte de pescado desde las costas del norte a la capital del reino.
En cualquier caso, los poco más de 700 km2 que hoy conforman la Maragatería, un paraje pintado de piedras graníticas y pizarrosas, y tapizado por robles, encinas y pinares, posee atractivos de sobra para fascinar al visitante.
Un paseo por la capital
Aunque hoy ejerce como cabeza de la comarca, y fue siempre puerta de entrada principal a la Maragatería, lo cierto es que fueron pocos los arrieros maragatos que se asentaron en Astorga, pues éstos escogieron otros municipios de la región para establecerse y levantar sus casas solariegas. En cualquier caso, la antigua Asturica Augusta –Plinio el Viejo la calificó de Urbs Magnifica–, que a Ford le pareció «al mismo tiempo marcial y pintoresca», es el mejor lugar para comenzar una ruta por la comarca.
Aunque se conservan algunos fragmentos de la antigua muralla y otros restos de época romana, en lo que respecta a su patrimonio, la ciudad cuenta con dos hitos de visita imprescindible. El primero y más antiguo es su catedral, construida a partir del siglo XV siguiendo los planes trazados por Francisco de Colonia y Gil de Hontañón. En su interior destaca el retablo renacentista de Gaspar Becerra, mientras que al exterior merece la pena detenerse a contemplar su portada occidental, obra cumbre del barroco leonés.
Sobre el ábside, también en el exterior, se esconde una última sorpresa en uno de los pináculos del templo: si se mira detenidamente, se puede contemplar la figura de un arriero maragato, llamado Pedro Mato, quien según la leyenda auxilió a los habitantes de la ciudad mientras estaba asediada por los franceses, en tiempos de la Guerra de la Independencia.
Parada obligada para los peregrinos que recorren el camino jacobeo en su ruta a Compostela, la catedral está a solo unos metros de la otra joya monumental de la ciudad: su palacio episcopal. De líneas neogóticas y una silueta que le confiere un inconfundible aire medieval, este edificio construido en 1899 es obra de Antonio Gaudí.
El célebre arquitecto catalán nunca viajó a la localidad, pero su íntima amistad con el obispo de la época, su paisano Joan Baptista Grau i Vallespinós, hizo posible que Astorga cuente hoy con este singular edificio construido con granito gris del Bierzo y una silueta a medio camino entre castillo medieval –no falta un foso que lo circunda–, y palacio señorial.
Tampoco puede faltar una visita a la plaza Mayor, donde se levanta la Casa Consistorial, un soberbio edificio que comenzó a construirse en el siglo XVII, y cuyo elemento más singular es la espadaña, donde todavía pueden verse dos pintorescos muñecos, bautizados como Juan Zancuda y Colasa, vestidos con trajes maragatos, y que se encargan de golpear la campana del reloj para anunciar las horas.
Astorga es también célebre por sus apreciadas mantecadas, un sencillo pero sabroso dulce con 200 años de historia, elaborado con harina, manteca de vaca, azúcar y huevos, que puede encontrarse en varios obradores y reposterías de la ciudad, como El Arriero Maragato, o la Confitería Velasco, justo enfrente del palacio episcopal.
Los más lamineros tienen también otra cita ineludible en la ciudad: el Museo del Chocolate. Los cronistas locales aseguran que fue el mismísimo Hernán Cortés quien, en el siglo XVI, envió las primeras semillas de cacao al marqués de Astorga, dando inicio a una larga tradición de maestros chocolateros, cuyos secretos se pueden descubrir en un pequeño pero interesante museo, levantado en el antiguo obrador del chocolatero astorgano Magín Rubio.
La ruta del oro
El legado monumental de la comarca no se limita a los tesoros que custodia la ciudad de Astorga. A menos de 20 km de la capital, en Turienzo de los Caballeros, todavía puede contemplarse hoy la llamada Torre de los Osorio, un torreón medieval del siglo XIV, testimonio único de la arquitectura civil leonesa de aquellos tiempos. En tiempos de los audaces caballeros templarios, este robusto edificio sirvió como fortín desde el que vigilaban los caminos y protegían a los numerosos peregrinos que se dirigían a Compostela. También se empleó como enclave desde el que vigilar las numerosas minas de oro de la comarca.
