La orden de los Capuchinos es sinónimo de devoción a los muertos. Basta con acercarse a algunas de las criptas que estos monjes de hábito marrón custodian en Roma –bajo la iglesia de Santa Maria della Concezione– o en Sicilia –en las igualmente célebres catacumbas de Palermo–, para comprobar el fervor y el mimo con el que conservan los cadáveres embalsamados de sus hermanos en la fe, y también los de muchos seglares.
En Viena, la antigua capital del Sacro Imperio Romano Germánico, los capuchinos tienen bajo su cuidado otra de estas criptas, la que se oculta bajo los cimientos de la iglesia de Santa María de los Ángeles, en la Neuen Marktplatz (plaza del mercado nuevo), a apenas trescientos metros del imponente palacio Hofburg, hogar de los miembros de la familia imperial de la rama de los Habsburgo austríacos.
A diferencia de sus equivalentes italianos, la macabra exhibición fúnebre es mucho más contenida, ya sea por una moderación centroeuropea o por el hecho de que se trata de una cripta destinada a contener los restos mortales de los miembros de los emperadores del Sacro Imperio y de sus familiares.
No hay aquí, por tanto, cuerpos embalsamados y acumulaciones de calaveras llenando los muros de la cripta hasta donde alcanza la vista. Y, sin embargo, el visitante que acude a esta cripta imperial vienesa no puede evitar sentir un helado escalofrío al recorrer las distintas estancias del recinto, repleto de enormes ataúdes y sepulcros decorados con hermosas pero inquietantes esculturas en bronce de cráneos, rostros cubiertos con velo y otras representaciones mortuorias.
Una exposición de arte macabro
El origen de esta cripta se remonta a la primera mitad del siglo XVII, cuando la entonces emperatriz Ana del Tirol –esposa de Matías I– decidió dejar escrito en su testamento sus deseos de crear una cripta para el eterno descanso de sus restos. Tras la muerte de la pareja imperial –ella en 1618 y él un año más tarde– comenzaron los preparativos para la obra, pero no fue hasta septiembre de 1622 que se colocó la primera piedra de la iglesia y el monasterio de los capuchinos, que fue finalmente consagrada en julio de 1632.
Tras recibir a sus primeros moradores, la familia imperial decidió establecer allí su panteón imperial, por lo que con el paso de los años se fueron acometiendo distintas ampliaciones –desde 1657 hasta 1960–, y aumentando el número de habitantes del espeluznante recinto.
En la actualidad, son 142 los cuerpos allí sepultados, ya sea en sencillos ataúdes o en suntuosos e espectaculares sepulcros. De los finados que allí se encuentran, doce son emperadores, y dieciocho emperatrices. La mayor parte de ellos fueron embalsamados –extrayéndose para ello sus órganos internos–, y en algunos de los casos sus corazones se apartaron y depositaron en ricas urnas bellamente decoradas, que también se conservan en el recinto.
Entre los sarcófagos que pueden contemplarse hoy destaca el doble sepulcro escultórico de la emperatriz María Teresa I y su esposo Francisco I, una espectacular obra del escultor Balthasar Ferdinand Moll. Cuenta la leyenda, que la soberana estaba tan enamorada de su esposo que, tras la muerte de este, recorría cada día la distancia que le separaba desde el palacio y descendía hasta las profundidades de la cripta –por medio de una especie de rudimentario ascensor–, para pasar largas horas acompañando a su amado marido.
El féretro de Sissí
Menos espectacular, aunque mucho más célebre, es la tumba de la emperatriz Isabel de Baviera, más conocida como Sissi, acompañada por el féretro de su esposo –Francisco José I– y el hijo de ambos, el archiduque Rodolfo.
Hay en la cripta, sin embargo, algunas ausencias notables. El subterráneo de los capuchinos no acoge la tumba del archiduque Francisco Fernando, cuyo asesinato hace ahora más de cien años (1914) desató en Europa los horrores de la Primera Guerra Mundial.
El archiduque cometió el “pecado” de casarse por amor con la condesa Sofía Chotek. Como la tradición y el protocolo imperial imponía el matrimonio con miembros de dinastías reinantes o que hubieran reinado –requisito que no cumplía la novia–, cuando el archiduque y su esposa fueron asesinados en Sarajevo sus cuerpos fueron enterrados, a modo de “castigo”, en el panteón familiar del castillo de Arstetten.
Más información: Cripta Imperial de Viena
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