Las aguas del río Ebro y sus afluentes guían al viajero por las localidades de Tarazona, Tudela, Calahorra y Estella-Lizarra, enclaves con alma sefardí.
Han pasado más de 500 años desde la expulsión de los judíos peninsulares, pero su huella –física y cultural–, sigue haciéndose notar en no pocos rincones de nuestra geografía, como sucede en las localidades que forman parte de la Red de Juderías, una asociación en la que se integran, entre otras muchas, varias poblaciones del nordeste peninsular que prosperaron en torno a las benéficas aguas del Ebro o sus afluentes.
Uno de estos lugares es la localidad aragonesa de Tarazona, antigua tierra de frontera entre Castilla y Aragón, vigilada de cerca por el venerable Moncayo. Allí las aguas del Queiles separan en dos la localidad: a un lado se encuentran la plaza de toros vieja –hoy convertida en viviendas particulares– y la catedral de Nuestra Señora de la Huerta, una auténtica joya mestiza que mezcla elementos góticos, mudéjares y renacentistas. Conviene ascender a lo más alto de su bello cimborrio para disfrutar de una estampa panorámica de la ciudad, cuyo casco antiguo se encarama en un altozano.

Huellas de Sefarad
Es allí, precisamente, donde podemos recorrer las huellas judías de la ciudad, pues la antigua aljama ocupaba el espacio situado junto a la fortaleza de la Zuda, hoy palacio episcopal. Se puede recorrer su antiguo trazado paseando por las estrechas callejuelas de la Rúa Alta, Judería –donde podemos contemplar las llamativas Casas Colgadas– o la Cuesta de los Arcedianos, una empinada vía que comunicaba con la Judería Nueva, y en cuyas proximidades se levantó en tiempos la sinagoga mayor.

Desde allí hay que acercarse también hasta la plaza de España –antiguo espacio de mercado que reunía a vecinos de las tres religiones–, donde hoy se encuentra el Ayuntamiento, un hermoso ejemplo de arquitectura renacentista en el que destacan su galería de arcos y su decoración escultórica de exaltación imperial.

Tirar de la manta
En Tudela, localidad de la Ribera navarra bendecida por las aguas del Ebro, las huellas hebreas tampoco son visibles a simple vista, pero pueden descubrirse a poco que miremos con atención. La primera parada hay que hacerla en la catedral de Santa María, del siglo XII. Allí, en la Puerta del Juicio, descubrimos las figuras de dos judíos representados entre los condenados al infierno. También hay huellas de la presencia hebrea en el hermoso claustro, decorado con bellos capiteles; en uno de ellos pueden verse representados dos judíos que visten ropas peculiares.

El claustro cuenta también con una didáctica sala expositiva con facsímiles de una Biblia kennicot, un fragmento de candil hebreo de Jánuca hallado en la ciudad, y sobre todo un tapiz o “manta” con una lista que identificaba a los judíos conversos de 1510, origen de la expresión “tirar de la manta”.

También se pueden recorrer las calles que antiguamente ocuparon la Judería Vétula o Vieja –entre el solar de la catedral y el río Queiles– y la Judería Nueva, esta última al abrigo del castillo que se levantó en el cerro de Santa Bárbara. Las calles de una y otra contemplaron el caminar de algunos de los judíos más ilustres de la ciudad navarra, como el viajero Benjamín de Tudela o el poeta Yehuda ha-Leví.

Una torá en la catedral
Remontando el Ebro aguas arriba llegamos a la riojana Calahorra, localidad célebre por sus conservas de verduras y su pasado romano. Aquí la judería ocupó la parte más alta de la ciudad, en los terrenos que antiguamente formaban la acrópolis de Calagurris y siglos más tarde el castillo medieval, hoy zona de San Francisco. La judería estuvo completamente rodeada por una muralla, con una puerta que comunicaba con el resto de la ciudad.

Hoy se pueden recorrer las calles estrechas y en curva, de casas bajas y modestas, y pasear hasta el Centro de Educación de Adultos, levantado en el solar que en otros tiempos ocupó la antigua sinagoga. Como sucedía en Tudela, la visita a la imponente catedral nos ofrece algunos secretos del pasado hebreo de la localidad.

Allí, en el archivo catedralicio, se encontraron dos tomos del cabildo cuyas cubiertas ocultaban un valioso tesoro: dos fragmentos de una torá sinagoga del siglo XV, redactados con bella caligrafía sobre un pergamino de gran calidad.
Estella-Lizarra surgió y creció al calor del Camino de Santiago, y fue ese desarrollo económico el que atrajo a numerosos comerciantes judíos. La primera comunidad hebrea se estableció en la llamada Elgacena, a los pies del castillo de Lizarrara. De aquella primera judería no queda hoy ningún resto, pero sabemos que la sinagoga se encontraba donde hoy podemos ver la iglesia de Santa María Jus del Castillo.
Sí se conservan restos de la muralla de la Judería Nueva, que se ubicó sobre una ladera, y en el dintel de la iglesia del Santo Sepulcro se pueden adivinar dos personajes identificados como judíos, por sus largas barbas y sus kipá. Desde allí se puede continuar caminando por la Rúa –después de dejar atrás el vistoso puente picudo–, calle de comercios y hospederías, donde también se levanta la casa de fray Diego de Estella –se cree que descendía de conversos–, de bella fachada plateresca.

El último hito es la iglesia de San Pedro de la Rúa, encaramada en un alto. Cuenta con una fachada con decoración de influencia árabe, aunque su gran tesoro es el hermoso claustro románico, con capiteles esculpidos y las cuatro columnas tersas entrelazadas, testimonio de la habilidad y destreza de su maestro escultor.

Más información: Red de Juderías
2 comentarios
Que historia se cuenta de esas columnas entrelazadas en el claustro que rompen con la repetición de pares de columnas que se suceden en todo el ámbito. ¿Poesía en estado puro?