Precisamente, estas explotaciones auríferas, que fueron aprovechadas ya en tiempos de los romanos, son las protagonistas de una de las rutas más singulares que pueden recorrerse cuando uno se adentra en las entrañas de la Maragatería, la Ruta del Oro. De trazado circular, este singular camino parte de Astorga y discurre siguiendo el rastro de varias explotaciones mineras, pero también rincones con un patrimonio notable, en el que se encuentran algunas iglesias de origen templario (como la de Rabanal del Camino) y algunas ermitas, el ya citado torreón de los Osorio, algunos asentamientos de origen astur, villas romanas y miradores espectaculares, como el del Alto de la Muga.
Una de las etapas de esta Ruta del Oro es el pintoresco pueblo de Castrillo de los Polvazares (a solo seis kilómetros de Astorga), sin duda alguna el poblado que mejor conserva el espíritu de la antigua arquitectura tradicional de los maragatos, y que inspiró a la escritora cántabra Concha Espina para dar forma a su novela La esfinge maragata (1914). Recorrer sus calles empedradas, flanqueadas por antiguas casas arrieras, permite hacerse una idea de cómo pudo haber sido la vida en unos tiempos en los que los maragatos desarrollaron su actividad económica, tejiendo una red de transporte que se mantuvo activa hasta la llegada del ferrocarril, a finales del siglo XIX.
Las primeras casas maragatas eran humildes construcciones circulares con techo de paja de centeno, pero cuando su negocio prosperó, las viviendas evolucionaron a casas de grandes portones y amplios patios interiores, en los podían guardar sus carromatos y otros utensilios propios de su labor comercial, y alrededor de los cuales se distribuían las distintas estancias.
La mayoría de estas antiguas casas maragatas de la comarca siguen hoy en manos de particulares, descendientes de los antiguos arrieros, pero es posible contemplar el interior de algunas de ellas, convertidas en establecimientos dedicados al turismo. Un buen ejemplo de ello es el restaurante Casa Juan Andrés, en el mismo Castrillo de los Polvazares, que todavía conserva un precioso patio de suelo empedrado. El local es también un lugar ideal para degustar el plato más paradigmático de la gastronomía de la comarca, el célebre cocido maragato.
El origen de este plato se encuentra en una humilde receta que solía alimentar a las gentes del campo, que solo podían disponer de una comida al día, y que por tanto debía ser muy nutritiva para poder hacer frente a una dura jornada de trabajo. Estaba compuesto de sopa, berza, garbanzos y siete tipos de carne, aunque con una peculiaridad. Aquí los “tres vuelcos” se toman al revés: es decir, primero la carne, después los garbanzos y finalmente la sopa.
Al parecer, esta costumbre se debe también a los arrieros maragatos, pues en sus viajes llevaban consigo una fiambrera con los siete tipos de carne. Cuando hacían parada en alguna fonda, daban cuenta de esos alimentos, y más tarde pedían un caldo en la posada.
Otro buen ejemplo de antigua vivienda maragata lo encontramos en Casa Pepa, un encantador hotel rural que se levanta en la localidad de Santa Colomba de Somoza, capital histórica de la Maragatería. Con el característico portón y patio interior que sirve para conectar con el resto de estancias, esta casona original del siglo XVIII, restaurada respetando la distribución y materiales originales y decorada con numerosas fotografías de sus antiguos moradores, permite realizar a sus huéspedes un apasionante viaje en el tiempo, además de disfrutar de un restaurante volcado en la gastronomía tradicional maragata.
CECINAS NIETO
La gastronomía maragata va mucho más allá de su célebre cocido. Se dice, por ejemplo, que el delicioso pulpo a feira, hoy uno de los emblemas de la cocina gallega, es en realidad una receta creada por los arrieros maragatos en su incansable peregrinar entre las costas gallegas y su comarca de origen. En cualquier caso, de lo que no hay duda es de que la no menos célebre cecina leonesa tiene en la Maragatería a sus productores más habilidosos.
En Pradorrey, a menos de diez kilómetros de Astorga, se encuentra la sede de Cecinas Nieto, un negocio familiar que comenzó su andadura en 1965, cuando José Nieto Blas –descendiente de una familia arriera local– decidió poner en práctica todas las técnicas artesanas que había heredado de sus ancestros para elaborar una deliciosa cecina, hoy convertida en apreciado producto gourmet, que se vende en el mercado internacional (Harrod’s es uno de sus clientes) y que cuenta incluso con una línea de productos halal, de gran éxito en países árabes.
En Cecinas Nieto es posible realizar visitas guiadas por parte de sus instalaciones, que incluyen una degustación de sus productos estrella, elaborados con carne de vaca, sal, humo y un proceso de curación realizado con un mimo exquisito heredado de una tradición ancestral.